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miércoles, 9 de abril de 2025

LIBRO: Participación de las mujeres en el sector editorial latinoamericano

Publicado en Blok de Bid
https://www.ub.edu/blokdebid/es/node/1383 






Hacia una subjetividad editorial femenina

Mié, 02/04/2025 

Alfredo Lèal
Instituto de Investigaciones Bibliográficas. UNAM

Szpilbarg, Daniela; Mihal, Ivana. Participación de las mujeres en el sector editorial latinoamericano [en línea]. Bogotá: Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe – Cerlalc, 2024. 61 p. <https://cerlalc.org/publicaciones/participacion-de-las-mujeres-en-el-sector-editorial-latinoamericano/>. [Consulta: 26.3.2025]. ISBN (PDF): 978-958-671-275-0. 



Presentado a la manera de un informe que da cuenta de la investigación piloto llevada a cabo en el sector editorial de Argentina, Colombia, Chile, Guatemala y Perú por las investigadoras Daniela Szpilbarg e Ivana Mihal, este trabajo dista mucho de limitarse a ofrecer una somera descripción de la Participación de las mujeres en el sector editorial latinoamericano, mostrándose más bien como, cuando menos, un inmejorable punto de partida para ulteriores investigaciones en el campo de los estudios del libro y la edición. Empleando herramientas sociológicas, principalmente encuestas y gráficas, tanto como un enfoque metodológico comparativo fuertemente anclado en la teoría feminista, con especial atención al modo en que en ésta se ha pensado, por ejemplo, en la categoría de trabajo, Szpilbarg y Mihal le ofrecen al lector y la lectora –especialista o no en temas de edición– un diagnóstico crítico en torno a la importancia de entender, documentar y, por supuesto, transformar las condiciones de la mujer en el sector editorial de América Latina.

De los cuatro apartados, el primero le sirve a las investigadoras para plantear sus hipótesis de trabajo, sustentadas en un diálogo horizontal con otras investigaciones que hoy día, a pesar de ser ciertamente recientes, resultan centrales en el desarrollo del estudio de los modos y alcances, materiales tanto cuanto simbólicos, del trabajo de las mujeres en el sector editorial, como lo son los trabajos de Marina Garone (Las mujeres y los estudios del libro y la edición en Iberoamérica, Universidad de Los Andes, 2023) o Ana Gallego Cuiñas («Femedición: hacia una práxis editorial feminista en Iberoamérica», Iberoamericana, 2022). Luego de establecer el estado de la cuestión, Szpilbarg y Mihal plantean que «el género determina no solamente las condiciones de trabajo en las editoriales, sino que también influye [en] otros aspectos que se expresan en las decisiones y políticas editoriales» (p. 14), por lo cual «es necesario considerar [a las editoras] como agentes intelectuales y, en esa medida, es preciso indagar por la experiencia de las mujeres en tanto editoras, frente a la tarea de selección e intervención sobre los textos» (p. 14).

De este modo, los datos que arrojan las encuestas realizadas son fundamentales para que, en las secciones 2 y 3, se establezca el soporte empírico sociológico para la sección 4, por mucho la más interesante del informe, sobre todo por el modo en que los números y porcentajes diagramados en gráficas adquieren, si no un rostro, sí una cierta familiaridad para todxs quienes investigan los procesos y políticas editoriales en América Latina. De esta manera, en un apartado que «recupera las opiniones, percepciones y experiencias con base en sus trayectorias como mujeres editoras, las cuales revelan una compleja interrelación entre los aspectos laborales y personales de las editoras, y ofrecen una visión rica y matizada de las condiciones de trabajo en el sector editorial» (p. 34), las investigadoras nos ofrecen un documento sociológico para lo que, con base en su texto, podríamos denominar la subjetividad editora femenina.

La definición de dicha subjetividad no es, creemos, asunto menor. Por el contrario: entenderla, documentarla y problematizarla resulta harto necesario en un ecosistema donde los libros de Carlos Barral, Jorge Herralde o Guillermo Schavelzon son mercancías que casi de inmediato encuentran su público lector –constituyendo, de paso, un género específico de las memorias culturales, como lo proponen Ana Gallego Cuiñas y Jorge J. Locane, coordinadorxs del dossier «Poéticas de editor/a: aproximaciones críticas para la demarcación de un género» de la Revista de Estudios Hispánicos, 2024–, mientras que nombres como Carmen Balcells, Esther Tusquets o Beatriz de Moura siguen más bien asociándose con el boom, es decir, con el éxito comercial de cuatro escritores hombres, cuatro «machos alfa», para usar la expresión que al respecto diera Roberto Bolaño. Baste decir que, de las tres, sólo Tusquets es autora de un libro de su experiencia como editora: Confesiones de una editora poco mentirosa (RqueR, 2005), desde cuyo título se perciben empero los ecos dieciochescos de aquellas mujeres que, en los salones literarios, se posicionaban en un campo controlado por los hombres.

En este sentido, es importante lo que el estudio de Szpilbarg y Mihal nos demuestra, en tanto la mujer editora, si la entendemos en cuanto subjetividad, se construye a sí misma: «es con el paso del tiempo que las mujeres fueron habilitadas o se habilitaron a sí mismas a tomar un rol que, más allá́ de lo ejecutivo o resolutivo, conllevaba tomar decisiones en cuanto a la construcción del catalogó, por medio de contratación de textos o adquisición de textos de otras lenguas para publicar traducciones» (p. 36). Historiar la subjetividad editora femenina implica, primero, debatir todo argumento que pretenda que dicha habilitación no es restrictiva de las mujeres. Por ello resulta indispensable, como lo hacen ver las autoras del informe, constatar «la confirmación de la feminización del trabajo editorial […] [la cual] se visualiza en el elevado número de mujeres que forman parte de los equipos editoriales, incluso en los grandes grupos empresariales» (p. 37), pero sobre todo en la medida en que, como lo demuestra el testimonio de varias de las editoras entrevistadas, «la feminización de la labor en la edición contemporánea se asocia a la precarización laboral, y como consecuencia de condiciones económicas menos redituables» (39). 

Así pues, mientras que, en palabras de una entrevistada, «los hombres hablan siempre en singular», siendo quienes, al final, se quedan con los créditos ante el público por los logros de una u otra editorial o sello, es un hecho que, en la voz de otra editora: «el mundo editorial en América Latina no ha sido nunca un mundo de hombres, sino un mundo lleno de mujeres, pero son los hombres los que salen en la foto. Eso ha cambiado, pero no en el mundo corporativo» (p. 43). Esto nos permite vislumbrar algunos derroteros críticos, por ejemplo, para el ámbito de las investigaciones –y ni qué decir en reseñas de índole más bien periódica– donde pocas veces se considera que una mercancía editorial que, ante el público, aparece como producto del borrado y la superación de las desigualdades de género, tiene, en su proceso productivo, una dinámica propiamente patriarcal. La oferta masificada de autoras, por ejemplo, de la literatura latinoamericana –Luiselli, Scweblin, Enriquez…–, no sólo no logra subsanar dichas instancias desigualmente construidas en la trastienda editorial, sino que de algún modo las replica vis a vis con otras mujeres cuyas obras se editan en editoriales significativamente más pequeñas y menos poderosas que Planeta o Random House.

De esta manera, en palabras de una de las entrevistadas, así como «los superjefes son varones» (p. 44), ¿podemos decir que las «superautoras» producen un efecto de feminización hacia aquellas que publican en editoriales medianas o pequeñas, convirtiendo el salto al gran conglomerado de sellos –absorbidos, por cierto, mediante una lógica que no puede sino concebirse en términos de neocolonialidad, en el sentido en que, como afirma Maurizio Lazzarato, «el primer botín del colonizador es la lengua del colonizado»– en otro techo de cristal? ¿Cómo pensar los casos de la mexicana Brenda Navarro, la ecuatoriana Mónica Ojeda o la uruguaya Fernanda Trías? Nos parece sumamente revelador que esta feminización sea incluso enunciada en la opinión de una editora chilena, quien afirma que hay menos mujeres en el catálogo a su cargo porque «a las mujeres hay que perseguirlas para que envíen manuscritos, en cambio los hombres envían y envían. Las mujeres, quizás por miedo, vergüenza o menos determinación que los hombres, envían mucho menos» (p. 48). Recuperamos las palabras de las propias Szpilbarg y Mihal, para quienes «resulta significativo que una de las editoras entrevistadas mencione que las mujeres no envíen tantos materiales por “miedo o vergüenza”, ya que en algunas otras entrevistas se habla de que las mujeres, por su dedicación a las tareas del hogar, necesitan de más tiempo para finalizar obras para presentar a las editoriales» (p. 48).

Si partimos, pues, del hecho de que una autora publicada en un sello trasnacional tiene, generalmente, un compromiso por más de una obra, mientras que una autora que publica, por ejemplo, en una editorial independiente –la chilanga Polilla Editorial o la madrileña Piezas Azules–, tiene la opción de firmar sólo por dicho material, cabe preguntarse por los problemas sistémicos que persisten en la consideración y el lugar que se le da a unas y otras obras en la crítica. Las autoras del informe lo sintetizan en este cuarto apartado, en el que se evidencia que, allende los resultados cuantitativos, siguen persistiendo «dinámicas de poder que jerarquizan los géneros aún en el presente, sobre todo, en el ámbito corporativo» (p. 50). Entender estas dinámicas resulta fundamental para la crítica, que, a pesar de la extensa oferta editorial, comúnmente toma como casos paradigmáticos sólo aquellas obras de los grandes sellos. 

El hecho de que en el informe se insista en que es el ámbito corporativo –que, recordemos, para el caso de la literatura latinoamericana, está poco menos que monopolizado por los capitales de Bertelsmann y Lara Hernández– donde persisten estas dinámicas de poder, razón estructural de la desigualdad, nos tiene que ayudar a, por lo menos, visibilizar que mientras la finalidad de la edición sea, como lo es bajo el sistema capitalista neoliberal –y, hoy día, bajo el modelo del capital en la nube o «tecnofeudalismo» propuesto por Cédric Durand y Yanis Varoufakis, en consonancia con el «capitalismo de la vigilancia» de Shoshana Zuboff–, la generación de plusvalor, ya sea mediante la ganancia o mediante la renta, la participación de la mujer en los ámbitos productivo y consuntivo no dejará de estar mediada por una instrumentalización de «la mujer» propiamente patriarcal. En suma, debemos cuestionarnos si lo que se nos vende como inclusivo o a veces hasta abiertamente «feminista» lo es en realidad. Y esto lo decimos haciendo eco de Szpilbarg y Mihal, quienes cierran su informe indicándonos la importancia de que «los diagnósticos [de su informe] contribuyan a emprender acciones que sirvan para cerrar las brechas, asimetrías y desigualdades que todavía persisten» (p. 57). Propongo una primera acción: leer y difundir este trabajo de Daniela Szpilbarg e Ivana Mihal. 

 

Esta reseña se publica juntamente con el Blog de l’Escola de Llibreria

jueves, 18 de agosto de 2022

COLOMBIA: así se ven los científicos colombianos en comparación con los Nobel

Publicado en la Silla Vacía



ASÍ SE VEN LOS CIENTÍFICOS COLOMBIANOS EN COMPARACIÓN CON LOS NOBEL

Agosto 12, 2022

En medio de la discusión sobre cuál debe ser la política de ciencia a la que le apueste el gobierno Petro y de la expectativa por la designación de la o el nuevo ministro, una investigación de Julián D. Cortés, profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, y de Daniel Andrade, físico de la Universidad Nacional, titulada: “The Colombian scientific elite—Science mapping and a comparison with Nobel Prize laureates using a composite citation indicator”, arroja luces sobre cómo están los científicos colombianos en comparación con los científicos en el mundo. 

Para ello tomaron la muestra de los ganadores durante los últimos 30 años del premio Alejandro Ángel Escobar —premio AAE— en física y ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades, y ciencias ambientales y desarrollo sostenible. 

Este premio llamado por algunos el “Nobel colombiano”, fue creado en 1955 y se inspiró en la experiencia de la Fundación Nobel y la Rockefeller. No se limita, en todo caso, al reconocimiento de publicaciones académicas en revistas, sino también incluye el trabajo de instituciones como el Ideam, el Instituto Humboldt, el Centro de Memoria Histórica, e incluso tesis de estudiantes de maestría y doctorado. 

Los investigadores tomaron solo a los 41 ganadores del premio AAE que tienen un perfil creado en Scopus, la base de datos que almacena artículos académicos (“papers”) publicados en revistas científicas en todo el mundo, y los compararon con 41 premios Nobel del mismo período, en todas sus áreas (física, química, fisiología y medicina, y ciencias económicas), que también tuvieran perfil en Scopus.

La investigación no abarca la producción científica que no está en Scopus, como la de ciencias sociales y humanidades que está en libros que no se indexan ahí. Tampoco cubre otros tipos de impacto del conocimiento, como la conversación en redes o foros.

Estas son cinco conclusiones de la investigación que toma una foto de la producción científica colombiana de élite, a través de la bibliometría, que es la disciplina que estudia la producción científica.

1. Como en el mundo, en Colombia también hay subrepresentación de científicas

La fundación Alejandro Ángel Escobar ha sido dirigida solo por mujeres desde que se creó, empezando por María Restrepo, la primera directora y esposa de Alejandro Ángel Escobar, y durante décadas por Camila Botero, politóloga de los Andes y quién le dio un gran impulso a la fundación hasta poco antes de morir. La directora actual es Verónica Hernández.

Sin embargo, solo el 25 por ciento de los 87 ganadores de los últimos 30 años han sido mujeres y la mayoría de sus investigaciones han sido en ciencias sociales y humanidades (11.4 por ciento). Las investigaciones de los hombres, en cambio, en su mayoría han sido en física y ciencias naturales (32.2 por ciento). 

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“Ese pareto se puede encontrar a nivel mundial”, dice Cortés. “Aunque incluso el premio AAE está muchísimo mejor que el Nobel, al que solo han accedido un dos por ciento de mujeres”, agrega. Entre 2004 y 2019 lo ganaron 10 mujeres. Que es la misma cifra de ganadoras de los primeros 100 años de historia del Nobel. 

De casi 17 mil investigadores inscritos en el sistema de Cvlac, que maneja MinCiencias para tener sistematizados los perfiles de los investigadores colombianos que participan en las convocatorias de financiación de proyectos, a 2021 solo el 38 por ciento eran mujeres. De nuevo, es un problema global: según datos de Unesco de 2019, menos del 30 por ciento son trabajadoras de la ciencia. 

“Un estudio analizó la trayectoria de 1.5 millones de investigadoras durante 60 años y encontró que muchas de ellas abandonaron su carrera por motivos relacionados con la distribución tradicional de los roles de género, como cuando se convirtieron en madres”, cuenta Cortés. 

2. La producción científica de algunos colombianos no está lejos de la de los Nobel

Solo dos colombianos han sido premiados con el Nobel: Gabriel García Márquez (literatura) y Juan Manuel Santos (Paz).

Por otro lado, la diferencia en el volumen de publicaciones entre los AAE y los Nobel es muy grande: los 41 investigadores colombianos de la muestra han indexado en total en Scopus 1195 artículos académicos, mientras las de los 41 Nobel suman 5.889.

Y no hay muchos trabajos de coautoría entre AAE y un Nobel. Cortés y Andrade solo encontraron dos casos: el de Nubia Muñoz que ha sido coautora de Godfrey Hounsfield, premio Nobel de medicina, y el de Juan Camilo Cárdenas que ha sido coautor de Elinor Ostrom, primera mujer Nobel de economía. 

Pese a lo anterior, al comparar entre sí la investigación de los 82 investigadores seleccionados (AAE y Nobel) teniendo en cuenta otros criterios más allá de la cantidad de publicaciones, la distancia no es tan grande.

¿Cuál fue el ejercicio que hicieron? consideraron la productividad y citas de las investigadores, pero teniendo en cuenta su liderazgo (cuando son autores individuales; primeros autores; o últimos autores); también el número de autores con los que realizaron las investigaciones (no es lo mismo realizar una investigación solo que con otros 8 coautores); y la intersección entre impacto y productividad (un investigador que publique poco pero se cite mucho, tiene mayor desempeño que uno que publique mucho pero que no sea citado), explica Cortés.

Para ello se basaron en un “indicador de citas compuesto” desarrollado por el científico de la investigación John Ioannidis. Ese indicador “Ci” hace una intersección entre trabajos publicados, autoría individual o colectiva, y número de veces que las publicaciones fueron citadas. Con base en esto Cortés y Andrade construyeron un top 50 de ganadores del Nobel y ganadores del AAE. 

Dentro del top 50 de los 82 investigadores analizados hay muchos ganadores del premio AAE. La colombiana Nubia Múñoz, que descubrió que el virus del papiloma humano es la causa del cáncer de cérvix o cuello uterino, nominada al Nobel de Medicina en 2008, está en el top 10 por encima de muchos premios Nobel, dice Cortés. 

Germán Poveda, ganador varias veces del AAE y reconocido por su trabajo en variabilidad climática y sus impactos sociales, ambientales y económicos, incluyendo la transmisión de enfermedades tropicales, está en el puesto 25. “Es un resultado contrario a la idea de que los investigadores colombianos están en el sótano y los premios Nobel están en la terraza del edificio del conocimiento. Muchos científicos colombianos están cerca del penthouse”, anota Cortés.

Acá la tabla completa: 

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3. La tasa de productividad de los científicos colombianos ha ido en aumento

La investigación encontró que, en estos 30 años, los ganadores del premio AAE han publicado más artículos académicos (la cifra ha crecido en promedio 2.97% al año) con respecto a la producción científica que había antes en el país. Mientras que los Nobel, que ya tenían una producción alta, se han mantenido prácticamente estables (un -2.14% en promedio al año).

Una de las explicaciones es que desde hace cuatro décadas las instituciones de Norteamérica y Europa donde los Nobel históricamente han investigado (Harvard, Berkeley, Stanford) ya tenían redes de investigación muy fuertes y productivas, por lo que hoy no ha habido un cambio drástico en la cantidad de producción científica.

Al mismo tiempo, hace cuatro décadas las redes y centros de investigación en universidades colombianas (U. Nacional, Andes, Javeriana, U. de Antioquia) eran mucho más débiles, por lo que comparado con 2022 ha habido un crecimiento en la investigación producida. Si bien está muy por debajo del promedio de los países en desarrollo que es de 18 por ciento. 

4. Donde más interacción hay entre el Norte y el Sur global es en la investigación en física y ciencias naturales

“Las redes de coautoría a nivel de autores e instituciones, permiten mapear el capital social (a quién conocen), cultural (con quién comparten conocimiento y competencias), y financiero (con quién comparten recursos para financiar jóvenes investigadores, equipos, laboratorios, entre otros)”, dice Cortés.

Analizando las organizaciones a las que están vinculados los coautores de las publicaciones de la muestra, él y Andrade establecieron qué tan densa es la interacción entre instituciones nacionales entre sí, y entre éstas y las extranjeras. Y cuáles son las organizaciones que más relaciones tienen en cada uno de los campos: física y ciencias naturales. Ciencias sociales y humanidades. Y medio ambiente y sostenibilidad.

El campo de investigación donde hay una mayor densidad de redes sociales o de interacción en la producción de conocimiento es en el de física y ciencias naturales. Una mayor densidad significa que dos instituciones cualesquiera necesitan el contacto con tres instituciones más en el medio para conectarse y hacer un trabajo colaborativo:

“No es sorprendente —dice Cortés—. Hay una mayor productividad en ciencias naturales por las formas de producción del conocimiento, la colaboración entre instituciones, la disponibilidad de recursos. La tendencia de lo que se ha llamado la gran ciencia son proyectos globales, en los que pueden estar involucrados 5 mil investigadores en todo el mundo, como los que hacen desarrollos en física de partículas de altas energías promovidos por el Centro de Investigaciones Nucleares de Europa”.

“Hay una fuerte tendencia en estos campos a buscar consensos dentro de la comunidad científica”, agrega.

Cinco universidades colombianas están en el top 10 de las instituciones con más interacciones con otras instituciones. La principal es la Universidad de Antioquia a la que pertenecen ganadores del AAE como Iván Darío Vélez y Luis Fernando García. A partir de su trabajo en colaboración con otros investigadores han aumentado las interacciones de esa universidad con otras universidades y grupos de investigación. 

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Dentro del top 10 también hay universidades internacionales como Harvard o la Universidad de Colorado, e instituciones internacionales como el Institut Catalá D’ Oncologia y el International Agency for Research on Cancer a a los que ha estado vinculada la colombiana Nubia Múñoz.

En las ciencias de medio ambiente y desarrollo sostenible la principal generadora de interacciones en Colombia es la Universidad Nacional a la que están vinculados ganadores del AAE como Germán Poveda y Óscar José Mesa.  

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En el de las ciencias sociales y humanidades la mayor interacción se da a través de la Universidad de Los Andes a la que está vinculado Carl Langebaek, también premio AAE.

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Asociado a lo anterior, en Ciencias sociales donde más publicaron los investigadores de la muestra fue en la Revista de Estudios Sociales de la Universidad de Los Andes.

En física y ciencias naturales fue en Physical Review A- Atomic Molecular and Optical Physics de la American Physical Society. Y en medio ambiente y sostenibilidad en la Biotropica de la editorial Wiley.

Según Cortés es común que en ciencias sociales los investigadores publiquen sobre todo libros o capítulos de libros en revistas locales. Mientras en los otros campos es común publicar en revistas internacionales. 

5. La producción científica colombiana tiene un énfasis en lo local

Cortés y Andrade analizaron las áreas de investigación en que los ganadores del premio AAE han trabajado más. Construyeron una red con las palabras claves de los títulos de las investigaciones por las que fueron galardonados y revisaron si había una coincidencia de temas entre ellos. En todas las categorías: física y ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades y medio ambiente y sostenibilidad, la palabra más frecuente es Colombia. Esto quiere decir que hay un énfasis en los problemas locales o en particularidades del país. 

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En lo que respecta a ciencias naturales y física, la mayoría (31 por ciento) de investigaciones se ha basado en prevención de enfermedades, tratamientos genéticos y enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson. 

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En ciencias ambientales y desarrollo sostenible el énfasis (39%) está sobre la conservación de reservas naturales del país. Y en la identificación y protección de la biodiversidad en el Amazonas.

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Por último, en ciencias sociales la mayoría de trabajos (27 por ciento) se enfocan en la historia y el desarrollo de las comunidades indígenas. Y en los movimientos políticos y sociales teniendo en cuenta las diferencias de los territorios. 



 

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