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viernes, 26 de diciembre de 2025

Neoliberalismo, burocracia y Robert Maxwell: cómo las revistas científicas primaron el negocio sobre el saber

Publicado en elDiario.es
https://www.eldiario.es/sociedad/neoliberalismo-burocracia-robert-maxwell-revistas-cientificas-primaron-negocio_1_9952229.html





Neoliberalismo, burocracia y Robert Maxwell: cómo las revistas científicas primaron el negocio sobre el saber
  • El mercado editorial, hasta entonces en manos de las sociedades científicas, sufrió un primer cambio a mediados del SXX a través de la figura de Maxwell; la llegada del neoliberalismo e internet en los 90 acabó de transformarlo                                              
19 de febrero de 2023 
Actualizado el 23/02/2023

La Ciencia no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que los investigadores no pagaban por publicar, en el que las revistas científicas no eran un pingüe negocio y se centraban más en el conocimiento que en los ingresos. Pero una lluvia de dinero, el aumento del volumen de trabajo y por tanto de la carga administrativa y la ambición de Robert Maxwell en la Europa de la posguerra transformaron el sector.     

Hoy los científicos tienen que costearse sus propias publicaciones con fondos que en teoría son para investigar, editan el trabajo de sus colegas gratis y, en ocasiones, tienen que pagar de nuevo –personalmente, los menos, o sus instituciones– por leer el trabajo que ellos mismos generan para que otros se queden con los beneficios.  

Pero la Ciencia no siempre fue así, insiste Carlos Chaccour, investigador del ISGLOBAL. “Desde que aparecieron en el siglo XVII las primeras publicaciones científicas y la diseminación del conocimiento, estaba todo en manos de las sociedades científicas. Pero eran simplemente los científicos contándose sus historias y compartiendo hallazgos”, recuerda Chaccour.

Luego vendrían las revistas propiamente, pero el sistema se mantuvo bajo ese modelo hasta mediados del siglo XX. Entonces, en la Europa de la posguerra se juntó todo: un modelo agotado, pequeño, ineficiente e incapaz de dar una respuesta ágil en términos de publicación a la creciente producción científica, que se acumulaba en las sociedades esperando turno, una lluvia de dinero para las instituciones y la irrupción de la persona que cambiaría el mercado para siempre.

Un tipo ambicioso con muchas ideas

Achacar todo el cambio que se ha producido en un sector cualquiera a un solo hombre suele ser complicado –excepto para los Henry Ford de la vida–, y más un cambio tan grande, pero quienes conocen esta historia le ponen nombre y apellido al declive: Robert Maxwell.   

Maxwell es una figura intrigante. Checo de nacimiento y británico de adopción, murió en las Canarias en 1991 al, supuestamente, caerse de su barco y ahogarse, una versión cuestionada desde muchos frentes. Pese a que fue multimillonario, falleció sepultado en deudas y tras haber vaciado el fondo de pensiones de sus empleados. Sobre su figura han pesado también sospechas de que era agente del Mossad, el servicio secreto israelí, y tuvo una relación muy cercana con la URSS. Este editor ha pasado a los libros como un magnate de la prensa capaz de rivalizar con Rupert Murdoch –fueron enemigos de negocios y también ideológicos– y fue incluso diputado laborista británico. Entre todas estas actividades encontró tiempo para modificar por completo la estructura de publicación de ciencia y ser considerado el padre del actual sistema de revistas.

La de Maxwell es la historia de un oportunista, una persona con ambición, visión y talento que tras pelear en la II Guerra Mundial con los británicos se encontró en Berlín en 1946, con 23 años y el objetivo declarado de hacerse millonario, según recuerda este artículo de The Guardian. Allí se encontró en el sitio exacto en el momento preciso.

Tras la guerra, el Gobierno británico estaba preocupado por el paupérrimo estado en el que se encontraba el ecosistema nacional de publicaciones científicas, varios años por detrás de un cuerpo científico que incluía apellidos ilustres como Fleming o Darwin (nieto). Así que decidió relanzar la histórica editora nacional Butterworths, uniéndola con la solvente –y alemana– Springer.

Maxwell, que vivía entonces en la capital germana y había colaborado con Springer, encontró en esa fusión su oportunidad. Empezó a trabajar para la nueva empresa y acabó haciéndose con ambas editoriales. El momento fue perfecto. Llamó a la unión de ambas Pergamon Press –años más tarde se la vendería a Elsevier–, y se dispuso a cambiar el sector. El primer gran movimiento, que de hecho empezó su socio, Paul Rosbaud, fue convencer a las sociedades científicas, que históricamente habían controlado sus propias revistas, de que necesitaban más publicaciones, más especializadas, cada una en su pequeño nicho. Para ello bastaba con persuadir a la persona adecuada y, premio, ponerla al frente. El siguiente paso fue vender las suscripciones de estas revistas a las bibliotecas universitarias, boyantes de dinero en aquellos momentos. El sistema estaba montado.     

Una nueva revista por semana

Isidro F. Aguillo, responsable del laboratorio de Cibermetría del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, cuenta que en su momento más álgido el editor llegó a abrir una revista nueva cada semana. “Se dio cuenta del negocio que había”. En 1959, Pergamon editaba 40 publicaciones. En 1965 sumaba 150. Era la cabeza del mercado sin un rival cercano. Fue perfeccionado y ampliando el método: pasó de crear revistas a comprar las que aún editaban las sociedades, o gestionarlas a cambio de una cuota mensual.

También cambió las maneras en la ciencia. Abordaba a los científicos en las conferencias para ficharlos y que editaran o publicaran en exclusiva con él. Lo hacía de manera agresiva u ofreciéndoles lujos (fiestas, viajes en barco) a los que no estaban acostumbrados. Ganó científicos para sus revistas, pero perdió a su socio Rosbaud, que no estaba de acuerdo con sus métodos. El dinero que ponía por delante podía con todo. “Era muy impresionante”, dijo en una ocasión Leslie Iversen, antiguo editor del Journal of Neurochemistry. “Cenábamos y tomábamos un buen vino, y al final nos entregaba un cheque: unos miles de libras para la sociedad. Era más dinero del que nosotros, los pobres científicos, jamás habíamos visto”.

Una de las claves del éxito de Maxwell fue que supo ver (o crear) un hecho clave: el mercado de la publicación científica es infinito. Cuando se entiende que cada artículo es único, que da cuenta de un descubrimiento exclusivo y que no se puede reemplazar por otro, se llega a la conclusión de que crear una nueva revista no le quita negocio a su teórica competidora. Solo lo amplía. Cuando aparece una nueva revista simplemente los científicos pedirán a su institución que se suscriba a ella para estar informados. Y a seguir facturando.

La llegada del neoliberalismo

A Maxwell también se le relaciona, explica Chaccour, con la creación del factor de impacto, el índice bibliográfico más utilizado en Ciencia y que mide la frecuencia con la cual ha sido citado el artículo promedio de una revista en un año en particular. “No aceptaba todo, solo ciertos artículos, lo que favorece que se cite más, más gente quiera publicar en sus revistas y él pueda seleccionar”, explica el investigador.

Según esta teoría, esto modeló el factor de impacto, que se utiliza hoy para evaluar la calidad de una revista. En ocasiones los editores también tiran de este índice para justificar sus precios, tanto para suscribirse como para publicar. Y para indexar una revista en la Web of Science (WoS) o Scopus, los dos sitios de referencia, las empresas tienen más capacidad que las sociedades científicas. Unáse a toda esta corriente el desembarco del neoliberalismo en la Ciencia y la comercialización total de las revistas y salen los ingredientes para el siguiente gran cambio en el sector de la publicación científica.

Vicenzo Pavone, del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, explica que hacia finales de los 80 “las revistas de referencia estaban gestionadas por las propias comunidades o sociedades científicas, y seguían el mismo protocolo de calidad que se sigue hoy”. Los costes de editar las revistas se cubrían con las cuotas de membresía de los propios científicos que pertenecían a estas sociedades.

Pero a partir de los noventa, continúa Pavone, “las sociedades científicas empezaron a subcontratar o directamente vender sus revistas a empresas como Elsevier. Es decir, la gestión científica (gratuitamente ofrecida) se quedaba en la sociedad científica, pero la gestión técnica y comercial de la revista pasaba a ser tarea de las editoriales”.

En paralelo llegó la sustitución del papel por internet. Antes de esto las revistas ya aplicaban una política de suscripciones particular, que no se basaba en el valor del producto que vendían, explica Aguillo. “Había precios diferentes para suscripciones de revistas. Uno era el individual, que podía ser 40 o 50 dólares anuales. Pero si lo compraba una institución el precio se multiplicaba por 20 o 30 hasta los 900 o 1000 dólares”. Por el mismo producto, una revista en papel.

Y llegó internet: otro soporte, mismo negocio

Internet lo cambió todo, también en este sector. “Aunque lo que cobraban [las revistas] por el papel ya entonces no era real, dejó de ser cierto definitivamente [sin los costes del papel y de imprimir]”, explica Aguillo. Pero a los editores les siguió pareciendo natural seguir cobrando por la suscripción; podía haber cambiado el formato, pero el producto era el mismo.

Sin embargo, ante la proliferación de revistas algunas de las universidades norteamericanas más potentes (Harvard, Stanford) se plantaron, recuerda Aguillo. Pagaban muchas suscripciones y sus científicos les pedían más. No había fondos para todo. “Este fue uno de los orígenes del open access”, asegura el investigador del CSIC.

Ante el pie en pared de muchos clientes y el impulso de las instituciones de la “ciencia abierta”, se creó otro modelo. En vez cobrar por la lectura de los artículos a través de suscripciones, las revistas cargaron los costes a los investigadores que querían publicar. Les cobraban una cantidad en concepto de “procesamiento de artículos” (APC, en sus siglas en inglés), que varía según el factor de impacto de la revista (actualmente puede subir hasta los 10.000 dólares en las de más prestigio) –pese a que todo el trabajo técnico lo hacen, de manera gratuita, los propios científicos–, pero abrían el acceso a todo el mundo.

Pavone lamenta que instituciones como la UE hayan apostado por la ciencia abierta, pero sin plantearse otro modelo al de pagar por publicar que se ha acabado imponiendo. “No se ha esforzado, ni siquiera se ha debatido, en buscar un modelo alternativo. Creo que la solución no es crear nuevas revistas” de acceso libre y sin coste para el investigador, rechaza la idea que proponen algunos científicos. “Las hay muy buenas y son las que la gente lee. Pero si la UE me paga a mí [a través de los proyectos de investigación] para que yo le pague a una editorial, ¿por qué no le pagan directamente a las academias para que gestionen sus revistas?”, se pregunta.

Aguillo recuerda que “el ánimo mercantilista de las revistas no es nuevo, quizá sea más evidente. Pero antes era la biblioteca la que pagaba y estaba presionada por los investigadores para tener las suscripciones y ahora se ha pasado el coste a los investigadores, que se han vuelto más conscientes de lo que supone”. Una evolución que recuerda a la de tantos sectores, que poco a poco han ido desplazando los costes al usuario final.     

 ¿Qué balance global ha dejado el cambio de modelo? “El usuario final de países en desarrollo ha ganado porque tiene acceso ahora a revistas que antes no podía”, opina. “Pero han perdido los investigadores que no tengan un proyecto (sea de manera estructural o coyuntural) y han perdido los jóvenes y por supuesto los investigadores privados, que no tienen una institución detrás que pague por publicar”.       

  

viernes, 14 de noviembre de 2025

[ LIBRO ] "Dark Academia. How Universities Die", Peter Fleming

Descargar de: https://drive.google.com/file/d/1UNRrqxKhTCMYYcBlBd0_mZ1cLoHepTX8/view?usp=sharing





El análisis de Fleming es agudo, ingenioso e inquebrantable. Argumenta que la universidad se ha convertido en una "institución zombi", manteniendo exteriores los rituales del mundo académico mientras que su vida interna ha sido vaciada por la lógica del mercado. Él detalla cómo el lenguaje de "excelencia", "impacto" y "marca" ha creado un ambiente de ocupación performativa donde la verdadera curiosidad intelectual es un pasivo. El capítulo sobre el "cinismo comunal"—donde todo el mundo sabe que el juego está amañado pero se siente obligado a seguir el juego—fue un espejo sostenido a todo mi departamento. Este libro no ofrece soluciones fáciles, y esa es su fuerza. No es una guía de autoayuda para sobrevivir a la academia; es un diagnóstico de una condición terminal. Me dio el vocabulario para entender mi agotamiento no como un fallo personal, sino como una respuesta lógica a un sistema roto. Fue el empujón que necesitaba para mirar más allá de los muros de la universidad para una vida y una carrera significativas.


10 lecciones e ideas de "Dark Academia":


1. La Universidad es una "institución zombi": camina y habla como un lugar de aprendizaje, pero su núcleo ha sido consumido por el gerialismo corporativo, dejando un caparazón hueco que imita a su antiguo yo.


2. El "Profesionalismo Tóxico" es la cultura prevalente: un espíritu performance de exceso de trabajo, competitividad y pasión fingida enmascara un sistema de explotación, creando un ambiente donde el agotamiento sea la norma, no la excepción.


3. Tu valor se reduce a una producción metrizada: tu valor como académico no es tu contribución docente o intelectual, sino tu capacidad para generar "productos" mensurables: publicaciones, subvenciones y citas.


4. El imperativo "Publicar o Perecer" es estructuralmente sádico: el sistema está diseñado para crear un estado permanente de ansiedad e inseguridad laboral, especialmente para los investigadores de carrera temprana, obligándolos a entrar en un ciclo de producción sin fin.


5. La administración es la nueva actividad básica: el verdadero crecimiento en las universidades está en los papeles directivos y administrativos, que imponen regímenes de auditoría y cumplimiento que estrangulan la enseñanza y la investigación reales.


6. La Agenda "Impacto" es a menudo una farsa: la presión para demostrar el "impacto" social de la investigación a menudo lleva a ejercicios artificiales que distorsionan la investigación intelectual genuina.


7. La precariedad es una característica, no un error: la dependencia de un vasto ejército mal pagado de adjuntos e investigadores de contratos de plazo fijo es esencial para el modelo de negocio, asegurando una mano de obra desechable con poco poder o seguridad laboral.


8. El cinismo es el Mecanismo de Afrontación Colectiva: La mayoría de los académicos son privadamente cínicos acerca de las demandas del sistema, pero este cinismo es pasivo. Permite que el juego continúe porque todo el mundo tiene demasiado miedo de dejar de jugar.


9. La "marca" lo es todo: la principal preocupación de la universidad es su marca de mercado y su posición en las tablas de la liga. La educación y la investigación son meramente herramientas de marketing para atraer clientes (estudiantes) e inversión.


10. Escape es una elección legítima y a menudo salvadora de la cordura: Fleming legitima el deseo de abandonar la academia. Reconocer que el sistema es disfuncional, en lugar de interiorizar su fracaso como suyo propio, es el primer paso hacia la liberación y una vida profesional más saludable.



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En Amazon: https://www.amazon.com/Dark-Academia-How-Universities-Die/dp/0745341063

Dark Academia: How Universities Die

de Peter Fleming (Autor)


«Los libros de Fleming son brillantemente sarcásticos y hilarantemente furiosos» —Guardian


«Un libro excelente e importante» —Journal of Education, Innovation, and Communication


Para el profesor Peter Fleming, existe una fuerte relación entre la neoliberalización de la educación superior en los últimos veinte años y el infierno psicológico que ahora sufren su personal y sus estudiantes. Cree que las jerarquías administrativas impersonales e implacables han sustituido al criterio académico, la colegialidad y el sentido común profesional. Lamenta el sistema moderno de educación superior y pone de relieve lo que ha fallado y por qué.


Si bien antes se consideraba que la academia era el mejor trabajo del mundo, uno que fomentaba la autonomía, el oficio, la satisfacción laboral intrínseca y el entusiasmo vocacional, hoy en día sería difícil encontrar un profesor que lo crea.


Fleming se adentra en este nuevo mundo obsesionado por las métricas y excesivamente jerárquico para sacar a la luz el lado oculto de la universidad neoliberal. Examina:


*La comercialización.

*Las enfermedades mentales y las autolesiones.

*El auge del gerencialismo.

*Los estudiantes como consumidores y evaluadores.

*El individualismo competitivo que proyecta un oscuro halo de alienación sobre los departamentos.

*¡Y mucho más!


Arguing that time has almost run out to reverse this decline, this book shows how academics and students need to act now if they are to begin to fix this broken system.


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"Fleming's books are sparklingly sardonic and hilariously angry"—Guardian

"An excellent and important book"—Journal of Education, Innovation, and Communication


To Professor Peter Fleming, there is a strong link between the neo-liberalization of higher education over the last 20 years and the psychological hell now endured by its staff and students. He believes that impersonal and unforgiving management hierarchies have supplanted academic judgement, collegiality, and professional common sense. He bemoans the modern system of higher education and shines a spotlight on what’s gone wrong and why.


While academia was once thought of as the best job in the world, one that fosters autonomy, craft, intrinsic job satisfaction, and vocational zeal, you would be hard-pressed to find a lecturer who believes that now.


Fleming delves into this new metrics-obsessed, overly hierarchical world to bring out the hidden underbelly of the neoliberal university. He examines:


*Commercialization

*Mental illness and self-harm

*The rise of managerialism

*Students as consumers and evaluators

*The competitive individualism which casts a dark sheen of alienation over departments

*And much more!


Arguing that time has almost run out to reverse this decline, this book shows how academics and students need to act now if they are to begin to fix this broken system.


miércoles, 25 de junio de 2025

MÉXICO: ¿Ciencia para publicar en revistas prestigiadas o para reindustrializar el país?

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/06/18/opinion/ciencia-sin-industria-talento-sin-destino




Ciencia sin industria, talento sin destino

Cuatro décadas después, la paradoja es evidente: México genera conocimiento que su economía no puede aprovechar. 

18 de junio de 2025 

Con la apertura económica y la adopción del modelo neoliberal en los años 80, México dejó de concebir el conocimiento como herramienta del desarrollo productivo. La nueva planta industrial se configuró bajo control extranjero, con empresas trasnacionales que conservaron sus centros de investigación en los países de origen. No necesitaron del conocimiento generado localmente. En ese contexto, contar con un aparato científico nacional vinculado al aparato productivo dejó de ser necesario. 

Desde entonces, ciencia, tecnología, industria y pensamiento social siguieron caminos separados. Mientras la estructura productiva se subordinaba a cadenas globales de bajo valor agregado, el sistema científico se replegó hacia la academia. El Conacyt concentró sus esfuerzos en formar doctores, financiar posgrados y evaluar artículos indexados. Y las ciencias sociales, atrapadas en circuitos teóricos importados, abandonaron toda aspiración de orientar un proyecto nacional. Cuatro décadas después, la paradoja es evidente: México genera conocimiento que su economía no puede aprovechar.  

Desde la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 1984, la política científica giró en torno al reconocimiento externo. La ciencia se volvió una carrera individualista, enfocada en publicaciones especializadas, no en resolver problemas públicos. Al mismo tiempo, las universidades y centros de investigación se cerraron sobre sí mismos, amparados en una noción de autonomía desvinculada del interés nacional. La “excelencia” funcionó como escudo contra cualquier transformación. Emergió así una élite académica dorada, financiada por el Estado, pero alejada de las necesidades del país. 

Muchas disciplinas, especialmente en las ciencias básicas, operan hoy sin conexión alguna con el aparato productivo. En las ciencias sociales, el panorama es aún más grave: domina un colonialismo intelectual que impide la construcción de agendas propias, subordinando la colaboración internacional a intereses ajenos al desarrollo nacional. No se trata sólo de enfoques teóricos: en cuatro décadas, las ciencias sociales mexicanas han sido incapaces de proponer una política de planificación, un modelo de reindustrialización o una alternativa coherente de proyecto nacional. Sin pensamiento social articulado al interés público, la política científica corre el riesgo de volverse tecnocrática o vacía de sentido nacional. 

El SNI ha crecido de forma vertiginosa –de mil 396 miembros en 1984 a más de 46 mil en 2025–, pero sin reflejarse en el desarrollo humano o la innovación tecnológica. Aunque hay aportes relevantes, el sistema funciona como una maquinaria simbólica que legitima privilegios. Basta con publicar en revistas de circulación restringida –aunque nadie las lea en el país– para mantener los estímulos. En esta lógica, el SNI opera como un programa de transferencias sin evaluación colectiva. 

La formación científica se ha vuelto un ciclo cerrado: produce doctores que no tienen dónde insertarse, más allá de universidades públicas ya saturadas. En lugar de integrarse al aparato productivo, el talento circula dentro del propio sistema, sin romper su inercia. El riesgo es evidente: convertir la ciencia en simulacro de legitimidad, sin impacto real. 

Si esta tendencia continúa, podríamos enfrentar una paradoja mayor: más investigadores compitiendo por estímulos que ingenieros resolviendo problemas industriales. No se trata de un exceso de científicos, sino de la ausencia de un proyecto de nación que los articule al desarrollo. Mientras, la industria manufacturera –controlada por capital extranjero– opera sin relación con el conocimiento local, profundizando la desconexión entre ciencia, educación y producción. 

México no necesita simplemente más doctores o más ingenieros. Necesita un proyecto de desarrollo que los requiera, los articule y los valore. Sin una política industrial soberana que impulse la innovación local, cualquier esfuerzo por formar talento seguirá cayendo en el vacío. 

Frente a este escenario, el gobierno de la Cuarta Transformación representó un parteaguas. Por primera vez en décadas, se impulsó un esfuerzo serio por reorientar la política científica hacia el bienestar colectivo. El Conahcyt –con una intención renovadora y objetivos ambiciosos, aunque sin una estrategia plenamente consolidada– buscó restructurar los centros públicos de investigación, reformar el SNI, reordenar las prioridades del sistema y corregir prácticas discrecionales en el uso de recursos públicos. 

Este intento por vincular el conocimiento con el interés nacional y cerrar espacios a los abusos presupuestales enfrentó resistencias significativas: desde estructuras burocráticas consolidadas y sectores académicos reacios al cambio, hasta decisiones del Poder Judicial que impidieron establecer responsabilidades por el uso indebido de fondos públicos. En algunos casos, quienes fueron señalados por estas prácticas regresaron a ocupar posiciones de influencia dentro del sistema. Estas resistencias limitaron el alcance del proyecto e impidieron una transformación más profunda y sostenida. 

La transformación del Conahcyt en Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti) puso en evidencia el conflicto entre dos proyectos de desarrollo científico: uno con vocación popular, orientado al bienestar colectivo; y otro aferrado a beneficios corporativos y a criterios autorreferenciales. Aunque el discurso reformador se ha sostenido, el impulso original ha enfrentado los límites de una institucionalidad marcada por inercias profundas. La lógica de la administración pública, con sus tiempos, resistencias y mecanismos de operación, ha terminado por influir en la implementación del nuevo modelo científico. En lugar de consolidar una ruptura estructural, se observa una tendencia a normalizar los cambios dentro de los marcos existentes, lo que ha debilitado el horizonte transformador planteado inicialmente. 

Mientras, México sigue formando generaciones de especialistas sin destino. Urge reconstruir el vínculo entre ciencia, Estado e industria. Pero debe quedar claro: la Secretaría de Ciencia no basta. Su función es reorganizar el sistema y desmontar los privilegios de las élites académicas, pero si el Estado no interviene para reindustrializar el país, el talento seguirá siendo irrelevante. 

El conocimiento no se traduce en bienestar si no hay un aparato productivo nacional que lo demande. Sólo una política científica soberana, respaldada por una política industrial firme, podrá poner el conocimiento al servicio del país y consolidar el horizonte transformador que la Cuarta Transformación apenas comenzó a trazar, pero que sigue esperando ser profundizado. 

*Director del CIDE

Ruptura total entre la RAE y el Instituto Cervantes

Publicado en  La Jornada https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/12/12/cultura/ruptura-total-entre-la-rae-y-el-instituto-cervantes Ruptura t...