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jueves, 9 de noviembre de 2023

Colonialidad y rankings universitarios

Publicado en CAMPUS. Suplemento sobre educación superior
https://suplementocampus.com/colonialidad-y-rankings-universitarios/


Colonialidad y rankings universitarios

9 noviembre, 2023 por Marion Lloyd

Un estudio desmitifica la búsqueda por la "mejor universidad" como una meta que en realidad afecta la calidad educativa

Lejos de mejorar la calidad de la educación superior, los rankings universitarios reproducen un poderoso mito: que puede existir tal cosa como la “mejor universidad”. Al favorecer un solo modelo de institución —la universidad de investigación anglosajona, del cual Harvard es el ejemplo por excelencia—, las clasificaciones jerárquicas perpetúan estructuras coloniales y promueven una “carrera armamentista” en la academia, en detrimento de la equidad y las prioridades locales y nacionales, sobre todo en el Sur Global.

Esta es la conclusión de una declaración emitida el 1 de noviembre por el Grupo de Expertos Independientes (IEG, por sus siglas en inglés), convocado por el Instituto Internacional de Salud Global de la Universidad de las Naciones Unidas (IIGH-UNU). El grupo, conformado por 16 especialistas de seis continentes, incluyendo a esta columnista, se suma a una creciente campaña global por desmitificar y deslegitimar el modelo de las clasificaciones. El documento plantea dos argumentos centrales: que las metodologías de los rankings son arbitrarias y que privilegian una visión colonialista de “calidad” en la educación superior.

“Los criterios y métodos empleados por los rankings internacionales de universidades reflejan perspectivas, estándares y tradiciones que favorecen a las universidades del Norte Global, más ricas, más antiguas, más grandes, y más orientadas a la investigación; y refuerzan varias desigualdades y prejuicios arraigados en las historias coloniales”, dice el Statement on Global University Rankings

Asimismo, afirma: “Al marginalizar y devaluar otras culturas epistémicas y formas de creación del conocimiento, los rankings internacionales reflejan y refuerzan una forma de colonialidad en la educación superior. Además, el sesgo hacia la ´investigación de punta´ aleja a las universidades de tipos de investigación más prácticos, orientados a la acción, y con mayor relevancia para las verdaderas necesidades del mundo real, las políticas y los programas”.

Como ejemplo, apunta a la obsesión de gobiernos en Asia, África, y, en menor medida, América Latina, por crear “universidades de clase mundial”, en su afán por competir en los rankings. En el proceso, desvían escasos recursos hacia un grupo selecto de instituciones, en detrimento de los sistemas en su conjunto y de prioridades locales.

Entre áreas no prioritarias para los rankings están los programas en salud pública, que no suelen generar publicaciones de alto impacto. Sin embargo, son vitales para el bienestar de las sociedades, como demostró la pandemia por covid-19. Esta, señaló la declaración, “mostró la importancia particular de las universidades para proporcionar evidencias y análisis sobre la salud pública, tanto para los diseñadores de políticas, como para el público en general. Del mismo modo, evidenció lo indispensables que son las universidades, su personal y los estudiantes, para brindar ayuda a los trabajadores de la salud y las comunidades locales”.

No obstante, en vez de promover las funciones sociales de las instituciones, los rankings han fomentado lo que Jürgen Enders, catedrático de la Universidad de Bath, ha denominado una “carrera armamentista” en la academia. “En vez de impulsar la responsabilidad compartida y la cooperación, los rankings incentivan a las universidades y los académicos a competir y priorizar actividades que mejoren sus propias posiciones. Como resultado, pueden debilitar mejoras sistémicas y limitar la capacidad de la educación superior para enfrentar retos sociales de forma colectiva”, afirma la declaración.

¿Solución o parte del problema?
No es la primera vez que se señalan los efectos no deseados de estos sistemas de clasificación. Prácticamente desde 1983, cuando la revista norteamericana U.S. News & World Report comenzó a publicar el ranking de “Best Colleges” (mejores universidades), han surgido críticas por parte de las universidades y especialistas en políticas de educación superior. No obstante, con la publicación de la primera clasificación global, el “Academic Ranking of World Universities” (publicado por la consultora ShanghaiRanking), en 2003, han cobrado cada vez mayor fuerza; siguieron los rankings mundiales del Times Higher Education (THE) y Quaquarelli Symonds (QS), en 2004 y 2009, respectivamente. Actualmente existen más de 60 ranqueos internacionales, muchos de ellos producidos por las mismas tres empresas, las cuales cobran por realizar consultorías a las universidades —en un claro conflicto de interés—.

Para los proponentes de los rankings, estos sirven para mejorar la calidad de las instituciones, orientar a hacedores de políticas universitarias y proveer información objetiva a estudiantes y sus familias. Para los críticos, sin embargo, prometen una ficción de calidad, a través de metodologías arbitrarias (que incluyen encuestas de opinión), cambiantes y esencialmente inútiles. Peor aún, promueven prácticas deshonestas por parte de las universidades, en el afán por mejorar sus posiciones.

A finales del año pasado, varias de las universidades más prestigiadas de Estados Unidos anunciaron que dejarían de proveer información a los distintos rankings producidos por U.S. News & World Report, desatando un boicot por parte de decenas de instituciones estadounidenses. En julio de 2023, los ministros de educación de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica —los llamados países BRICS—, anunciaron planes para crear su propio ranking, para contrarrestar los sesgos de los sistemas actuales. Y en septiembre, la Asociación Europea de Universidades presentó una declaración condenando el mal uso de las clasificaciones por parte de ministros de educación y otros actores relevantes. El mismo mes, la Universidad de Utrecht, en Alemania, anunció que dejaría de participar en el ranking del Times Higher Education, citando las “prácticas altamente cuestionables”, e incitó a sus pares a seguir su ejemplo.

El atractivo de los rankings
Pero si los problemas con los rankings son bien sabidos, ¿por qué el modelo sigue en crecimiento? Desde 2005, cuando se aprobó una serie de lineamientos por parte del Grupo Internacional de Expertos en Rankings (IREG, por sus siglas en inglés), el número de clasificaciones internacionales ha aumentado de 6 a 63, según un recuento de la Dirección General de Evaluación Institucional de la UNAM. Se incluyen nuevas clasificaciones por región, áreas de conocimiento y tipo de programas, entre otras.

Según Riyad Shahjahan, un experto en rankings de la Universidad Estatal de Michigan y miembro del IEG de la UNU, los rankings responden a un deseo de los seres humanos de ordenar el mundo. Argumenta que el modelo es “altamente pegajoso”, ya que provee respuestas aparentemente fáciles a preguntas difíciles. Tan es así, que muchos gobiernos los utilizan para determinar la asignación de becas para estudios en el extranjero, así como para otorgar visas de trabajo. Por ejemplo, en Holanda y Dinamarca, los egresados de las instituciones mejor ranqueadas reciben puntos extra en sus solicitudes de visa. Las clasificaciones también influyen en la asignación de recursos dentro de las instituciones, privilegiando las áreas de investigación por encima de la docencia y la extensión universitaria. En algunos casos, como Francia, los gobiernos inclusive han fusionado universidades existentes con tal de mejorar su presencia en los rankings, que tienden a favorecer las instituciones de mayor tamaño.

¿Qué hacer contra estas clasificaciones?
Si los propios expertos concuerdan en que la eliminación de los rankings “no es inmediatamente factible”, ¿cómo combatir los efectos perversos de estos sistemas? Según el grupo de la UNU, cualquier estrategia debe involucrar campañas para educar a los distintos actores: gobiernos, organizaciones internacionales, universidades, medios de comunicación, padres de familia, y estudiantes. Entre las propuestas está que las universidades dejen de proveer información a estas empresas y publicitar los resultados favorables en sus páginas institucionales. Así hizo la UNAM recientemente, cuando fue colocada en el lugar 93 del mundo, y primero en Hispanoamérica, en el ranking QS 2024. Lo que no mencionó, sin embargo, es que fue ubicada en el rango 801-1000 del ranking mundial del Times Higher Education de 2024. A su vez, las autoridades educativas deberían dejar de utilizar los rankings como referencia en la asignación de recursos y el diseño de políticas universitarias.

En conclusión, todos estos grupos “deben luchar para evitar la fascinación por el prestigio, conociendo mejor las limitaciones conceptuales, metodológicas, y éticas, entre otras, de los rankings internacionales de universidades”.

lunes, 10 de abril de 2023

Cómo aterrizar la “ciencia paracaídas” para evitar el colonialismo científico

Publicado en SciDevNet
https://www.scidev.net/america-latina/scidev-net-reportaje/como-aterrizar-la-ciencia-paracaidas-para-evitar-el-colonialismo-cientifico/



03/04/23
Cómo aterrizar la “ciencia paracaídas” para evitar el colonialismo científico
De un vistazo
  • La “ciencia paracaídas” es una forma de perpetuar las prácticas de colonización desde el Norte
  • También se le llama “investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”
  • Implica temas financieros, de agendas y de publicaciones en revistas de alto impacto en inglés



“Los que vienen de afuera no conocen la realidad, la geografía ni la idiosincrasia
de la población, acá hay que trabajar hasta con invasores de terrenos asentados
en zonas peligrosas, ¿y a quién van a hacerle caso, a un extranjero o a un local?
Nuestra realidad la conocemos los lambayecanos, ni siquiera los limeños, menos
los extranjeros”, dice, sin disimular su enojo, Carlos Burga, decano del Colegio
de Ingenieros de Lambayeque, región ubicada a 770 km de Lima.

Se refiere al convenio suscrito en 2017 entre los gobiernos de Perú y el Reino Unido
 para reconstruir la infraestructura dañada por el fenómeno de El Niño que
entonces asoló la costa norte del país latinoamericano.

Mientras conversa telefónicamente con SciDev.Net desde Chiclayo, la capital
regional, las aguas de las intensas lluvias, aunadas al desborde de un río,
discurren a raudales por las calles de su ciudad dejando a su paso damnificados
y viviendas colapsadas. “Nunca nos hicieron partícipes, nunca nos hicieron llegar
una consulta en absoluto en ninguno de los campos [de reconstrucción o
prevención], aquí están los resultados”, señala.

En el marco de ese acuerdo se pusieron en marcha 137 proyectos con una
inversión aproximada de S/ 12.550 millones de soles (aproximadamente
US$ 3.300 millones) en nueve regiones del país. Pero Burga asegura que
los técnicos locales nunca fueron consultados, una queja que también tienen
especialistas en gestión de riesgo de las otras regiones incluidas.

“Hay puntos críticos conocidos por la población, por los entes técnicos, pero si no
se articula con la sociedad civil, con los colegios profesionales, si no se conoce el
terreno, no hay forma de lograr el éxito”, afirma.

La finalidad de ese convenio era promover procesos de contratación transparentes
en soluciones integrales para el control de inundaciones de ríos, quebradas y
drenajes pluviales en ciudades de la costa, pero se ha convertido en un ejemplo
que ilustra cómo algunos acuerdos, proyectos o investigaciones diseñados en los
países desarrollados muchas veces están desconectados de la realidad local
a la que pretenden beneficiar y no toman en cuenta ni los saberes ni la
experiencia de los países en desarrollo.

Es lo que en círculos académicos se conoce como “ciencia paracaídas”,
investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”,
una práctica por la cual los investigadores o científicos del hemisferio norte vienen
a los países del Sur a recoger muestras, datos o información pero sin reconocer
posteriormente el trabajo de los científicos locales que brindaron insumos,
conocimientos y tiempo para esa investigación.

En otros casos, los países desarrollados imponen agendas de investigación sobre
temas que no son prioritarios para los países que reciben el financiamiento o,
como en el caso que indigna a Burga, el conocimiento local es dejado de lado
para imponer “soluciones” descontextualizadas o aptas para otras realidades.

El perjuicio es para toda la ciencia

La ciencia “paracaidista” daña la ciencia global, no solo a la de los países en
desarrollo, afirma la paleontóloga brasileña Aline Ghilardi, profesora de la
Universidad Federal de Rio Grande do Norte y una de las fundadoras del
movimiento #UbirajaraBelongsToBR, surgido en las redes sociales a finales
de 2020, cuando un dinosaurio del noreste de Brasil, el Ubirajara jubatus
–el primero en presentar estructuras similares a plumas– fue descrito en
la revista Cretaceous Research.

El fósil había sido llevado subrepticiamente a Alemania en la década de 1990
y guardado en un museo. En su caracterización no participó ningún paleontólogo
brasileño sino de Alemania, Reino Unido y México.

Entonces, un grupo de investigadores de Brasil se movilizó a través de las redes
sociales para demandar la repatriación del fósil. Meses después, el estudio con
su descripción fue retractado y el movimiento #UbirajaraBelongsToBR se volvió
viral, ocupando titulares en periódicos de Brasil y de todo el mundo. Tras largas
negociaciones, el estado de Baden-Württemberg decidió, en julio del año pasado,
que el Museo de Historia Natural de Karlsruhe debe devolver el fósil a Brasil,
regreso que aún no se ha materializado.

Pero los investigadores involucrados en el movimiento brasileño, junto a otros
colegas del Sur Global, decidieron mostrar hasta qué punto el colonialismo
científico es una práctica dañina para la ciencia mundial: revisaron casi 200
estudios publicados entre 1990 y 2021 y encontraron que más de la mitad de
ellos no incluía a paleontólogos locales.

Además, el 88 por ciento de los ejemplares encontrados en Brasil descritos en
estos estudios estaba fuera del país, algunos adquiridos ilegalmente en el lucrativo
mercado de venta de fósiles.

A principios de 2022, el grupo del que participa Ghilardi publicó otro estudio en
la revista Nature Ecology & Evolution mostrando cómo los países desarrollados
prácticamente monopolizaron la producción de conocimiento en paleontología
durante las últimas tres décadas, con 97 por ciento de investigaciones realizadas
especialmente por científicos de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Australia,
Suiza y Francia en ese periodo.

Entre los países destinatarios de la ciencia paracaídas en América Central y del
Sur están Colombia, Ecuador, Panamá y Belice, detalló el estudio.
La República Dominicana es el país más afectado del mundo por este problema.

Ciencia Paracaídas1.png

Conocimientos locales y saberes ancestrales: invisibles

Pero el problema está lejos de ser un asunto que incumba solo a la paleontología.
En febrero de este año, 124 ornitólogos de 19 países de la región denunciaron 
en la revista Ornithological Applications la marginalización sistemática que sufren
por parte de instituciones académicas de Estados Unidos y Europa.

Según ellos, esta discriminación desvaloriza los conocimientos producidos por las
comunidades indígenas sobre las aves que habitan la región.
“Básicamente el investigador llega del extranjero, colecta sus muestras,
sus datos, se retira y tiene el mínimo posible de interacciones con lo que está
ocurriendo en la comunidad. Hay muchos casos como éstos”,
explica a SciDev.Net Ernesto Ruelas Inzunza, investigador mexicano y
uno de los autores del documento.

Debido a la naturaleza de los conocimientos que implica, la etnobotánica es otra
disciplina susceptible a estas prácticas con el agravante de que muchas acciones
devienen en delitos de biopiratería.

El antropólogo y etnobotánico peruano Fernando Roca reconoce que muchas
veces los investigadores recogen información valiosa de los pueblos originarios
y nunca más se les vuelve a ver, a pesar de existir normas jurídicas nacionales
o internacionales de protección de los conocimientos locales.

“Hay preguntas clave que deben ser respondidas previamente a la formulación
de una investigación, especialmente en campos donde hay un conocimiento
primario u originario asociado, como ¿quién va a ser el dueño de esos (nuevos)
conocimientos: quienes ya lo tenían desde siempre o los que financiaron
la investigación?”, indica Roca, docente principal de la Pontificia Universidad
Católica del Perú.

En la salud pública la práctica también es muy común, incluso cuando el foco
de investigación son las enfermedades tropicales y desatendidas típicas de los
países en desarrollo, tal como lo destaca Marcelo Gomes, investigador de modelos
epidemiológicos de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) en Río de Janeiro.

Los países del norte global interesados ​​en estas enfermedades requieren,
necesariamente, ponerse en contacto con los países donde son endémicas,
“pero es muy común, lamentablemente, que terminemos teniendo un rol de simple
proveedores de datos, y quienes vienen de afuera se consideran con la condición
intelectual, tecnológica y financiera para implementar soluciones para nosotros”,
señala.

Esta postura, dice Gomes, no siempre es algo explícito. “Es en el piso de
negociaciones y en la distribución de tareas que estos roles se vuelven más
claros de quién termina teniendo una voz efectiva en el avance de la discusión
científica”.

Una investigación realizada en Argentina para explorar si la agenda de investigación
internacional establecida por grandes empresas e instituciones académicas líderes
influye indirectamente en la investigación académica del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), encontró que los términos
vinculados a la biología molecular y la investigación del cáncer dominan la agenda
de investigación de las ciencias biomédicas y salud de esa institución.

El estudio encontró también que la investigación en esas disciplinas, al estar
acaparada por las grandes compañías farmacéuticas, prioriza la exploración
de nuevas intervenciones farmacológicas por encima del estudio de los factores
socioambientales que influyen en la aparición y progresión de las enfermedades,
aspectos que son considerados marginales.

Para los autores, este enfoque promueve el desarrollo de tratamientos más que
la elaboración de medidas de prevención.

Pero Fernando Peirano, presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la
Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, organismo dependiente
del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina, precisa que
“la ciencia siempre avanza sometida a diferentes sesgos que atentan contra la
diversidad de voces y contra la atención a problemas relevantes”.

“Estos sesgos son de diferente naturaleza, algunos son culturales otros
institucionales y muchos de ellos responden a factores económicos”, admite
y añade que “la ciencia deja de brindar soluciones cuando esos sesgos dominan
el rumbo y cooptan los procesos de validación de los resultados. […]
El esfuerzo tiene que estar dirigido a asegurar que sean las mejores ideas
y los aportes más relevantes los que lideren el avance y cimenten las
nuevas certezas científicas”.

Sin embargo, una de las claves parece ser el factor económico.

Negociaciones complejas y asimétricas

Marcelo Gomes admite que es muy complicado llegar a un consenso en el proceso
de negociación, y que esto suele ser más factible cuando los del Norte ven
 que los investigadores del Sur tienen técnicas y metodologías avanzadas para
 hacer su trabajo. “Pero las relaciones invariablemente parten de una base desigual.
Después, se igualan, cuando se puede. Pero es una situación muy difícil”, expresa.

“Históricamente, la cooperación internacional con los países de América Latina
 ha seguido una agenda de temas que responde más a la visión o intereses propios
 de quienes ofrecen los recursos, que a las prioridades latinoamericanas”, reconoce
 desde Buenos Aires, Mario Albornoz, del Centro de Estudios sobre Ciencia,
Desarrollo y Educación Superior (Redes) de Argentina.

No es partidario del término “colonialismo” en ciencia y tecnología porque a su
 juicio “es una categoría más ideológica que precisa”, pero sí admite que existen
asimetrías “y que éstas son muchas veces irritantes”.

Tampoco a Pablo Kreimer, director del Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad
de la Universidad Maimónides, en Buenos Aires, le gusta usar ese concepto,
que le parece exagerado, porque supone que los “colonizados”, “es decir los
científicos en países periféricos, tienen una dependencia absoluta de los centros
 científicos hegemónicos, localizados en los países científicamente
más desarrollados, o bien que sus grados de libertad son muy limitados”.

No obstante, sostiene que “en la orientación de las agendas científicas (los temas
que dominan la investigación) en un espacio crecientemente globalizado, el peso
de las agencias de financiamiento de los países centrales –como las de Estados
Unidos– o las supranacionales –como las europeas– es mucho más fuerte que
las orientaciones nacionales de los países con menor desarrollo, como los de
América Latina”.

Fernando Roca cree que un término más exacto sería “comercialización del
conocimiento”. “Se piensa mucho en los beneficios económicos de una
 investigación o de una inversión pero se piensa poco en los territorios donde
habita gente”, precisa.

Desde Uppsala, Suecia, donde es profesor de genética y mejoramiento en la
Universidad de Ciencias Agrícolas (SLU), el peruano Rodomiro Ortiz tiene una
mirada diferente, fruto de décadas de colaboración desde el hemisferio norte.

“Yo no diría que el financiamiento en sí ha sido diseñado para promover este
tipo de colonialismo científico, se puede jugar con ello en (sic) base a los que
lo manejan, o a los que lo aceptan, y a cuánto están dispuestos a aceptar los
que reciben ese financiamiento en el sur”, señala por Zoom a SciDev.Net.

Aunque admite que hasta años recientes era una práctica generalmente
aceptada por los organismos internacionales que los investigadores de países
desarrollados recogieran información de los programas e investigadores de
países en desarrollo y las usaran para formular recomendaciones de políticas
a esos mismos países, ahora eso es cada vez menos tolerado e incluso muchas
revistas científicas reconocen que no es suficiente participar solo en la recolección
de datos sino involucrarse en todo el proceso de la investigación y están
estableciendo estándares para comprobarlo.

Otro espinoso asunto: las publicaciones

Lo que señala Ortiz pone sobre la mesa el debate sobre el actual modelo de
evaluación de la calidad de la investigación basado en citas que, aunque no
lo parezca, también induce al colonialismo científico porque fuerza a publicar
en revistas de alto impacto que, como están dominadas por el norte global,
tienen parámetros que responden a esas agendas en las cuales, salvo contadas
excepciones, la ciencia local no tiene cabida.

“Los grupos que tienen más financiación tienen más trabajos publicados, que
a su vez son el parámetro para distribuir los recursos. Esto crea un agujero negro
que dificulta que surjan ideas de investigación innovadoras. Entonces fomentas
más de lo mismo, y eso está matando a la ciencia”, afirma categórica la
brasileña Ghilardi para quien las agencias de fomento “son mecanismos de
concentración de poder”.

Además, al publicarse en inglés, las revistas científicas limitan el acceso a
muchos científicos de nuestra región que no dominan ese idioma lo que
coadyuva a que muchos conocimientos locales generados en otras lenguas
sean relegados a revistas locales, de poco impacto.

“Nos guste o no, el inglés es el lenguaje de la ciencia. Publicar en castellano
hoy es día es ineficiente, porque simplemente nadie lo va a leer”, responde
tajantemente Ortiz.

Pero María Paula Fernández Certuche, bióloga originaria del pueblo Kokonuko,
ubicado en la cordillera central andina de Colombia, no está de acuerdo. Para ella,
y otros científicos indígenas, el idioma es un obstáculo para poder llevar sus
investigaciones a las revistas del norte global.

“Además de los costos de publicación (que pueden llegar a los mil dólares),
exigen que esté en inglés, lo que implica contratar a un traductor. A esto se agrega
la necesidad de pagar para leer las investigaciones de otros académicos,
sin mencionar los costos de la investigación como tal”, refiere.

Mientras estudiaba en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad del
Cauca, al suroccidente del país, tuvo que enfrentar la incomprensión de profesores
y estudiantes que cuestionaban los temas de sus investigaciones, que incluían la
incorporación de los conocimientos tradicionales de sus pueblos.

“Los saberes ancestrales hay que valorarlos y respetarlos y hay formas de
compartir los beneficios amparados internacionalmente, pero la mejor forma
de hacerlo es que haya investigadores de esos países que escriban los artículos
en inglés para hacer la diseminación del conocimiento. La solución no es escribirlos
en la lengua local, no los va a leer nadie”, asegura Ortiz.

Para Roca, la clave está en el retorno de la investigación. “El objetivo no puede
ser solamente publicar”, expresa.

“Siempre hay que plantearse cómo retornar la investigación hacia la gente con
la que se está trabajando y somos nosotros mismos, los investigadores del Sur,
los que tenemos que pensar cómo hacerlo. Conozco el caso de un antropólogo
que hizo una investigación en dos pueblos indígenas amazónicos y luego la plasmó
 en libros bilingües para los colegios de la zona, para que mientras aprendían a
leer en castellano los escolares
 recuperaran la tradición oral de sus padres. Esa es una buena manera de
retribución”, precisa.

Albornoz, por su parte, cree necesario fortalecer las revistas y bases de datos
en español pensando en los públicos locales. “Más complicado es el problema
de las publicaciones “mainstream”, [es decir aquellas que forman parte de la
corriente principal” de la ciencia, N. de R.] por las barreras que ponen a la
difusión de la ciencia latinoamericana y su incidencia en la jerarquización de
los problemas a investigar. En este sentido, el movimiento hacia una
ciencia abierta es estratégico y merece un amplio apoyo”, sostiene.

Lo que se puede hacer

¿Es posible en el corto o mediano plazo revertir esta dependencia académica
y generar investigaciones más en sintonía con nuestras necesidades de desarrollo?
 Algunas agencias de cooperación internacional están comenzando a tomar
medidas para mitigar estas diferencias, como SIDA de Suecia, que para otorgar
financiamiento a países del hemisferio sur ha establecido una serie de controles
 para cerciorarse de que los socios están participando plena y activamente en
 todo el proceso.

En el caso de la cooperación internacional británica, SciDev.Net trató de
comunicarse por varios canales con algún vocero que respondiera a las críticas
de Burga y otros profesionales peruanos, pero hasta el cierre de este reportaje
no fue posible obtener ningún comentario.

“Muchos exigen que determinados proyectos de investigación cuenten con la
 participación de grupos de países en desarrollo, y se preocupan de hacer circular
el dinero a través de intercambios, financiación de eventos y viajes entre los
distintos países participantes”, dice Gomes. “Ya es un esfuerzo, pero no es
suficiente. La integración real entre grupos es más complicada porque se
trata del día a día de la investigación”, observa.

Ciencia Paracaídas2.jpg

Aline Ghilardi cree que los movimientos para descolonizar la ciencia han
ganado terreno en el debate internacional, pero aún queda un largo camino
por recorrer para lograr cambios efectivos en los sistemas de publicación y 
evaluación de calidad de los científicos. “Estas son cosas difíciles de hacer,
pero debemos comenzar a diseñar un plan sobre cómo lograrlo.
Tienes que comenzar en alguna parte”.

Según Peirano “las políticas nacionales necesitan un acompañamiento y
una articulación que sólo pueden resolverse en los foros multilaterales”.
Pero admite que estos ámbitos, lejos de verse fortalecidos en los últimos años,
“se han visto debilitados por la falta de compromiso de muchos países de
gran relevancia tanto por el peso de su sistema científico como por su rol
de financiadores de estas instituciones”.

“Frente a una integración latinoamericana, que aún está en sus primeros pasos,
debemos procurar que considere a la ciencia y la tecnología
como uno de sus principales pilares y que los
vínculos que construyamos sean vínculos entre pares, con prioridades
relevantes para llevar más
oportunidades y soluciones a los pueblos”, añade.

Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe
de 
SciDev.Net

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