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sábado, 19 de abril de 2025

U.S.A.: Por qué Harvard decidió luchar contra Trump

Publicado en The New York Times
https://www.nytimes.com/es/2025/04/16/espanol/estados-unidos/harvard-contra-trump.html?campaign_id=42&emc=edit_bn_20250418&instance_id=152834&nl=el-times&regi_id=223549912&segment_id=196264&user_id=deb50f61d145a2d39e3c5231ea1ab080




Por qué Harvard decidió luchar contra Trump

El gobierno de EE. UU. congelará más de 2000 millones de dólares en fondos federales porque Harvard se negó a cumplir una lista de exigencias. Las autoridades de la universidad consideraron que valía la pena el riesgo.

16 de abril de 2025

A finales de la semana pasada, los dirigentes de la Universidad de Harvard intentaban descifrar qué quería el gobierno de Donald Trump que la institución hiciera para combatir el antisemitismo.

El gobierno había planteado algunas órdenes directas, como exigir a la universidad que prohibiera las máscaras, que suelen ser muy utilizadas por los manifestantes.

Pero otras demandas parecían vagas.

Entonces, a última hora de la noche del viernes, el gobierno federal envió a Harvard un bombardeo de cinco páginas con nuevas exigencias que remodelarían el funcionamiento de la escuela, las admisiones, la contratación, el profesorado y la vida estudiantil.

Harvard tardó menos de 72 horas en decir que no.

Esta decisión es el desafío más manifiesto de una universidad desde que el presidente Trump empezó a presionar a la enseñanza superior para que se ajuste a sus prioridades políticas.

Se produjo después de que los dirigentes de Harvard, durante intensos debates el fin de semana, determinaran que las propuestas del gobierno representaban una profunda amenaza para la independencia y la misión de esta universidad de 388 años de antigüedad.

Harvard dispone de una extraordinaria capacidad financiera y política para enfrentarse a Washington. Y los dirigentes de la universidad vieron cómo la Universidad de Columbia se tambaleaba, a medida que el gobierno de Trump planteaba más exigencias, incluso después de que la institución cediera.

Harvard lucharía. La alternativa parecía mucho peor.

“Ningún gobierno —independientemente del partido que esté en el poder— debe dictar lo que las universidades privadas pueden enseñar, a quién pueden admitir y contratar, y qué áreas de estudio e investigación pueden seguir”, escribió el lunes el rector de Harvard, Alan M. Garber, en una carta abierta.

 Este relato se basa en correspondencia entre Harvard y el gobierno, declaraciones públicas y entrevistas con funcionarios del gobierno de Trump, gente de Harvard y observadores cercanos de la universidad. Harvard se negó a que Garber conceda una entrevista.

En respuesta a su anuncio, el gobierno rápidamente tomó represalias y congeló más de 2200 millones de dólares de fondos federales. Casi 7000 millones de dólares más siguen en peligro, incluido el dinero destinado a los hospitales afiliados a Harvard. Y el martes, Trump —quien ha elegido como blanco especial a las universidades de élite, acusadas desde hace tiempo por los conservadores de inclinarse hacia la izquierda— amenazó la exención fiscal de Harvard.

Incluso para la universidad más rica del mundo, que tiene un fondo de dotación de unos 53.000 millones de dólares, una congelación prolongada supondría un profundo recorte en laboratorios, departamentos e incluso aulas. Pero las autoridades de Harvard optaron por valorar su reputación, independencia y legado, apostando a que la institución podría sobrevivir a la cruzada de Trump.

“Esto es lo que Joe McCarthy intentaba hacer multiplicado por diez o por cien”, dijo Lawrence H. Summers, exrector de Harvard, y añadió que “va directamente en contra del papel de la universidad en una sociedad libre”.

‘La universidad no se rendirá’

Las primeras frases de la carta del gobierno de Trump del viernes eran civilizadas pero frustradas. Tres funcionarios federales escribieron que Harvard “no había cumplido las condiciones intelectuales y de derechos civiles que justifican la inversión federal”.

Los funcionarios —uno del Departamento de Educación, otro del Departamento de Salud y Servicios Humanos y otro de la Administración General de Servicios— dijeron a Garber que “agradecerían” su “colaboración para que la universidad vuelva a cumplir sus promesas”. Si Harvard aceptaba sus condiciones, escribieron los funcionarios, podrían empezar a trabajar en un “acuerdo de resolución más exhaustivo y vinculante”.

La carta llegó después de que Harvard pidiera aclaraciones sobre la, en comparación, anodina lista de propuestas que el gobierno había compartido ocho días antes. Lo que llegó a Cambridge el viernes por la noche fue mucho más que una explicación.

Los amables párrafos iniciales dieron paso a una serie de exigencias tan amplias e intrusivas que dejaron atónitos a los dirigentes de Harvard, quienes hasta hacía poco se habían mostrado dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con el gobierno.

El gobierno dijo que quería reducir el poder del profesorado de Harvard y exigió que la universidad adoptara políticas de admisión y contratación “basadas en el mérito”. El gobierno de Trump quería auditar los datos de la universidad y pretendía cambios en la “contratación, selección y admisión de estudiantes internacionales”.

El gobierno también insistió en que Harvard llevara a cabo una revisión de la “diversidad de puntos de vista”. El gobierno quería que Harvard “cerrara inmediatamente” cualquier programa relacionado con la diversidad, la equidad y la inclusión, y que contratara a una entidad externa para examinar “los programas y departamentos que más alimentan el acoso antisemita o reflejan la captura ideológica”. Y el gobierno quería informes “al menos hasta finales de 2028” —más o menos cuando Trump abandone la Casa Blanca— sobre el cumplimiento de estas exigencias por parte de Harvard.

Los ultimátums parecían solo tangencialmente relacionados con la ambición declarada del gobierno de Trump de eliminar el antisemitismo en los campus. Kenneth Marcus, jefe de derechos civiles del Departamento de Educación durante el primer mandato de Trump, dijo que las propuestas del gobierno iban “mucho más allá del antisemitismo y reflejan una preocupación cultural bastante más amplia dentro del movimiento conservador sobre lo que está podrido en la educación superior”.

Marcus, quien es presidente y director ejecutivo del Centro Louis D. Brandeis para los Derechos Humanos bajo la Ley, dijo que las exigencias eran un ataque a “la inclinación izquierdista que se cree que Harvard ejemplifica”.

Garber no enmarcó la respuesta de Harvard en una cuestión de izquierda o derecha. En su carta de rechazo al gobierno, utilizó 12 palabras para resumir la postura de Harvard: “La universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales”.

Su anuncio sumió a Harvard en uno de los enfrentamientos más serios de su historia.

Steven Pinker, profesor de psicología y copresidente del Consejo de Libertad Académica de Harvard, dijo que era “casi inconcebible que el rector de una universidad hubiera accedido a esa lista de exigencias, porque en realidad estipulan el contenido de las creencias del profesorado y de los estudiantes admitidos”. Pero aun así, se maravilló de la rapidez de la respuesta de Harvard.

Summers, exsecretario del Tesoro, más veterano en el combate político que la mayoría de los académicos, dijo que pensaba que “el extremismo de la carta de exigencias hizo que esta decisión fuera más fácil de lo que podría haber sido de otro modo”.

Si los funcionarios del gobierno buscaban una pelea, su táctica parece haber funcionado. Pero como el propio gobierno de Trump no hizo pública la explosiva carta, Harvard tuvo tiempo de afinar un contraataque, que incluía un pulido sitio web en el que se describían sus contribuciones a la sociedad. Fue un raro ejemplo de una universidad que eclipsó la campaña del gobierno de Trump, que a menudo se ha basado en la imprevisibilidad.

El estallido de resistencia de Harvard desató la sorpresa en toda la enseñanza superior, en parte porque no se preveía que se mostrara audaz frente a los ataques de Trump. Cuando decenas de dirigentes universitarios participaron en una conferencia telefónica el domingo, según dos personas familiarizadas con el debate privado, no se mencionaron las nuevas exigencias del gobierno a Harvard, ni la próxima respuesta de la escuela.

La preparación para un enfrentamiento con la Casa Blanca

En los últimos meses, Harvard había adoptado un perfil notoriamente bajo y complaciente, hasta el punto de que muchos en el campus habían temido abiertamente que la universidad siguiera una senda de apaciguamiento al estilo de Columbia.

En marzo, Columbia accedió a una lista de exigencias del gobierno de Trump para recuperar 400 millones de dólares en subvenciones y contratos federales. Pero el dinero no había empezado a fluir de nuevo. En su lugar, ahora el gobierno sopesa la posibilidad de un decreto de consentimiento con la escuela, el cual facultaría a un juez federal para supervisar un acuerdo con la universidad y daría a la Casa Blanca influencia, potencialmente, durante años.

En el periodo previo a la toma de posesión de Trump, Harvard contrató a una poderosa empresa de cabildeo con estrechos vínculos con la Casa Blanca y el Departamento de Justicia. La universidad también adoptó una definición más estricta de antisemitismo que molestó a muchos defensores de la libertad de expresión. Mientras el gobierno federal aumentaba la presión sobre Columbia y sus homólogos de élite, Harvard destituyó a dos dirigentes de su Centro de Estudios sobre Medio Oriente, interrumpió una asociación con una universidad palestina y acordó iniciar otra con una escuela israelí.

Harvard tampoco se encontraba entre las principales universidades que figuraban como demandantes en los recursos judiciales contra los cambios propuestos por el gobierno de Trump en las fórmulas de financiación para la investigación.

Aun así, la universidad había estado haciendo preparativos sutiles para un enfrentamiento con la Casa Blanca, algunos de ellos mucho antes del anuncio del gobierno, el 31 de marzo, de que revisaría unos 9000 millones de dólares de la financiación de Harvard.

La universidad impuso una congelación de la contratación en marzo y ha intentado recaudar 1200 millones de dólares en el mercado de bonos. Harvard también sopesó ajustes en los pagos del fondo de dotación de 53.000 millones de dólares, al igual que había hecho durante la pandemia.

El desenlace

Los riesgos financieros para Harvard son enormes. También tienen implicaciones para el resto del país, ya que el gobierno de Trump parece decidido a retirarse de la relación gobierno-universidad que ha florecido en Estados Unidos desde aproximadamente la Segunda Guerra Mundial.

Los detalles reales también siguen siendo confusos.

El gobierno de Trump no ha explicado a Harvard cómo ha llegado a los 2200 millones de dólares que pretendía congelar. Pero los funcionarios creen que la cifra podría ser la totalidad de los aproximadamente 650 millones de dólares que el gobierno federal proporciona anualmente a los investigadores de la universidad y la duración de cualquier contrato plurianual.

Harvard ya sentía las consecuencias el martes por la mañana. La Escuela de Salud Pública TH Chan de la universidad confirmó que Sarah Fortune, especialista en enfermedades infecciosas, había recibido una orden de suspensión de trabajo. La investigación de Fortune sobre la tuberculosis se financiaba mediante un contrato de 60 millones de dólares de los Institutos Nacionales de Salud, en el que participaban Harvard y otras universidades de todo el país.

Los funcionarios federales no respondieron inmediatamente a los mensajes en los que se les preguntaba sobre sus comunicaciones con la universidad y los investigadores.

La dotación de Harvard puede ayudarle a evitar algunas de las consecuencias financieras. Pero los dirigentes universitarios suelen mostrarse muy reacios a recurrir a estos fondos, preocupados por la posibilidad de detraer fondos que necesitarán en el futuro. En Harvard, aproximadamente el 80 por ciento de sus fondos de dotación están limitados a fines específicos.

Aun así, en su informe financiero más reciente, Harvard dijo que había miles de millones de dólares a los que podía recurrir “en caso de una interrupción inesperada”.

La experiencia de Columbia en las últimas semanas dejó claro que cualquier camino que la universidad eligiera parecía tener la misma probabilidad de conducir a una continua agitación, y el trato actual del gobierno de Trump hacia la universidad de la Ivy League inquietó a las autoridades de Harvard, quienes temían que la Casa Blanca incumpliera cualquier acuerdo.

Lee Bollinger, quien fue rector de Columbia durante 21 años, dijo el martes que una estrategia de “negociación y conciliación no parece tener un punto final aceptable”. 

Pinker tenía un sentimiento similar. Dijo que creía que Harvard podría haber intentado negociar igual que Columbia, “si hubiera tenido la seguridad de que el gobierno negociaba de buena fe”.

El gobierno de Trump y algunos de sus aliados en el Capitolio han arremetido contra Harvard por su actitud desafiante. El grupo de trabajo del gobierno que se ocupa de la disputa con Harvard, por ejemplo, dijo en un comunicado el lunes por la noche que la respuesta de la universidad reflejaba “la preocupante mentalidad de privilegio que es endémica en las universidades y facultades más prestigiosas de nuestro país: que la inversión federal no conlleva la responsabilidad de respetar las leyes de derechos civiles”.

Pero en muchos sectores, especialmente en los campus, la nueva firmeza de Harvard ha traído alivio. Muchos temen que la pérdida de miles de millones en financiación de la investigación pueda poner en peligro puestos de trabajo, laboratorios y proyectos de larga duración. Argumentan, sin embargo, que era imperativo que una universidad tan poderosa como Harvard defendiera sus principios.

Steven Levitsky, politólogo de Harvard que había estado instando a la universidad a adoptar una postura más dura contra Trump, leyó la carta de Garber ante una clase sobre autoritarismo y democracia.

“Parece que Harvard ha decidido que es hora de luchar”, dijo al empezar.

La sala, de unos 100 estudiantes, dijo, irrumpió en aplausos.

Lulu Garcia-Navarro y Miles J. Herszenhorn colaboraron con reportería.

Alan Blinder es corresponsal nacional del Times y cubre la educación.

Anemona Hartocollis es corresponsal de la sección Nacional del Times y se enfoca en la educación superior.

Vimal Patel escribe sobre educación superior, y se enfoca en la expresión y la cultura universitarias.

Stephanie Saul es una reportera que cubre la educación superior, centrándose recientemente en los drásticos cambios en las admisiones a las universidades y el debate en torno a la diversidad, la equidad y la inclusión en la enseñanza superior.   



miércoles, 16 de abril de 2025

U.S.A.: Donald Trump vs universidades

Publicado en El País
https://elpais.com/mexico/2025-04-16/por-que-importa-la-embestida-de-trump-contra-las-universidades-y-la-investigacion-en-estados-unidos.html




¿Por qué importa la embestida de Trump contra las universidades y la investigación en Estados Unidos?

Gabriela Warkentin conversa con Carlos del Río, profesor de la Universidad de Emory, sobre las implicaciones de los recortes a los fondos destinados a la investigación científica

15 ABR 2025

Estados Unidos se ha convertido en un centro de investigación a nivel mundial, en donde el dinero público es fundamental, por decisión ejecutiva, desde hace varias décadas. En ese país, cuyas investigaciones han servido a la humanidad, hoy sus universidades están bajo un ataque brutal por parte del Gobierno de Donald Trump, con castigos por haber permitido protestas propalestinas y no haber “controlado” el antisemitismo, por ser lugares predominantemente —aunque no solo— liberales y progresistas, por ser espacios en donde la diversidad y la inclusión se convirtieron en bandera.

En este episodio de Al habla…, Gabriela Warkentin conversa sobre el tema con Carlos del Río, profesor de Medicina en la Universidad de Emory, en Atlanta, sobre las implicaciones de los recortes a los fondos destinados a la investigación científica. El académico asegura que el presidente Trump se ha dado cuenta que los recursos que van a las universidades también puede ser una manera de controlarlas.

“Es decir, puede decirle a las universidades: no me gusta lo que estás haciendo, lo que estás enseñando, cómo admites estudiantes; no me gusta la manera en que críticas al Gobierno y, por tanto, voy a quitarte ese dinero”, explica Del Río.

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Publicado en El País
https://elpais.com/internacional/2025-04-09/la-administracion-de-trump-congela-fondos-a-otras-dos-universidades-en-su-ofensiva-contra-el-antisemitismo.html#?rel=mas


Estados Unidos congela fondos a otras dos universidades con el argumento de luchar contra el antisemitismo

Cornell y Northwestern se suman a cinco instituciones de élite a las que el Gobierno ha retirado subvenciones y contratos federales como medida de presión 


Nueva York - 08 ABR 2025 

La ofensiva de la Administración que dirige el presidente Donald Trump contra las universidades ha dado un paso más este martes, tras anunciarse la congelación de fondos federales a la de Cornell, por más de 1.000 millones de dólares (unos 908 millones de euros), y a la de Northwestern (790 millones de dólares). La pausa en la financiación afecta principalmente a subvenciones y contratos con los departamentos de Agricultura, Defensa, Educación y Salud y Servicios Humanos, informaron dos funcionarios amparados en el anonimato al diario The New York Times.

Estas medidas son las últimas de una campaña cada vez más intensa contra las universidades de élite del país, que se ha saldado con la suspensión o cancelación de fondos federales por valor de más de 3.300 millones de dólares. Las subvenciones y contratos del Gobierno federal suponen la vía de financiación más importante para las instituciones de élite, y su pausa, debida a investigaciones sobre la respuesta de los rectorados a supuestas manifestaciones de antisemitismo en sus campus, un eficaz modo de presión para lograr concesiones y controlar la difusión de opiniones críticas o contrarias a Israel.

Hasta este martes, cinco universidades habían sido objeto del castigo de la Administración republicana. La primera fue, el pasado 7 de marzo, Columbia, que ha visto comprometidos fondos por valor de 400 millones; luego siguieron Pensilvania (150 millones, el castigo por un programa de deporte que incluía a estudiantes transgénero), Harvard (9.000 millones), Princeton (becas para programas de investigación valoradas en total en 210 millones) y Brown, que el pasado viernes vio pausada la entrega de 510 millones. Este mismo martes, el Departamento de Comercio ha anunciado la retirada de casi cuatro millones de dólares adicionales a Princeton para financiar programas sobre el cambio climático, otra de las bestias negras DEI (siglas inglesas de los programas de diversidad, equidad e inclusión) de la Casa Blanca. La medida obedece, según el comunicado de Comercio, a “racionalizará y reducir el coste y el tamaño del Gobierno federal, en consonancia con la promesa del presidente Trump para su Administración”.

Las universidades se enfrentan a dos duras opciones: doblegarse ante la Administración de Trump, como en teoría ha hecho Columbia, o contratacar, arriesgándose a perder esos fondos. El Gobierno federal aún tiene que restaurar los 400 millones de dólares a la universidad de Nueva York, incluso después de que aceptara endurecer sus políticas disciplinarias —en especial las que regulan la celebración de protestas— y poner algunos departamentos bajo administración académica especial, como el de Estudios de Oriente Próximo y el Centro de Estudios Palestinos. Las concesiones de Columbia son solo un “primer paso”, según la Administración de Trump, para restaurar la financiación federal, pero no ha especificado qué más espera de la institución, de ahí que el resto aguarden conocer ulteriores exigencias a modo de hoja de ruta para navegar la ofensiva.

La ofensiva del Gobierno contra las universidades de élite ha provocado la dimisión de cuatro rectoras, las de Harvard y Pensilvania a finales de 2023, y las de la responsable de Columbia, en agosto pasado, y su sustituta en funciones, hace dos semanas. Prueba de que el contencioso de la Administración republicana con Columbia está lejos de solucionarse, a los pocos días de asumir el cargo de rectora en funciones, Claire Shipman está en el punto de mira de la representante republicana del norte del estado de Nueva York, Elise Stefanik, que cuestionó el compromiso de Shipman con la protección de los estudiantes judíos en el campus. Stefanik llevó la voz cantante en el comité del Congreso que investigó en diciembre de 2023 la respuesta de tres universidades (Harvard, Pensilvania y MIT) a las entonces incipientes protestas estudiantes contra la guerra de Gaza. Cuatro meses después, la movilización recorría todos los campus del país.

Además de la detención de una docena larga de estudiantes e investigadores por su participación en las protestas propalestinas de la pasada primavera, centenares de alumnos extranjeros han visto revocado su visado en virtud de una ley de 1952, que faculta al Departamento de Estado para expulsar del país a todo aquel que suponga un riesgo para su seguridad interior. Es la misma ley que el Gobierno arguyó para justificar la detención del activista de origen palestino Mahmud Khalil en Columbia, a quien la Casa Blanca acusó, sin pruebas, de alinearse “con los terroristas de Hamás”. Desde el 8 de marzo, casi 300 estudiantes han visto revocados sus visados y podrían ser deportados. Decenas de universidades, incluidas la de California y Harvard, han confirmado que la Administración de Trump canceló las visas de sus estudiantes en los últimos días, en muchos casos sin dar razones claras.


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Trump amenaza a Harvard con revocar su estatus libre de impuestos tras el plante de la universidad ante sus demandas

El Gobierno ha congelado 2.200 millones en subvenciones después de que la dirección acusara a la Casa Blanca de interferencias ilegales en su libertad académica

Nueva York - 15 ABR 2025

El presidente Donald Trump ha amenazado este martes con suspender la exención de impuestos de la Universidad de Harvard después de que la víspera la institución rechazara las demandas de su Administración a cambio de mantener la financiación federal. “¿Quizás Harvard debería perder su estatus exento de impuestos y pagar impuestos como entidad política si sigue impulsando la enfermedad inspirada o apoyada por motivos políticos, ideológicos y terroristas?”, ha publicado Trump en Truth Social, en alusión al supuesto antisemitismo en su campus. “¡Recuerden, el estatus libre de impuestos depende totalmente de que se actúe para el interés público!”. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, ha asegurado en la rueda de prensa diaria que la universidad, que ha recibido el apoyo de sus pares de Yale y Stanford, debería disculparse.

El grupo de trabajo contra el antisemitismo del Gobierno, fuerza de choque de la Administración republicana en los campus, anunció en la noche del lunes que congelará al menos 2.200 millones de dólares en subvenciones plurianuales después de que Harvard rechazara una serie de demandas de la Administración. El presidente de Harvard, Alan Garber, argumentó en un mensaje a los miembros de la comunidad universitaria que las demandas de Washington cruzaban líneas rojas de la libertad académica y la interferencia política, que tildó de ilegales e inadmisibles. El 1 de abril, la Administración había amenazado a la institución con retirar 9.000 millones de dólares en fondos federales.

“[La Administración] Deja claro que la intención no es trabajar con nosotros para abordar el antisemitismo de manera cooperativa y constructiva”, escribió Garber en la web de Harvard. “Aunque algunas de las demandas esbozadas por el Gobierno tienen como objetivo combatir el antisemitismo, la mayoría representan una regulación gubernamental directa de las condiciones intelectuales en Harvard”, es decir, la orientación académica, la elección de profesorado y temarios y, en suma, la restricción de la libertad de opinión cuando no obedece a sus intereses. En el marco de su ofensiva contra las protestas contra la guerra de Gaza ―y que califica de antisemitas―, Washington había pedido también que la universidad señalara a los estudiantes extranjeros sospechosos de criticar a Israel y su ofensiva militar en Gaza. Las supuestas manifestaciones de antisemitismo que la Casa Blanca, y muchos estudiantes y donantes judíos de las universidades, refieren como prueba de carga han sido la mayoría de las veces protestas en favor del alto el fuego en la guerra y a favor de la población civil palestina.

El expresidente Barack Obama elogió el plante de Harvard, calificando las amenazas de la Administración contra las universidades como “un intento ilegal y torpe de sofocar la libertad académica”. Mediante una publicación en X, Obama dijo que Harvard, la universidad más rica de EE UU, había “dado un ejemplo” para la educación superior y que esperaba que otras instituciones siguieran su ejemplo (al menos siete han sido apercibidas por su insuficiente respuesta a las supuestas manifestaciones antisemitas o por sus programas de diversidad).

Tras lanzar su ofensiva generalizada contra las universidades de élite hace un mes, con la amenaza de recortar fondos a Columbia y la detención, al día siguiente, del activista palestino Mahmud Khalil, la tensión ha ido en aumento, y los hechos se precipitaron este lunes cuando la Casa Blanca castigó el rechazo de Harvard, que horas antes se había convertido en la primera universidad que plantaba cara a la Administración republicana. El enfrentamiento entre el Gobierno federal y la universidad más rica del país concluyó con el anuncio, por parte del grupo de trabajo que investiga el supuesto antisemitismo en los campus ―cuya creación se deriva de una orden ejecutiva de Trump de finales de enero―, de que 2.200 millones de dólares en subvenciones plurianuales, y un contrato ya firmado de 60 millones, quedaban en suspenso como represalia por la rebeldía de la institución.

Otras universidades han rechazado la injerencia de la Administración en la educación superior. Pero la respuesta de Harvard ha abierto un capítulo desconocido en la guerra de Trump contra lo que considera viveros de las élites demócratas. Se trata del último frente, y ahora mismo el más grave, de la guerra cultural republicana contra la libertad de pensamiento y opinión. No es nuevo, viene de muchos años atrás, pero ha encontrado en el combate del supuesto antisemitismo ―y de la ideología woke, de diversidad, equidad e inclusión de las minorías― su expresión perfecta

A diferencia de Harvard, Columbia capituló a finales de marzo a idénticas demandas de Washington, entre ellas endurecer las normas que regulan las protestas, prohibir las mascarillas en las mismas, permitir a los guardias de seguridad privados que detengan estudiantes y, lo más grave, imponer un supervisor externo a departamentos sensibles como el de Oriente Próximo y el Centro de Estudios Palestinos. La cesión de Columbia no la blindado sin embargo ante ulteriores sanciones, como la posibilidad de ponerla bajo tutela federal si no implementa las demandas, lo que supondría una escalada en el control y la supervisión que el Gobierno pretende ejercer sobre las universidades investigadas.

La Administración republicana se había dirigido a las autoridades de Harvard el viernes pasado mediante una carta que, vistos los acontecimientos posteriores, cobra ahora carácter de ultimátum. La Casa Blanca exigía que la universidad limitara la presencia y la voz de estudiantes y profesores en la gestión de la universidad; la denuncia inmediata a las autoridades federales de los estudiantes extranjeros que violen el código de conducta del campus, y la imposición de terceras partes ―como el supervisor especial de Columbia― para garantizar que cada departamento académico tenga “puntos de vista diversos”, excluidos en teoría los del ideario woke o la más mínima crítica a Israel. La Administración no definía en la carta lo que entiende por diversidad de puntos de vista, solo una amplia variedad de puntos de vista políticos, incluidas perspectivas conservadoras.

En paralelo al chantaje financiero sobre las universidades, la ofensiva contra los estudiantes extranjeros que, según la ley de 1952 que blande la Administración republicana, perjudiquen los intereses de la política exterior de EE UU, prosigue con nuevas detenciones. Este lunes fue arrestado en Vermont un activista palestino que participó en las protestas contra la guerra de Gaza que se desarrollaron en Columbia en la primavera pasada. Con la detención de Mohsen Mahdawi, originario de Cisjordania y con residencia legal en EE UU, la lista de estudiantes extranjeros víctimas de la caza de brujas desatada por Washington supera la quincena. El viernes, el primero de ellos, Mahmud Khalil, fue considerado “candidato a la deportación” por un juez de inmigración de Luisiana.


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martes, 1 de abril de 2025

U.S.A.: la Universidad de Columbia capitula

 Publicado en sinpermiso




La Universidad de Columbia capitula. Dossier


¿Merece todavía Columbia el nombre de universidad?

Rashid Khalidi

No se trató nunca de eliminar el antisemitismo. Siempre se trató de silenciar a Palestina. Eso es lo que siempre se pretendió conseguir amordazando a los estudiantes que protestaban, y amordazando ahora al profesorado. Mientras que los partidarios de la matanza israelí-norteamericana en Gaza pueden haberse sentido ofendidos por sus protestas, un gran número de los estudiantes cuyos derechos de libertad de expresión se han infringido mediante castigos draconianos eran judíos.

Muchos de los miembros del profesorado que están a punto de verse privados de la libertad académica y de gobierno de sus escuelas, y a los que quizás se despida, son judíos, y, de hecho, algunos son israelíes. Si realmente se tratara de discriminación, la universidad habría tomado medidas contra el incesante acoso a estudiantes y profesores palestinos, árabes y musulmanes, y a sus aliados y simpatizantes, en lugar de respaldarlo y permitirlo.

Se trató siempre de proteger las monstruosas y transparentes mentiras de que la guerra genocida israelí-norteamericana de 17 meses contra todo el pueblo palestino era solo una guerra contra Hamás, o que cualquier cosa que se hiciera el 7 de octubre de 2023 justifica las matanzas en serie de al menos 50.000 personas en Gaza, la mayoría de ellas mujeres, niños y ancianos, y la limpieza étnica del pueblo de Palestina en su patria. Estas mentiras, generadas por Israel y sus propiciadores, que impregnan nuestro sistema político y a nuestras élites adineradas, las repitieron incesantemente las administraciones de Biden y Trump, el New York Times y Fox News, y ahora las sanciona oficialmente una universidad que fue antaño grande.

Estas mentiras tienen sus raíces en un racismo flagrante. Frantz Fanon escribió que el maniqueísmo del colonizador a veces «llega a su conclusión lógica y deshumaniza al nativo, o para hablar claro, lo convierte en animal». De hecho, el ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, calificó en octubre de 2023 de «animales humanos» a los palestinos. Benjamin Netanyahu dijo de ellos: «No les llamo animales humanos porque sería insultar a los animales». En esta guerra colonial, a través de esta lente, las vidas palestinas, al igual que otras vidas morenas y negras, se convierten en una masa sin valor, sin rostro y deshumanizada, mientras que se elevan, se aprecian y se lloran individualmente otras vidas.

Deberíamos aferrarnos a estos pensamientos tanto como podamos, porque en el mundo distópico en el que hemos entrado, la simple mención de la raza y el racismo son, o pronto serán, violaciones de la perversa lectura actual de la ley federal. Una vez que los quislings que dirigen la Universidad de Columbia hayan puesto en práctica los decretos de sus amos en Washington y en el consejo de administración, una vez que se hayan extendido estos decretos a otras universidades amenazadas, será realmente peligroso enseñar e incluso citar a Fanon, como lo será la mera mención de la raza y el racismo, por no hablar del género, la discapacidad y muchas otras cosas. Nos estamos acercando a la situación de las universidades chilenas bajo Pinochet, en las que, por orden de un gobierno autoritario, se prohibieron ideas y libros, se expulsó y se detuvo a estudiantes, hubo departamentos ocupados, y profesores y personal despedidos.

No debemos lamentar en qué se ha convertido Columbia, pues por muy grande que haya sido, nada de esto resulta totalmente nuevo. Antes de las expulsiones y suspensiones actuales, Columbia expulsó una vez en su historia a un estudiante por protestar de forma no violenta: en 1936 por protestar contra el ofrecimiento de una tribuna a los nazis. En 1953, su presidente firmó una carta en la que declaraba a los comunistas no aptos para enseñar. Los administradores de Columbia despidieron a dos profesores por oponerse a la Primera Guerra Mundial por motivos pacifistas, mientras que se detuvo y se encarceló a estudiantes objetores de conciencia.

Durante mucho tiempo, Columbia ha sido dirigida más como el vasto y rico imperio empresarial e inmobiliario que es, que como una institución educativa. Es un lugar donde los fideicomisarios, los donantes y las poderosas escuelas profesionales dictan su política, y no el resto de su profesorado. En la primavera de 2024, dos tercios del claustro de profesores de Artes y Ciencias votaron en contra de otorgar su confianza a una presidenta que cedió a la presión externa, arrojó ó a su claustro a los pies de los caballos y llamó a la policía de Nueva York por primera vez desde 1968. Su sucesor la ha superado, adornando aún más las ya ricas tradiciones represivas de Columbia con una servil obediencia a los dictados del gobierno, promovidos y secundados con entusiasmo por desvergonzados colaboradores en el seno de la universidad.

Después de la capitulación del viernes, Columbia apenas merece el nombre de universidad, ya que su enseñanza y saber académico sobre Oriente Medio, y enseguida sobre muchas otras cosas, pronto serán objeto de examen por parte de un «vicerrector de pedagogía inclusiva», en realidad un vicerrector de propaganda israelí. Los partidarios de Israel, enfurecidos porque los estudios sobre Palestina hayan encontrado un lugar en Columbia, la denominaron en su día el «Bir Zeit del Hudson». Pero si sigue mereciendo el nombre de universidad, debería llamarse el Vichy del Hudson.

The Guardian, 25 de marzo de 2025

 

El gobierno de los EE.UU. manda una nota de rescate a la Universidad de Columbia

Sheldon Pollock

Como un capo de la mafia, el Gobierno amenaza con cortarle dos dedos a la Universidad: la libertad académica y el gobierno del profesorado

El pasado 15 de marzo, la Universidad de Columbia recibió lo que sólo puede describirse como la carta más peligrosa de la historia de la educación superior en los Estados Unidos. El remitente era el gobierno de los Estados Unidos. Como si de una nota de rescate se tratara, la misiva gubernamental insiste en que Columbia cumpla con una lista de exigencias de la administración Trump para tener siquiera una oportunidad de recuperar los 400 millones de dólares en fondos federales para la investigación científica que el Gobierno canceló el 7 de marzo.

Curiosamente, uno de los objetivos específicos identificados en la carta era el departamento de Columbia de Estudios de Oriente Medio, Asia Meridional y África (Mesaas), un pequeño departamento de humanidades dedicado al estudio de las lenguas, las culturas y la historia de esas regiones. El Gobierno exigió que se pusiera el departamento de Mesaas bajo «administración judicial» -básicamente, que la universidad se hiciera cargo de él- como condición previa para proseguir las negociaciones.

La batalla contra el autoritarismo que se está imponiendo en Washington parece girar hoy en parte en torno al destino de Mesaas.

¿Por qué Mesaas?

La campaña de Trump para destruir la independencia de la educación superior estadounidense comenzó cuando una obscura agencia federal, la Administración de Servicios Generales (GSA), en colaboración con los Departamentos de Salud y Servicios Humanos y de Educación, coordinó la extraordinaria medida de rescindir 400 millones de dólares en fondos federales para la investigación científica en Columbia, ya que Columbia «ha fracasado en lo fundamental a la hora de proteger a los estudiantes y profesores norteamericanos de la violencia y el acoso antisemitas».

Tras amenazar a otras 60 universidades con el mismo destino, el 13 de marzo el Gobierno envió su nota de rescate sólo a Columbia. Sus condiciones debían cumplirse en un plazo de siete días, y no a cambio de la liberación de los fondos, sino simplemente como «condiciones previas». A continuación, se presentarían otras exigencias para una «negociación formal», que no sería una verdadera negociación, porque la GSA seguiría reteniendo el dinero de la universidad, como un mafioso.

Las condiciones previas se refieren principalmente a la vigilancia de las protestas estudiantiles en el campus. Es probable que su imposición viole tanto la ley federal como la Constitución estadounidense, como ha dejado claro el claustro de profesores de Derecho de Columbia. Pero en un movimiento sorprendente e igualmente ilegal, el Gobierno se hacía con otro rehén en su carta: Mesaas. Durante un periodo de cinco años, Columbia debe poner académicamente bajo administración externa al departamento. A la universidad se le dio el mismo ultimátum de siete días para que especificara «un plan completo, con fechas concretas de entrega» para aplicar dicha administración.

Se trata de un intento sin precedentes de hacerse con el control de personas e ideas en una universidad norteamericana. En ocasiones, las universidades se ven obligadas a poner un departamento académico bajo administración externa, normalmente cuando se rompe el autogobierno del departamento. Normalmente, la administración nombra como director a un miembro de otro departamento durante un curso académico. El autogobierno actual de Mesaas es excelente, y no ha habido problemas en todos los años en los que yo he presidido el departamento.

Que el propio gobierno de los Estados Unidos intervenga directamente en el gobierno de la facultad -especificando el periodo extraordinario de cinco años, y con «metas que satisfacer» de cuyo cumplimiento podría depender la futura financiación de toda la universidad- no tiene precedentes en la historia de la enseñanza superior norteamericanas.

¿Por qué ha escogido señaladamente el Gobierno a este departamento?

La respuesta está clara: porque su profesorado no ha expresado un apoyo firme al Estado de Israel en su labor académica. El gobierno de los Estados Unidos se ha quedado prácticamente solo en el mundo en su inquebrantable apoyo ideológico y financiero a la violencia del Estado de Israel contra el pueblo de Palestina. Recientemente ha proporcionado el consentimiento, la justificación y las armas para la destrucción de Gaza por parte de Israel (esta misma semana se ha relanzado la destrucción, con la condena de todo el mundo, pero no de Washington, que fue el único que dio su apoyo).

Por el contrario, la investigación académica de destacados especialistas en el campo de los estudios sobre Oriente Medio, entre ellos los de Mesaas, ha reflexionado profundamente sobre la complejidad de la situación y ha cuestionado desde hace tiempo las versiones de la historia y las ideas raciales que alimentan las acciones de Israel. Los profesores de Mesaas formulan preguntas difíciles, pero totalmente legítimas, sobre Israel, y eso quiere prohibirlo nuestro gobierno.

El departamento de Mesaas no ha desempeñado papel alguno en la organización de las protestas estudiantiles en favor de Gaza. Pero Washington ha decidido que, además de dictar cómo debe gobernar una universidad la protesta política, debe controlar cómo gobierna la universidad la investigación académica - intensificando un amplio ataque a la investigación sobre Oriente Medio en todas las universidades norteamericana.

Con sus exigencias para hacerse esencialmente con el control de Mesaas, el gobierno federal está socavando dos principios fundamentales de la universidad estadounidense: el derecho de los departamentos académicos a autogobernarse y la libertad de los miembros del profesorado a expresar sus opiniones sin temor, lo mismo como autoridades en su campo de investigación que a título particular.

Columbia debe decidir antes del jueves 20 de marzo cómo responder a esta nota de rescate, en la que el Gobierno amenaza con cortarle dos dedos a la universidad: la libertad académica y el gobierno del claustro profesoral. Si la administración de Columbia capitula, eso marcará el comienzo de su propia destrucción y la de la universidad norteamericana como tal, precisamente lo que ha pedido el American Enterprise Institute, que proporcionó el modelo para la nota.

Los tribunales han parado hasta ahora más de cuarenta iniciativas de la Administración, aunque sigue sin estar claro si va a obedecer el jefe de la mafia. Sin embargo, mientras tengamos un sistema judicial funcional, la respuesta de Columbia a Trump sólo puede ser: nos vemos en los tribunales.

The Guardian, 19 de de marzo de 2025

 

¿Y si investigamos a Columbia por ser antipalestina?

Peter Beinart

Así que la Universidad de Columbia ha capitulado esencialmente ante las demandas de la administración Trump, lo cual tiene implicaciones para el futuro de Columbia y otras universidades norteamericanas que serán de muy largo alcance. Todavía no conocemos todas las repercusiones.

Pero creo que es importante entender que, aunque Donald Trump esté haciendo esto porque quiere domesticar y paralizar las universidades, sólo porque podrían ser centros de resistencia y pensamiento crítico contra su gobierno autoritario, de la misma manera que quiere paralizar y domesticar los medios de comunicación independientes, o los bufetes de abogados que podrían demandarlo, o el Departamento de Justicia, que podría ser independiente de su control, todas estas cosas, aunque esa es claramente la motivación de Trump, así como su capacidad de utilizar el antisemitismo con eficacia, se basan en el hecho de que hay un discurso sobre el antisemitismo que lleva existiendo desde mucho antes del 7 de octubre, pero que luego se ha intensificado desde la matanza del 7 de octubre, y que ha sido respaldado por muchos, muchos miembros del Partido Demócrata y les hace cómplices, por lo tanto, de esto.

Creo que lo fundamental que tenemos que entender sobre lo que es erróneo en este discurso del antisemitismo, lo que ha contribuido a traernos hasta aquí, no es que esté mal estar que nos preocupe mucho el antisemitismo. Por supuesto, deberíamos preocuparnos mucho el antisemitismo. El problema es que cuando se habla de antisemitismo en el contexto del conflicto entre Israel y Palestina, en el que hay dos grupos nacionales, hay que acompañarlo de un debate sobre el fanatismo antipalestino. Hablar de antisemitismo en el contexto de Israel-Palestina es algo fundamentalmente distinto, en ese sentido, de hablar de ello en el contexto del nacionalismo blanco o de algún otro episodio histórico.

En este caso, la cuestión es: ¿cómo tratamos a la gente de forma justa y equitativa? ¿La discriminamos por su postura en esta relación entre judíos israelíes y palestinos?

Pero, naturalmente, también hay que hacerse una pregunta sobre el otro grupo, sobre los palestinos, si es que pensamos que los palestinos son personas que merecen el mismo trato que los judíos, ¿no? Y en ese caso, si nos imaginamos que el debate sobre el antisemitismo ha de ponerse a la par con el debate sobre el fanatismo antipalestino, creo que la discusión sobre el antisemitismo tendría que ser radicalmente diferente. Porque cuando uno se pregunta si los estudiantes judíos se sienten incómodos o hasta inseguros cuando oyen lemas como «Palestina será libre desde el río hasta el mar» o «globalizar la intifada», también habría que preguntarse cómo se sienten los estudiantes palestinos cuando oyen lemas como «Estoy con las Fuerzas de Defensa de Israel» o «Israel tiene derecho a defenderse», ¿no?

Y cuando nos preguntamos por el acoso, ¿hay estudiantes judíos que son literalmente objeto de acoso por llevar kipa u otras cosas? Deberíamos también preguntarnos si no hay estudiantes palestinos que sean objeto de acoso por llevar kufiya. Pues sospecho que, si hay estudiantes judíos, lamentablemente, que van por el campus de Columbia u otros campus, y a los que les gritan porque llevan kipa, o llevan una estrella de David o lo que sea, creo que es una suposición bastante aceptable que también haya estudiantes palestinos a los que llaman «terroristas» o todo tipo de cosas desagradables, cierto, si llevan kufiya.

Si pensamos en las normas que regulan las protestas, una de las cosas que Trump quiere hacer, pero que estas universidades han venido haciendo desde el 7 de octubre, es tomar verdaderamente medidas drásticas acerca de las reglas de la protesta. Tendríamos que preguntarnos, no solo si Estudiantes por la Justicia en Palestina está violando estas nuevas y muy onerosas reglas sobre protestas, sino si los grupos proisraelíes las violan.  Si tenemos grupos de trabajo para investigar el antisemitismo, también hacen falta grupos de trabajo, no sólo sobre islamofobia, sino también sobre la intolerancia antipalestina, lo cual es algo diferente a la islamofobia. La mayoría de los musulmanes no son palestinos, y no todos los palestinos son musulmanes. Y si nos imagináramos un mundo en el que hacemos todas esas cosas, en el que nos preguntáramos «¿hay intolerancia hacia los palestinos?» al mismo tiempo que nos preguntáramos «¿hay intolerancia hacia los judíos?», entonces, de hecho, todo el debate sobre el antisemitismo sería completamente diferente.

Porque si tuviéramos que admitir que empezar por censurar una frase como «globalizar la Intifada» podría significar también que tuviéramos que censurar una frase como «yo apoyo a las FDI», tendríamos que arriesgarnos a crear un grupo de trabajo sobre actitudes antipalestinas formado por muchos profesores palestinos y pensar en lo que podrían recomendar en términos de cambios en la universidad, por supuesto.

O bien, si tuviéramos que aplicar estas normas sobre protestas por igual y empezáramos a pensar en la forma en que eso afectaría a los derechos de protesta de los estudiantes proisraelíes, entonces, de repente, desaparecería de hecho buena parte de la presión que se está ejerciendo sobre lo que las universidades deberían hacer, ¿verdad? Porque la gente se daría cuenta casi de inmediato de que, si se aplicara igualmente en el caso de los palestinos, se empezaría a infringir esos derechos en formas que serían realmente problemáticas. Obligaría a la gente a empezar a pensar en la importancia de la libertad de expresión, incluida la libertad de expresión que incomoda a la gente.

La única razón por la que la gente siente esta presión para ser tan draconianos en lo que toca a la libertad académica, al derecho a la protesta, es precisamente porque nadie imagina que estos principios puedan aplicarse a estudiantes acusados de intolerancia antipalestina. Y, por supuesto, eso se debe a que no tenemos lenguaje para referirnos a la intolerancia antipalestina en el debate político norteamericano dominante, pues se asume sencillamente que hay que tratar a los palestinos como inferiores. No hay ninguna expectativa de que se les trate con equidad en Palestina e Israel, donde la gran mayoría de los miembros del Parlamento apoyan la idea de un Estado basado en la supremacía legal judía. Y del mismo modo, no hay ninguna expectativa sobre esto en los Estados Unidos, ¿verdad? 

Pero si existiera esa expectativa, entonces todo lo que ha sucedido con el debate sobre el antisemitismo y la forma en que ahora se está utilizando para aplastar realmente la libertad académica y la independencia de las universidades, sencillamente no podría darse como se está dando. Sólo por el hecho de que los palestinos no cuentan en este debate es por lo que tenemos este género de discusión sobre el antisemitismo que nos ha llevado a acabar en este lugar tan desastroso.

The Beinart Notebook, 24 de marzo de 2025

 
historiador palestino-norteamericano de Oriente Próximo, ha sido catedrático Edward Said de Estudios Árabes Modernos en la Universidad de Columbia. Fue editor del Journal of Palestine Studies desde 2002 hasta 2020, cuando pasó a ser coeditor. Es autor de varios libros, entre ellos “The Hundred Years' War on Palestine” y “Palestinian Identity: The Construction of Modern National Consciousness”. Ha sido presidente de la Asociación de Estudios de Oriente Medio y ha impartido clases en la Universidad Libanesa, la Universidad Americana de Beirut, la Universidad de Georgetown y la Universidad de Chicago.
 
es profesor emérito de la cátedra Arvind Raghunathan de estudios sudasiáticos en la Universidad de Columbia y ex director del departamento de Mesaas. No desempeña actualmente ninguna función en la administración del departamento ni de la Universidad y escribe únicamente a título personal.
 
periodista colaborador de The New York Times, The New York Review of Books, The Daily Beast, Haaretz o CNN, fue director de la revista The New Republic. Profesor de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la City University de Nueva York y director de la revista digital Jewish Currents, ha pasado de comentarista liberal judío a manifestarse como agudo crítico de Israel y el credo sionista.
Fuente:
The Guardian, 19 y 25 de marzo de 2025; The Beinart Notebook, 24 de marzo de 2025


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Publicado en Nature https://www.nature.com/articles/d41586-025-01016-z?utm_source=Live+Audience&utm_campaign=64273023ff-nature-briefing-...