Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/2024/10/29/cultura/a04a1cul
No son buenas noticias, pues la escasez de lectores ha sido un lastre histórico en nuestro país, y las prácticas para combatirlo, un fracaso repetido, como se apunta en el estupendo libro Historia de la lectura en México, coordinado por la investigadora de El Colegio de México Josefina Zoraida Vázquez.
La escasez de lectores se ha atribuido a la televisión, la caja idiota, y en años recientes a las plataformas de Internet. Podría parecer cierto, si pensamos que México es el país con el mayor universo de televidentes en el mundo hispanohablante, según Statista Research. Pero lo cierto es que los países nórdicos, Alemania, Japón, Inglaterra y Estados Unidos, con alto porcentaje de televisores y acceso a las plataformas de Internet, tienen los índices más altos de lectura.
Quizá la campaña más eficaz para fomentar la lectura en México sigue siendo, en más de un siglo, la emprendida por José Vasconcelos después de la Revolución. México tenía en 1910 poco más de 15 millones de habitantes y 80 por ciento eran analfabetas.
Decía Manuel Gamio que en el país había lectores aptos para la más selecta producción literaria en varios idiomas y una desoladora mayoría ignorante del alfabeto. Se improvisaron bibliotecas en cárceles, hospitales, fábricas y escuelas, y se crearon pequeñas bibliotecas ambulantes de sólo 50 volúmenes. En un año, 1921, nos dice la investigadora Engracia Loyo, se instalaron 295. Toda una hazaña.
Después de Vasconcelos, quien fue duramente criticado por llevar los clásicos a las rancherías (no los van a entender), el escritor Jaime Torres Bodet, como director de Bibliotecas, logró que buen número de estudiantes encontrara en la lectura una herramienta no sólo de conocimiento, sino de entretenimiento.
En noviembre de 1924 organizó una feria del libro en el Palacio de Minería que buscaba, por este medio, facilitar el comercio de libros, estimular la concurrencia de editores extranjeros al mercado, alentar el arte de la imprenta y honrar al libro. “Sólo así entiendo Paquito, cuento quincenal ilustrado con textos breves que tuvo un tiraje inicial de 5 mil ejemplares, que se conseguía en misceláneas, peluquerías, mercados, vecindades, pueblos y rancherías”, apunta Loyo.
El éxito fue tan grande que los números se encuadernaban y alquilaban en 5 centavos. Paquito que se convirtió en Pepín, llegó a publicar 320 mil ejemplares diarios que, pese a ser historietas, fueron a su manera material de lectura, a decir de Carlos Monsiváis. Le dieron y le vieron sentido a su nueva capacidad lectora.
Lázaro Cárdenas se propuso erradicar al analfabetismo en tres años. Brigadas culturales fundaron centros de alfabetización, pero pese al apoyo oficial y a que sumaron radio, prensa y se regalaron millones de libros y miles de folletos, no lograron despertar el fervor casi místico de la campaña vasconcelista.
¿Qué falló? Hablaban de los distintos contextos del país para dar cuenta de realidades concretas, recogían vocablos populares, pero tal vez el profundo contenido ideológico y maniqueo provocaron lo contrario que buscaban: hacer del libro una herramienta para el conocimiento, pero también para la diversión, nos sugiere Loyo.
Tiene razón: libros de ficción y evasión, como el Señor de los anillos o Harry Potter han fomentado más el hábito de la lectura que innumerables campañas de lectura. Los libros se miden por la emoción que provocan.
Decía al principio que la IA generativa ha sido uno de los factores que desalientan la lectura. Si la lectura es una herramienta para el conocimiento, ahora existen plataformas que ayudan a cualquiera a investigar sobre cualquier tema y a elaborar un ensayo. La plataforma Aithor es capaz de desarrollar ensayos ocultando el uso de la IA.
Se puede programar el estilo preferido: académico, persuasivo, narrativo, descriptivo. No hay límite. ¿Se imaginan un ensayo erótico sobre la IA?
Nos dice Jonathan Malesic en el New York Times que es tentador lamentar la muerte de un camino confiable hacia el aprendizaje e incluso el placer, “pero estoy empezando a pensar que los estudiantes que no leen están respondiendo racionalmente a la visión de la vida profesional que nuestra sociedad vende.
En esa visión, la productividad no depende del trabajo, y un sueldo tiene poco que ver con el talento o el esfuerzo.
Malesic nos dice que el trabajo intelectual parece algo opcional y los puestos corporativos, “una serie de reuniones en azoteas, almuerzos gratis y happy hours de trabajo en equipo”. Una experiencia emocionante, un estilo de vida que cualquiera quiere repetir. Buscar hacer del trabajo algo divertido y la puerta más fácil para lograrlo siempre parece estar a sólo una publicación viral para convertirse en influencer.
Así las cosas, parece que el éxito no se deriva del conocimiento y la habilidad, sino de la suerte, la publicidad y el acceso a las empresas adecuadas, y la correcta administración de las relaciones públicas. Entonces, ¿para que leer?, si hay programas de fomento a la lectura con no lectores; ¿para qué tomarse el trabajo de leer?
Lo cierto es que los países lectores son los que están decidiendo el futuro de todos haciéndonos creer que la sociedad del espectáculo es el camino a la riqueza y no es así.
Los libros son ventanas para mirar lo nuevo y para mostrar lo nuestro; también son puentes para transitar por esos mundos paralelos que enriquecen al nuestro. La lectura es una tarea compartida: nos leemos en otros.