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viernes, 5 de septiembre de 2025

Sólo el 17 % de los graduados universitarios en ALyC obtiene un título en un campo relacionado con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (CTIM): Banco Mundial

Solo el 17 % de los graduados universarios en América Latina y el Caribe obtiene un título en un campo relacionado con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (CTIM).
¿Por qué este dato es importante para el futuro de la región? Conoce más en nuestra nueva publicación: http://wrld.bg/CHXV50WHbS4


Accede al panorama general del reporte
 
Hacia economías de aprendizaje en América Latina y el Caribe

América Latina y el Caribe no solo ha perdido décadas, sino un siglo entero de crecimiento debido a los retrasos en “aprender a aprender” y en descubrir cómo aprovechar de la mejor manera las nuevas oportunidades tecnológicas. El desarrollo es, en esencia, un proceso de realizar apuestas informadas sobre nuevos procesos, productos o industrias. La región ha sido menos eficaz en este proceso de experimentación (identificar, adaptar, implementar y, a menudo, fracasar) ya sea en tecnologías que van desde los barcos de vapor hasta las innovaciones digitales. Como consecuencia, se ha producido una divergencia prolongada con respecto a países que tenían niveles de ingreso similares, o incluso menores, hace un siglo, dejando a América Latina y el Caribe atrapados en un patrón persistente de bajo crecimiento de la productividad y limitada diversificación.

Uno de los principales desafíos es la baja inversión en innovación. El gasto en investigación y desarrollo en la región representa solo una fracción del promedio mundial, y este escaso compromiso con el progreso tecnológico explica buena parte de la brecha de productividad con países como Japón, España o Suecia. Si bien los retornos potenciales de la innovación pueden ser excepcionalmente altos (sobre todo para países alejados de la frontera tecnológica mundial), la región enfrenta obstáculos como el limitado acceso al crédito, la escasez de mano de obra calificada y un entorno poco propicio, factores que reducen los rendimientos esperados de la innovación y limitan los incentivos para invertir.

¿Por qué es importante fortalecer la “capacidad de aprendizaje” para el futuro de América Latina y el Caribe?
Para romper con esta trampa histórica, la región debe concentrarse en desarrollar su “capacidad de aprendizaje”. Esto es esencial no solo para la transformación industrial, sino también para navegar el cambiante escenario del comercio mundial y aprovechar las oportunidades de la transición energética. América Latina y el Caribe puede recuperar el siglo perdido construyendo economías de aprendizaje: generando el capital humano, las instituciones y los incentivos necesarios para aumentar la demanda de conocimiento, facilitar el flujo de nuevas ideas y fomentar el proceso de experimentación.
Ideas centrales
El siglo perdido de América Latina y el Caribe: El fracaso del aprendizaje a nivel nacional

El decepcionante nivel de crecimiento de América Latina tiene sus raíces en el pasado lejano. En 1900, Argentina, Chile y Uruguay, los países superestrella, eran tan ricos como Francia y Alemania, mientras que gran parte de la región era relativamente pobre. Durante el siglo siguiente, los niveles de ingreso de estas superestrellas pasaron de representar casi el 60 % del de Estados Unidos a menos del 40 %, mientras que el grupo más pobre (si bien a menudo creció a buen ritmo) se expandió menos que países como Corea, España, Japón o Suecia, que comenzaron con niveles similares a los promedios de América Latina y el Caribe o por debajo de ellos y convergieron luego con las tasas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

América Latina y el Caribe ha mostrado un desempeño insatisfactorio durante más de un siglo

Comparación de los ingresos de la región de América Latina y el Caribe con los países asimilables de Europa y Asia, en relación con los de Estados Unidos, 1850-2020



Las empresas, la difusión de los conocimientos y su uso productivo

Los datos empíricos recogidos recientemente con la encuesta del Banco Mundial sobre la adopción de tecnologías en las empresas revelan las dificultades que la región sigue enfrentando en esta área. En Brasil y Chile, las empresas adoptan y difunden tecnologías digitales relativamente baratas y fáciles de implementar referidas a la administración o la planificación de la producción, por ejemplo, casi al mismo ritmo que las de Corea y Polonia, aunque se observan diferencias significativas en su uso. No obstante, en las industrias que se basan en mayor medida en establecimientos físicos, como la de indumentaria en Brasil o la farmacéutica en Chile, los retrasos en la adopción y difusión en los distintos sectores son mucho más prolongados.

Los datos permiten, además, desagregar la “brecha de difusión” de una empresa en tres componentes: las dificultades en el acceso a la conectividad digital (la brecha en el acceso), la heterogeneidad de la adopción de tecnologías digitales avanzadas en las empresas de un sector (la brecha en la adopción) y, una vez adoptadas, el uso real e intensivo de estas nuevas tecnologías (la brecha en el uso)

En un paralelo con las enseñanzas extraídas de la historia, los principales obstáculos que impiden identificar estas tecnologías, acceder a ellas, adoptarlas y utilizarlas plenamente surgen de las limitaciones de capacidad, que se manifiestan, entre otras formas, en la falta de aptitudes, la baja calidad de la gestión y la falta de capital organizacional.

La función de las universidades y los institutos de investigación en las economías de aprendizaje

Las universidades desarrollan habilidades avanzadas en la población a través de la educación y generan nuevos conocimientos a través de la investigación. Pero también tienen una tercera misión, al igual que los institutos de investigación financiados con fondos públicos: proporcionar bienes públicos de conocimientos con respecto a la innovación, la tecnología y las capacidades de las empresas. Las universidades de América Latina y el Caribe no cumplen adecuadamente ninguna de sus tres misiones.

Cualquiera sea el factor que la impulsa, la colaboración entre las universidades y el sector privado no solo es un motor clave en ecosistemas de innovación célebres como el de Silicon Valley en Estados Unidos, sino que también ha sido fundamental para los logros de Asia y los países nórdicos en todos los sectores, desde la silvicultura hasta los microchips. Las mismas conclusiones pueden aplicarse a lo que sucede con los institutos públicos de investigación de América Latina y el Caribe, muchos de los cuales tienen mandatos y sistemas de incentivos mal definidos y, por lo tanto, son ineficaces para brindar bienes públicos de conocimientos a la sociedad y la economía.




Nuevas empresas, nuevos sectores: Desarrollo de economías experimentales y emprendimientos de alta calidad

Otra dimensión persistente de la paradoja de la innovación es por qué, a pesar del vasto potencial para utilizar la brecha tecnológica en su favor, hay relativamente pocos emprendedores de alta calidad que lo hagan en la región. Esta baja tasa general de emprendimientos de alta calidad es clave, porque el ingreso de nuevas empresas aporta la mayor parte del crecimiento del empleo en Estados Unidos, y se calcula que representa entre el 50 % y el 65 % del aumento de la productividad nacional en países como Chile y Colombia.

Si bien es cierto que una proporción muy elevada de los trabajadores de la región está ubicada en microemprendimientos, el porcentaje de empresas que podrían servir como vehículos para la transferencia y asimilación de tecnología es inferior al de las economías avanzadas. La cantidad de empresas nuevas registradas (formales) por cada 1000 personas de 15 a 64 años es de 3,2 en América Latina y el Caribe, un resultado considerablemente más bajo que el de Europa y Asia central (4,5) y el de Asia oriental y el Pacífico (6,5).

ENLACES RELACIONADOS

Visita el portal OKR y descarga el reporte completo (en inglés)


jueves, 5 de diciembre de 2024

MÉXICO: Registro de patentes solo 6% pertenecen a mexicanos; 94% a extranjeros: Sheinbaum

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/10/15/economia/registro-de-patentes-solo-6-pertenecen-a-mexicanos-94-a-extranjeros-sheinbaum-4977



Registro de patentes solo 6% pertenecen a mexicanos; 94% a extranjeros: Sheinbaum

Arturo Sánchez Jiménez y Alonso Urrutia
15 de octubre de 2024 09:13

Entre enero y septiembre de 2024 se han registrado 12 mil 160 solicitudes de patentes en México, el 94 por ciento de las cuales son de extranjeros y solo el seis por ciento de mexicanos, dio a conocer este martes la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.

“Hay muy poco registro de patentes nacional, entonces justamente lo que queremos es potenciar el desarrollo de la investigación científica y tecnológica que permita que haya más registro de patentes y no solo el registro, sino el propio desarrollo del tecnológico, que es una parte fundamental del desarrollo del país ”, afirmó la jefa del Ejecutivo en su conferencia de prensa diaria en Palacio Nacional.

Y es que, señaló que según cifras del Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual, del total de solicitudes de patente registradas, solo se han otorgado en este año 502 a mexicanos.

Científica de formación y doctora en Ingeniería Energética por la UNAM, la mandataria agregó que “cualquier país que presuma de su desarrollo, no solamente tiene que ver con bienestar, con disminución de la pobreza, disminución de las desigualdades, el Producto Interno Bruto, la inversión extranjera directa y todos los indicadores macroeconómicos, sino también tiene que ver con el desarrollo científico y tecnológico”.

Dijo que en este sentido, la secretaria de Ciencia, Rosaura Ruiz, y el de Economía, Marcelo Ebrard, desarrollan políticas para impulsar el desarrollo científico y tecnológico mexicano.

lunes, 9 de septiembre de 2024

viernes, 23 de junio de 2023

El neoliberalismo destruye la innovación científica

Publicado en Jacobin
https://jacobinlat.com/2023/06/10/el-neoliberalismo-destruye-la-innovacion-cientifica/




El neoliberalismo destruye la innovación científica

TRADUCCIÓN: FLORENCIA OROZ

En las últimas décadas, los científicos han realizado cada vez menos avances innovadores. La culpa la tiene el modelo académico, cada vez más competitivo y basado en métricas, que desalienta la creatividad y la asunción de riesgos.

Cuando pienso en ciencia «disruptiva», recuerdo al primer científico pionero que vi: el difunto premio Nobel Oliver Smithies. En la presentación que le escuché, reflexionó sobre su vida y aconsejó a jóvenes científicos sobre sus carreras. «Muy a menudo las ideas para investigar surgen de nuestras experiencias o recuerdos», dijo. «Solo hace falta un momento para que surja la idea, pero a veces hace falta toda una vida para demostrar que funciona».

Smithies pensaba que era importante perseguir pacientemente las grandes ideas, aunque eso supusiera largos periodos de baja productividad. El consejo era estupendo, pero seguirlo hoy sería probablemente un suicidio profesional.

Smithies se doctoró en un tema que no interesaba a nadie. Inventó una máquina, el osmómetro, un aparato para medir la concentración de partículas en una solución, que nadie acabó utilizando. La publicación de su tesis apenas fue citada por otros científicos. Pero para Smithies, este momento de científico en formación fue crucial: adquirió independencia y aprendió a investigar correctamente.

Tras su tesis, decidió cambiar totalmente de rumbo y estudiar la insulina. Su investigación fracasó en gran medida a la hora de aportar nuevos conocimientos, pero en sus proyectos paralelos hizo su primer descubrimiento «disruptivo». A partir de las observaciones que hizo viendo a su madre lavar la ropa cuando era niño, Smithies desarrolló geles de almidón para la purificación de proteínas. Estos geles serían la base de uno de los métodos más transformadores de la biología molecular: el Western blot. En la actualidad, los Western blots se realizan con regularidad en laboratorios de todo el mundo y suelen ser el paso previo para muchas incursiones en nuevas investigaciones científicas.

Aunque es difícil pensar en una contribución más digna, Smithies nunca ganó el Premio Nobel por el Western blot. En cambio, recibió el premio por otra cosa, después de volver a cambiar de campo. Smithies recibió el Nobel por el primer enfoque exitoso de la selección de genes en ratones.

Según un estudio reciente, los descubrimientos disruptivos como los de Smithies han disminuido drásticamente en las últimas décadas. Los artículos y patentes disruptivos se definen como publicaciones que cambian la dirección de un campo, redefinen la ciencia ya existente y tienen el potencial de transformar nuestra comprensión del mundo, incluido lo que se enseña en los cursos de introducción a la ciencia en todo el mundo. Los datos de los autores son convincentes: tales disrupciones en la ciencia han experimentado un descenso constante y pronunciado en las últimas décadas.

Cuando la ciencia aún era disruptiva

Por qué la ciencia es cada vez menos disruptiva? La reciente publicación de Michael Park, Erin Leahey y Russell J. Funk en Nature suscitó un animado debate en la comunidad científica. Muchos creen que es una característica inherente al campo que los hallazgos más disruptivos se produzcan en el momento de la concepción de nuevas áreas de estudio: avances «al alcance de la mano». Pero los autores sostienen que tales hipótesis no explican adecuadamente sus observaciones. En su lugar, sugieren varios problemas sistémicos que pueden explicar el declive de la capacidad disruptiva, como el hecho de centrarse en la cantidad de publicaciones en lugar de en la calidad.

En mi opinión, los principales problemas que conducen al declive de la «ciencia disruptiva» son estructurales. El principal es el carácter cada vez más competitivo y basado en métricas del mundo académico. Aunque este sistema pretende ofrecer criterios objetivos de mérito científico, en realidad resta la libertad necesaria para la ciencia disruptiva e incentiva a los investigadores a aumentar sus «puntuaciones de éxito» en lugar de centrarse en la ciencia innovadora.

Hoy en día, una carrera como la que describe Smithies es impensable. Los científicos no cambian el enfoque de su investigación. Más bien, tienden a ser cada vez más estrechos en su investigación, algo que Park et al. cuantifican. También es casi imposible tener una carrera científica sin publicar artículos importantes a cada paso del camino.

Publicar o perecer¿Por qué los científicos de hoy en día evitan tomarse la libertad que Smithies consideró tan crucial para su propia carrera? La razón por la que es tan raro que los científicos se tomen un año sabático o cambien de campo es sencilla: están atrapados en un sistema de competencia brutal. Si te tomas un descanso o no publicas durante un tiempo, estás fuera.

En un elegante artículo, la socióloga francesa Christine Musselin muestra cómo la competencia llegó a estructurar la ciencia académica. La competencia entre universidades por el estatus se convierte en una rivalidad alimentada por el Estado como «organizador de la competencia».

Al principio, el Instituto Nacional de Salud (NIH) concedía financiación sobre todo a centros o proyectos comunes («subvenciones P01»). En la década de 1970, este sistema de financiación fue rápidamente sustituido por subvenciones para investigadores individuales concedidas en concursos cada vez más estandarizados («subvenciones R01»). Mediante el mecanismo de una «tasa de costes indirectos», parte del dinero que los investigadores individuales reciben de estas subvenciones va a parar a sus universidades. De este modo, la financiación federal de las universidades pasó a depender de los buenos resultados que obtuvieran sus investigadores en los concursos para obtener subvenciones federales.

En teoría, las contiendas entre científicos no tienen por qué ser algo malo. Como dice Musselin, la competencia existía en la ciencia incluso cuando era más disruptiva. Lo que cambió fue la naturaleza de esta competición entre científicos. En la búsqueda de medidas que las universidades y el Estado puedan utilizar para clasificar a sus competidores, estas instituciones buscan métricas objetivas de la calidad de los investigadores. Es este intento de «objetivar al genio» lo que acaba erosionando la ciencia disruptiva.

Estas métricas se basan en las publicaciones de los investigadores. Algunas mediciones, como el Índice H, miden la frecuencia con la que las publicaciones de un científico son citadas por otros científicos. Otras, como el «factor de impacto», utilizan como indicador el registro de citas de las revistas en las que publica el científico. El valor «objetivado» de los investigadores no solo ha servido para las clasificaciones universitarias, sino que también ha llegado a determinar la distribución de las subvenciones federales y los puestos de profesorado.

A primera vista, el sistema parece una forma elegante de abordar un problema que probablemente era aún peor en el pasado: si atribuimos puntuaciones objetivas de calidad a los científicos y las utilizamos, por ejemplo, para distribuir los puestos de profesor, dependemos menos de decisiones subjetivas, que pueden permitir el nepotismo y los prejuicios individuales para determinar quién avanza. Pero el descenso medido de la ciencia disruptiva sugiere que el sistema no funciona realmente como se pretende. Al contrario, crea incentivos que son veneno para la investigación innovadora.

El «laboratorio productivo»Una vez que una carrera depende de un sistema de puntuación, los investigadores tratarán de optimizar sus puntuaciones. En lugar de una competición por hacer la mejor ciencia, los científicos cazan «puntos de impacto».

¿Cómo se llega a ser el mejor puntuado? En primer lugar, se obtiene una mejor puntuación cuando se aumenta la producción de artículos. La forma más fácil de aumentar esa producción es contratar a personas cuyo trabajo y capacidad intelectual le permitan producir más artículos por los que obtendrá reconocimiento.

El incentivo para los profesores es claro: consiga el mayor número posible de trabajadores subordinados y tendrá más publicaciones. Cierta característica del sistema de publicación garantiza que contratar a más aprendices nunca sea perjudicial: la división entre «primer» y «último» autor. Los profesores obtienen su moneda por ser últimos autores (el último nombre en la lista de personas que publican el artículo), mientras que los trabajadores reciben créditos de primer autor. Para los investigadores, «último autor» significa «esta persona es el cerebro del estudio», y «primer autor» significa «esta persona hizo el trabajo práctico».

El ejemplo de Smithies demuestra que los científicos disruptivos necesitan libertad para plantearse cuestiones por curiosidad. Smithies tenía esa libertad porque sus profesores, en todas las etapas de su carrera, le veían como a un compañero y no como a un empleado. En los laboratorios modernos con profesores que adoptan plenamente el modelo de competencia en el mundo académico, los jóvenes investigadores son empleados, no compañeros.

Como sugiere un comentario reciente en el debate en torno a la ciencia disruptiva, los jóvenes científicos se centran hoy en día en un «enfoque ejecutivo y basado en los resultados» en lugar de dedicarse a la investigación creativa impulsada por la curiosidad. En mi opinión, este cambio en la formación de los jóvenes investigadores no se debe a estilos de enseñanza erróneos. Por el contrario, es la consecuencia lógica de la transformación de la relación profesor-formando, alimentada por el actual esquema de competencia en la ciencia.

Productividad y especializaciónEl énfasis en la «productividad de la investigación» no solo determina la forma de actuar de los científicos senior, sino que también restringe fundamentalmente a los científicos junior. Estas restricciones son más evidentes en el punto de transición entre aprendiz y profesor.

Para ser profesor, hay que conseguir «becas de inicio». En Estados Unidos, la principal beca inicial en ciencias biológicas es la K99 de los NIH. Para recibir una beca K99, tienes que demostrar tu productividad. Y tu productividad se demuestra con publicaciones a lo largo del tiempo.

Para medir esta productividad, necesitas un plazo de tiempo determinado. Los científicos noveles solo pueden solicitar una beca K99 durante los tres primeros años y medio de su posdoctorado. Durante este tiempo, los científicos tienen que demostrar su productividad con artículos como primeros autores.

Pero los distintos tipos de investigación no son racionalmente comparables de este modo. Digamos que hay dos investigadores: uno es un biólogo computacional que utiliza datos preexistentes para su investigación y el otro investigador estudia el efecto del envejecimiento del sistema inmunitario y debe realizar sus propios experimentos. El biólogo computacional no tiene problemas para publicar en tres años y medio. Pero para el investigador centrado en el envejecimiento, cada experimento le lleva un año. A menos que tengan mucha suerte, no hay forma de que puedan publicar a tiempo.

Debería ser obvio que las limitaciones de tiempo como las impuestas por la necesidad de ganar subvenciones de inicio seleccionan un determinado tipo de investigación. El investigador interesado en el envejecimiento probablemente tendrá que elegir entre proseguir su investigación impulsada por la curiosidad y arriesgar su carrera, o perseguir un proyecto que sea «factible» para publicar más artículos rápidamente. Por desgracia, la ciencia más fácilmente publicable es probablemente la menos perturbadora. La probabilidad de publicar es mayor si se sigue la investigación de su supervisor y se estudian cuestiones que arrojan resultados predecibles.

Las restricciones impuestas a los investigadores por la «viabilidad» y la «productividad» no se limitan a las subvenciones iniciales: los NIH enumeran explícitamente la «viabilidad» como uno de los criterios clave en la evaluación de todas las subvenciones. Detrás de esta decisión se esconde una valoración de la «productividad» por encima de la «creatividad» en la estructura competitiva del mundo académico.

El corsé neoliberalLos incentivos que se derivan del modelo competitivo del mundo académico moderno limitan la libertad de los investigadores de un modo que suprime la ciencia disruptiva. Pero, ¿cómo podemos deshacerlo? Un primer paso es entender por qué el mundo académico se transformó de esta manera en primer lugar. Y en el centro de esta transformación está la neoliberalización de la ciencia.

El punto de vista imperante del capitalismo neoliberal dice que una competencia (supuestamente) meritocrática es la mejor manera de estructurar la sociedad y maximizar el crecimiento económico. La objetivación del valor de la investigación es una forma del fenómeno más amplio de la mercantilización en constante expansión bajo el capitalismo; la transformación de los aprendices en manos de alquiler es un ejemplo de la alienación descrita por Karl Marx, en la que los trabajadores son separados de los frutos de su propio trabajo y de su control sobre el proceso productivo. Y detrás de los métodos actuales de evaluación de la «viabilidad» de la investigación científica, podemos encontrar las mismas prácticas que despliegan las instituciones financieras para el «análisis de riesgo» de las inversiones.

Enfrentarse a una catástrofe climática y a una crisis en la distribución de la riqueza debería hacernos repensar este enfoque de la organización de la vida social. Pero para la ciencia, el problema es evidente: la estructura de un mercado competitivo no favorece en primer lugar una buena investigación.

En primer lugar, la objetivación de la exploración y la innovación científicas de la forma que exige el capitalismo no favorece los avances científicos, porque la mayoría de los descubrimientos revolucionarios, por su naturaleza, son impredecibles. Por ejemplo, cuando Francis Mojica empezó a estudiar patrones repetitivos en el ADN de las bacterias, a nadie le importó. Las grandes revistas se negaron a publicar sus hallazgos. Hoy sabemos que ese trabajo fue, de hecho, la base de quizá el mayor descubrimiento de la biología moderna: las tijeras genéticas CRISPR/Cas9, que están revolucionando la biología molecular y las ciencias de la vida.

En segundo lugar, la transformación de la relación mentor-aprendiz de igual a igual en jefe-trabajador asalariado tampoco tiene mucho sentido para el mundo académico a gran escala: los aprendices de hoy son los profesores de mañana. Suprimir la autonomía y la creatividad de los aprendices convirtiéndolos en trabajadores asalariados es perjudicial para la futura generación de profesores, que entonces habrán perdido su capacidad de pensar creativamente y habrán sido entrenados para tomar opciones menos arriesgadas.

Por último, si aceptamos que los avances son impredecibles, debemos comprender que la buena ciencia nunca puede «cuantificarse» como un producto. La ciencia más disruptiva requiere probablemente mucho más tiempo que otras investigaciones. También requiere asumir grandes riesgos: por ejemplo, que los científicos decidan cambiar de campo o estudiar algo totalmente nuevo. Si seguimos midiendo la calidad de la investigación como «productividad predecible» y distribuimos los recursos y los puestos en consecuencia, nos perderemos mucha ciencia disruptiva.

Recuperar la disrupción limitando la competenciaPara recuperar la ciencia disruptiva, tenemos que limitar el esquema de competencia que, en última instancia, ha mermado nuestra capacidad para llevar a cabo una investigación impulsada por la curiosidad. Un primer paso podría ser reforzar la financiación garantizada de las instituciones y reducir los recursos que hay que adquirir en los concursos de subvenciones, especialmente para los jóvenes investigadores.

Además, habría que reducir drásticamente los intentos de «puntuar» el valor de los investigadores a través de su historial de publicaciones. En su lugar, debemos aceptar el hecho de que el valor científico no puede cuantificarse. Por tanto, las decisiones sobre los puestos del profesorado deben basarse en gran medida en juicios cualitativos. Para evitar el nepotismo y la discriminación injusta, deberíamos aumentar radicalmente la participación democrática en la toma de decisiones institucionales. La contratación de profesores, por ejemplo, podría ser votada por todo el profesorado, e incluso por los posdoctorales.

Por último, debemos invertir la reciente transformación de la relación mentor-aprendiz. Los límites a la composición de los grupos de investigación podrían ayudar en este sentido, ya que la mayoría de las estructuras «explotadoras» se caracterizan por un gran número de posdocs altamente cualificados que permanecen durante mucho tiempo bajo el control de un único profesor. Y los sindicatos de estudiantes de postgrado y postdoctorales son esenciales para empoderar a los becarios y hacer oír sus preocupaciones de una forma que el sistema actual no permite.

No se predijo que el trabajo de Kati Kariko sobre las vacunas de ARNm tuviera algún valor. Como consecuencia, casi se vio obligada a abandonar el mundo académico porque no pudo conseguir financiación ni un puesto de profesora titular. Según un artículo del New York Times, Kariko «necesitaba subvenciones para llevar a cabo ideas que parecían descabelladas y extravagantes. No las consiguió, a pesar de que se premiaron investigaciones más mundanas».

Su trabajo, por supuesto, acabaría siendo la base de las vacunas COVID-19 que salvan vidas. Reformando la ciencia para volver a poner en el centro la investigación impulsada por la curiosidad, podemos asegurarnos de no perdernos más descubrimientos importantes como el suyo.

MÉXICO: el presupuesto 2026 para las universidades estará por debajo de la inflación

Publicado en  La Jornada https://www.jornada.com.mx/2025/09/10/politica/004n1pol#:~:text=La%20mayor%C3%ADa%20de%20las%20universidades,Egreso...