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jueves, 18 de mayo de 2023

MÉXICO [debate nueva ley de CyT 4] El gobierno de la ciencia en México. Una retrospectiva /I

Publicado en CAMPUS. Suplemento sobre Educación Superior
https://suplementocampus.com/el-gobierno-de-la-ciencia-en-mexico-una-retrospectiva-i/



El gobierno de la ciencia en México. Una retrospectiva /I
18 mayo, 2023 por 

Ante la nueva legislación en el rubro, vale la pena hacer un recorrido sobre las políticas oficiales a lo largo de la historia nacional

En las postrimerías del siglo XVIII, en el marco de las reformas implantadas en el virreinato por la monarquía borbónica, se establecieron varias instituciones orientadas al cultivo de la investigación. En orden cronológico: la Real Cátedra de Cirugía (1768), el Real Hospital de San Andrés (1770), el Real Seminario de Minería (1779), la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos (1784), el Real Jardín Botánico, la Real Cátedra de Botánica (1787) y el Real Gabinete de Historia Natural (1790-1802). El carácter laico e ilustrado de tales establecimientos brindó una alternativa al trabajo académico e intelectual desarrollado por la antigua Universidad, así como la posibilidad de aplicar desarrollos científicos y técnicos al sector productivo (véase: Azuela Bernal, Luz Fernanda; Vega y Ortega Baez, Rodrigo Antonio Ciencia y público en la ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX, 2015).

Luego de la independencia y en el curso del siglo XIX, se experimentaron diversas fórmulas de auspicio a las actividades de ciencia y tecnología. Además de la permanencia, con algunos cambios, de las instituciones borbónicas, tanto los gobiernos liberales como los conservadores promovieron nuevas instituciones dedicadas a la investigación, así como sociedades científicas, museos e instituciones de educación superior.

En 1825, Guadalupe Victoria ordenó la integración de un museo nacional, proyecto que lograría materializarse, en una primera etapa, en las instalaciones de la Universidad. En continuidad de esa iniciativa, en 1865, durante el régimen de Maximiliano de Habsburgo, se estableció el Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia con sede en la Casa de Moneda. También por iniciativa de gobierno de Guadalupe Victoria se fundó, en 1826, el Instituto Nacional de Ciencias, Literatura y Artes, que convocó a medio centenar de científicos e intelectuales, aunque, por limitaciones económicas, no consiguió persistir.

A la década de los años treinta del siglo XIX corresponde el establecimiento del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (1833), institución de primera importancia en la relación entre desarrollo científico y políticas públicas. Dicho instituto tendría, desde su origen, la forma de una sociedad integrada por especialistas en ciencias de la tierra, físicos, astrónomos, matemáticos y académicos de ciencias sociales. Como primer encargo, la formación de una carta general geográfica del país, así como la planeación de la estadística nacional en diversas materias, ente otras: población, economía, comercio, salud y educación. En 1855 el instituto se transformó en Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística con secciones dedicadas a geografía, estadística, observaciones (geográficas, astronómicas y meteorológicas) y adquisición de materiales (Ortiz Arellano, Edgar, México y el Instituto Nacional de Geografía y Estadística: fundación y contexto, 2015).

En cuanto a la formación de profesionales, en el período inicial de la vida independiente hay una suerte de convivencia entre la tradición universitaria de corte eclesiástico y los intentos modernizadores que buscaban la renovación de la enseñanza superior a través de la ciencia y el humanismo laico. La Universidad permaneció en funciones hasta 1833, en que por primera vez se decretó su suspensión. El proyecto era reemplazar la antigua Universidad mediante seis establecimientos: estudios preparatorios, estudios ideológicos y humanidades, estudios físicos y matemáticos, estudios médicos, estudios de jurisprudencia y estudios sagrados. No obstante, un año después Santa Anna restituyó las facultades a la Universidad y los colegios, y suspendió la fundación de los nuevos planteles, entre los cuales sólo el Establecimiento de Ciencias Médicas pudo sobrevivir. Luego de varios eventos de cierre y reapertura de la institución, en 1865 Maximiliano decretó la supresión definitiva de la Universidad, de manera que la enseñanza superior quedaría concentrada, en la segunda mitad del siglo xix, en las escuelas profesionales de la capital de la República y los institutos científicos y literarios de los estados.

En 1867, al restablecer la República, el presidente Juárez se dio a la tarea de recuperar el control de parte del Estado sobre la organización educativa en su totalidad. En ese año se promulgó la Ley Orgánica de Instrucción Pública del Distrito Federal, en la cual, además de las normas correspondientes a la enseñanza elemental y la educación media y normal, se decretó la instauración de los siguientes centros de enseñanza superior: Escuela de Medicina, Cirugía y Farmacia, Escuela Especial de Ingenieros, Escuela de Agricultura y Veterinaria, Escuela de Naturalistas. Del mismo modo, se establecieron la Academia Nacional de Ciencias y el Observatorio Astronómico y fueron reorganizados el Jardín Botánico, la Biblioteca Nacional y el Museo Nacional.

En la larga presidencia de Porfirio Díaz se apoyaron las actividades de investigación científica a través del establecimiento de institutos, sociedades y comisiones de estudio en diferentes campos de ciencia aplicada, como geología, astronomía, medicina, química, agricultura, geografía y estadística, entre otros. Al ocaso del porfiriato, la refundación de la Universidad Nacional (1910) abrió un nuevo capítulo.


martes, 28 de septiembre de 2021

La malicia de los índices... en el siglo XVIII

Publicado en THE - Times Higher Education
https://www.timeshighereducation.com/news/lost-art-mischief-making-academic-indexes


El "arte perdido" de los índices académicos malintencionados

La evolución de los índices está estrechamente ligada al desarrollo de las universidades, según el autor, que expone cómo se han utilizado durante siglos para ajustar cuentas académicas

21 de septiembre de 2021

Matthew Reisz

Twitter: @MatthewReiszTHE

El humilde índice de libros tiene una historia sorprendentemente dramática, que incluye casos de "salvación de herejes de la hoguera y de alejamiento de políticos de altos cargos".

Así lo afirma Dennis Duncan, profesor de inglés en la UCL, cuya nueva monografía, Index, A History of the: A Bookish Adventure (Allen Lane) deja claro cómo la evolución de los índices ha estado estrechamente ligada al desarrollo de las universidades.

"La lectura monástica es para la propia experiencia espiritual", explicó el Dr. Duncan. "Es una forma de meditación, pero no un tipo de lo que ahora llamamos compromiso público". Sólo cuando se empezó a profundizar en el significado de los textos en las primeras aulas universitarias, se necesitó "acelerar las formas de leer los libros y orientarse en ellos". La Universidad Bishop Grosseteste (Bishop Grosseteste University) de Lincoln aún lleva el nombre del hombre que creó lo que el Dr. Duncan describe como el equivalente más cercano a un motor de búsqueda en el siglo XIII.

Hoy en día, dijo a Times Higher Education, los estudiantes e incluso muchos académicos "hojean una docena de libros en un día, utilizando el índice". Por tanto, es fundamental que los autores académicos les faciliten las cosas "tratando el índice como una parte importante de nuestros propios libros", probablemente contratando a un indizador especializado con conocimientos sobre la materia para que lo cree.

Las alternativas tecnológicas a la indexación humana no han cumplido con las primeras esperanzas, dijo el Dr. Duncan, quien recordó una experiencia desafortunada "en la que el índice fue proporcionado por la editorial pero generado por un software de indexación. A pesar de que todo el libro trataba sobre la traducción, el índice sólo tenía una referencia de página bajo ese título. Todo lo que tenía una letra mayúscula aparecía en el índice, incluidos los nombres comunes que casualmente empezaban una frase". Los indizadores humanos seguían siendo mucho más eficaces a la hora de "hacer asociaciones a partir de sinónimos", como por ejemplo, al descubrir que "No 10 put out a statement" se refiere al primer ministro del momento y deducir por el contexto qué primer ministro tenía en mente el autor.

Así que todavía había mucho espacio para los indizadores profesionales competentes. Pero, ¿qué hay de la larga tradición, que el Dr. Duncan explora en su libro, de personas que utilizan los índices para hacer travesuras y desacreditar a sus rivales políticos o académicos?

A principios del siglo XVIII, un polemista llamado William King sentía un rechazo snob por lo que hoy llamaríamos "ciencia ciudadana" y por la forma en que las Philosophical Transactions de la Royal Society se basaban acríticamente en las contribuciones de los aficionados. Por ello, publicó su propia selección de los ejemplos más triviales, absurdos y torpemente redactados, restregando su desprecio con un índice en el que figuraban entradas como "A China Ear-Picker", "That Men can't swallow when they're dead" y "Dr Lister bit by a Porposs, and how his Finger fell sick thereupon". 

El libro Feudal England de Horace Round, publicado en 1895, cuestiona lo que considera los numerosos errores de Edward Augustus Freeman, profesor Regius de historia moderna en la Universidad de Oxford. Aunque las críticas están dispersas por todo el texto, es en el índice donde Round realmente lo restriega, con subtítulos bajo Freeman que incluyen "sus 'hechos'", "su parcialidad", "su pedantería", "su supuesta exactitud", "sus puntos de vista confusos" y "su especial debilidad".

El ejemplo más reciente citado en el Índice procede de un libro de 1985 del historiador Hugh Trevor-Roper, que no disfrutó de su etapa como maestro de Peterhouse, en Cambridge, y por ello incluyó los subtítulos "conversación de alta mesa no muy agradable" y "principal fuente de pervertidos" en la entrada del índice del colegio.

Entonces, ¿le gustaría al Dr. Duncan que los académicos de hoy en día también utilizaran los índices para ajustar cuentas?

"Es un arte perdido", respondió. "Encontramos académicos que ponen chistes en sus índices, trozos de humor surrealista. En cuanto a la lucha académica, conozco un ejemplo de un libro de historia medieval que tuvo que ser eliminado en la última década". Aunque no pudo dar muchos más detalles, señaló que el índice en cuestión incluía tanto calumnias como obscenidades.

Su propio libro incluye un índice completo pero bastante jocoso y, siempre que los académicos puedan mantenerse dentro de la legalidad, le gustaría ver "un verdadero regreso" para un poco más de espíritu elevado.

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The ‘lost art’ of mischief-making academic indexesEvolution of indexes closely tied to development of universities, says author, who outlines how they have been used for centuries to settle scholarly scores

September 21, 2021

Matthew Reisz

Twitter: @MatthewReiszTHE

The humble book index has a surprisingly dramatic history, including cases of “saving heretics from the stake and keeping politicians from high office”.

So says Dennis Duncan, lecturer in English at UCL, whose new monograph, Index, A History of the: A Bookish Adventure (Allen Lane) makes clear how the evolution of indexes has been tightly linked to the development of universities.

“Monastic reading is for one’s own spiritual experience,” Dr Duncan explained. “It’s a form of meditation but not a type of what we now call public engagement.” It was only when people started delving deeply into the meaning of texts in early university classrooms that they needed to “speed up the ways in which we read books and find our way around them”. Bishop Grosseteste University in Lincoln still bears the name of the man who created what Dr Duncan describes as the nearest 13th-century equivalent of a search engine. 

Today, too, he told Times Higher Education, students and even many scholars “churn through a dozen books in a day, using the index”. It was crucial for academic authors, therefore, to make things easy for them by “treating the index as an important part of our own books” – probably by getting a specialist indexer with relevant subject knowledge to create it.

Technology-driven alternatives to human-led indexing had failed to live up to early hopes, said Dr Duncan, who recalled an unhappy experience “where the index was provided by the publisher but generated by indexing software. Though the whole book was about translation, the index had just a single page reference under that heading. Everything that had a capital letter turned up in the index, including common nouns which just happened to start a sentence.” Human indexers were still far more effective at “making associations based on synonyms”, such as working out that “No 10 put out a statement” refers to the prime minister of the day and deducing from the context which prime minister the author had in mind. 

So there was still plenty of room for competent professional indexers. But what about the long tradition that Dr Duncan explores in his book of people using indexes to make mischief and discredit political or scholarly rivals?

At the start of the 18th century, a polemicist called William King had a snobbish distaste for what we would now call “citizen science” and the way that the Philosophical Transactions of the Royal Society drew uncritically on amateur contributions. He therefore published his own selection of the most trivial, absurd and clumsily written examples, rubbing in his contempt with an index featuring entries such as “A China Ear-Picker”, “That Men can’t swallow when they’re dead” and “Dr Lister bit by a Porposs, and how his Finger fell sick thereupon”. 

Horace Round’s Feudal England, published in 1895, challenges what it sees as the many errors of Edward Augustus Freeman, Regius professor of modern history at the University of Oxford. Though the criticisms are scattered throughout the text, it is in the index that Round really rubs it in, with subheadings under Freeman including “his ‘facts’”, “his bias”, “his pedantry”, “his supposed accuracy”, “his confused views” and “his special weakness”.

The most recent example cited in Index comes from a 1985 book by the historian Hugh Trevor-Roper, who did not enjoy his time as master of Peterhouse, Cambridge and therefore included the subheads “high-table conversation not very agreeable” and “main source of perverts” in the index entry for the college. 

So would Dr Duncan like to see today’s academics also using indexes to settle scores?

“It’s a lost art,” he replied. “We do find academics putting jokes in their indexes, bits of surreal humour. As for the cut and thrust of academic jousting, I do know of one example of a medieval history book which had to be pulped in the past decade.” Though unable to give much further detail, he noted that the index in question featured both libel and obscenity.

His own book includes a full but fairly jokey index and, provided academics can remain within the law, he would like to see “a real comeback” for a bit more high spirits.

matthew.reisz@timeshighereducation.com


Plan 2.0 para el acceso abierto: ¿un plan o una nueva ambigüedad?

Publicado en THE Times Higher Education https://www.timeshighereducation.com/news/plan-s-20-open-access-plan-bold-may-prove-ineffective   El...