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martes, 2 de septiembre de 2025

Academia mexicana: entre endogamia y colonización

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/08/28/opinion/academia-mexicana-entre-endogamia-y-colonizacion 



Academia mexicana: entre endogamia y colonización
28 de agosto de 2025 

La academia mexicana arrastra un mal que la corroe desde dentro: la endogamia. Lo que alguna vez se pensó como autonomía para defender a las universidades del poder político derivó, en numerosos casos, en un sistema cerrado donde rectores, directores generales o presidentes y cuerpos colegiados se eligen, se suceden y se protegen entre sí. Un espacio crítico se volvió sumiso. 

El rector o director rara vez llega con libertad. Desde el inicio se le impone no incomodar a los grupos que lo llevaron al cargo. Quien los desafía enfrenta aislamiento, desprestigio o destitución. 

En varias universidades estatales, la endogamia devino cacicazgo. Familias dominan plazas y convierten la institución en botín político. Incluso las instituciones más prestigiadas no están exentas. La endogamia puede disfrazarse de formas refinadas, pero conserva la lógica de exclusión. Una élite académica se reproduce con privilegios, margina al disidente y premia al sumiso. Con el tiempo esa élite se convierte en casta. Muchos dejan de enseñar o investigar y viven de recursos públicos. 

Existen espacios con prácticas abiertas, pero son excepciones. La endogamia sofoca la competencia e impide la innovación. 

De ahí la desconexión con el país. Los concursos de plazas suelen diseñarse de forma restrictiva, lo que excluye a quienes no pertenecen a los grupos dominantes. Así, el talento nacional se desperdicia en lugar de aprovecharse. Los estudiantes reciben planes obsoletos y los críticos quedan aislados. La sociedad recibe diagnósticos que no cambian la realidad. 

En el plano internacional, la academia mexicana casi no es tomada en serio. Fuera se la percibe como un aparato que produce papeles y estadísticas, sin debates de fondo ni aportaciones originales. Se habla de internacionalización, pero se repiten fórmulas que sostienen una ilusión de modernidad. México simula pertenecer al circuito académico. La simulación se ha vuelto su sello de exportación. 

El mito de la autonomía funciona como escudo. Se habla de independencia frente al poder político, pero en la práctica se trata de autonomía de camarillas sin rendición de cuentas. Cuando hay fraudes o nepotismo, las soluciones son cosméticas. 

El contraste internacional es claro. En Estados Unidos los presidentes se designan con externos; en el Reino Unido los vicechancellors se nombran con consejos mixtos. En México, aunque las juntas de gobierno incluyen externos, suelen ser aliados del rector. El círculo endogámico se recicla y los externos sólo aparentan pluralidad. 

En el sexenio anterior se intentó limitar privilegios, pero la reacción de la élite académica fue tan virulenta que frenó cualquier posibilidad de cambio. En el actual, lejos de corregir ese rumbo, se optó por la conciliación: en lugar de transformar las estructuras de poder, se prefirió coexistir con ellas. 

Los contrasentidos se multiplican. La autonomía, pensada como defensa frente al poder político, terminó convertida en escudo de camarillas. Las universidades, que deberían ser semilleros de conocimiento, funcionan como feudos endogámicos donde se heredan plazas y se premia la obediencia. 

Otro contrasentido está en el crecimiento del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores. México multiplicó doctores, artículos y miembros, pero el país siguió estancado: el PIB apenas creció, la innovación no despegó y la desigualdad persiste. Ese auge respondió a la lógica neoliberal impuesta por el Banco Mundial: acumular “capital humano” y cumplir indicadores externos. La evaluación se volvió simulación y la colonización académica se consolidó en la dependencia de métricas foráneas. 

Cuando se revisa el panorama por áreas del conocimiento, la conclusión es clara. En ingenierías, ciencias exactas o médicas, los artículos no se traducen en innovación. La investigación se acumula en revistas sin generar patentes. Y en las ciencias sociales prevalece la dependencia intelectual: se repiten teorías importadas ajenas a la experiencia mexicana. Colonizadas por marcos extranjeros, estas disciplinas renunciaron a pensar por sí mismas. 

Las élites académicas mexicanas han preferido apoyarse en el aval de centros de prestigio extranjeros, lo que refuerza la dependencia y reproduce un pensamiento funcional a intereses ajenos. 

México tiene más académicos y publicaciones que nunca, pero no más desarrollo. La endogamia, junto con la colonización académica, son dos de los factores que impiden que el conocimiento se traduzca en progreso. En lugar de abrir espacios al talento, la innovación y la creatividad, las instituciones han optado por sofocar la competencia, premiar la obediencia y apoyarse en el colonialismo intelectual. El resultado es una academia que reproduce mediocridad. 

Si el uso de los recursos públicos destinados a la academia se sometiera a un veredicto democrático, el fallo sería implacable: demasiado dinero gastado, demasiados privilegios acumulados y muy pocos resultados para la sociedad. La academia mexicana, atrapada entre endogamia y colonización, ha convertido la investigación en un costo social estéril. El conocimiento, sostenido con el esfuerzo colectivo de millones, no se traduce en innovación, ni en desarrollo ni en justicia. 

*Director del CIDE

miércoles, 25 de junio de 2025

MÉXICO: ¿Ciencia para publicar en revistas prestigiadas o para reindustrializar el país?

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/06/18/opinion/ciencia-sin-industria-talento-sin-destino




Ciencia sin industria, talento sin destino

Cuatro décadas después, la paradoja es evidente: México genera conocimiento que su economía no puede aprovechar. 

18 de junio de 2025 

Con la apertura económica y la adopción del modelo neoliberal en los años 80, México dejó de concebir el conocimiento como herramienta del desarrollo productivo. La nueva planta industrial se configuró bajo control extranjero, con empresas trasnacionales que conservaron sus centros de investigación en los países de origen. No necesitaron del conocimiento generado localmente. En ese contexto, contar con un aparato científico nacional vinculado al aparato productivo dejó de ser necesario. 

Desde entonces, ciencia, tecnología, industria y pensamiento social siguieron caminos separados. Mientras la estructura productiva se subordinaba a cadenas globales de bajo valor agregado, el sistema científico se replegó hacia la academia. El Conacyt concentró sus esfuerzos en formar doctores, financiar posgrados y evaluar artículos indexados. Y las ciencias sociales, atrapadas en circuitos teóricos importados, abandonaron toda aspiración de orientar un proyecto nacional. Cuatro décadas después, la paradoja es evidente: México genera conocimiento que su economía no puede aprovechar.  

Desde la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 1984, la política científica giró en torno al reconocimiento externo. La ciencia se volvió una carrera individualista, enfocada en publicaciones especializadas, no en resolver problemas públicos. Al mismo tiempo, las universidades y centros de investigación se cerraron sobre sí mismos, amparados en una noción de autonomía desvinculada del interés nacional. La “excelencia” funcionó como escudo contra cualquier transformación. Emergió así una élite académica dorada, financiada por el Estado, pero alejada de las necesidades del país. 

Muchas disciplinas, especialmente en las ciencias básicas, operan hoy sin conexión alguna con el aparato productivo. En las ciencias sociales, el panorama es aún más grave: domina un colonialismo intelectual que impide la construcción de agendas propias, subordinando la colaboración internacional a intereses ajenos al desarrollo nacional. No se trata sólo de enfoques teóricos: en cuatro décadas, las ciencias sociales mexicanas han sido incapaces de proponer una política de planificación, un modelo de reindustrialización o una alternativa coherente de proyecto nacional. Sin pensamiento social articulado al interés público, la política científica corre el riesgo de volverse tecnocrática o vacía de sentido nacional. 

El SNI ha crecido de forma vertiginosa –de mil 396 miembros en 1984 a más de 46 mil en 2025–, pero sin reflejarse en el desarrollo humano o la innovación tecnológica. Aunque hay aportes relevantes, el sistema funciona como una maquinaria simbólica que legitima privilegios. Basta con publicar en revistas de circulación restringida –aunque nadie las lea en el país– para mantener los estímulos. En esta lógica, el SNI opera como un programa de transferencias sin evaluación colectiva. 

La formación científica se ha vuelto un ciclo cerrado: produce doctores que no tienen dónde insertarse, más allá de universidades públicas ya saturadas. En lugar de integrarse al aparato productivo, el talento circula dentro del propio sistema, sin romper su inercia. El riesgo es evidente: convertir la ciencia en simulacro de legitimidad, sin impacto real. 

Si esta tendencia continúa, podríamos enfrentar una paradoja mayor: más investigadores compitiendo por estímulos que ingenieros resolviendo problemas industriales. No se trata de un exceso de científicos, sino de la ausencia de un proyecto de nación que los articule al desarrollo. Mientras, la industria manufacturera –controlada por capital extranjero– opera sin relación con el conocimiento local, profundizando la desconexión entre ciencia, educación y producción. 

México no necesita simplemente más doctores o más ingenieros. Necesita un proyecto de desarrollo que los requiera, los articule y los valore. Sin una política industrial soberana que impulse la innovación local, cualquier esfuerzo por formar talento seguirá cayendo en el vacío. 

Frente a este escenario, el gobierno de la Cuarta Transformación representó un parteaguas. Por primera vez en décadas, se impulsó un esfuerzo serio por reorientar la política científica hacia el bienestar colectivo. El Conahcyt –con una intención renovadora y objetivos ambiciosos, aunque sin una estrategia plenamente consolidada– buscó restructurar los centros públicos de investigación, reformar el SNI, reordenar las prioridades del sistema y corregir prácticas discrecionales en el uso de recursos públicos. 

Este intento por vincular el conocimiento con el interés nacional y cerrar espacios a los abusos presupuestales enfrentó resistencias significativas: desde estructuras burocráticas consolidadas y sectores académicos reacios al cambio, hasta decisiones del Poder Judicial que impidieron establecer responsabilidades por el uso indebido de fondos públicos. En algunos casos, quienes fueron señalados por estas prácticas regresaron a ocupar posiciones de influencia dentro del sistema. Estas resistencias limitaron el alcance del proyecto e impidieron una transformación más profunda y sostenida. 

La transformación del Conahcyt en Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti) puso en evidencia el conflicto entre dos proyectos de desarrollo científico: uno con vocación popular, orientado al bienestar colectivo; y otro aferrado a beneficios corporativos y a criterios autorreferenciales. Aunque el discurso reformador se ha sostenido, el impulso original ha enfrentado los límites de una institucionalidad marcada por inercias profundas. La lógica de la administración pública, con sus tiempos, resistencias y mecanismos de operación, ha terminado por influir en la implementación del nuevo modelo científico. En lugar de consolidar una ruptura estructural, se observa una tendencia a normalizar los cambios dentro de los marcos existentes, lo que ha debilitado el horizonte transformador planteado inicialmente. 

Mientras, México sigue formando generaciones de especialistas sin destino. Urge reconstruir el vínculo entre ciencia, Estado e industria. Pero debe quedar claro: la Secretaría de Ciencia no basta. Su función es reorganizar el sistema y desmontar los privilegios de las élites académicas, pero si el Estado no interviene para reindustrializar el país, el talento seguirá siendo irrelevante. 

El conocimiento no se traduce en bienestar si no hay un aparato productivo nacional que lo demande. Sólo una política científica soberana, respaldada por una política industrial firme, podrá poner el conocimiento al servicio del país y consolidar el horizonte transformador que la Cuarta Transformación apenas comenzó a trazar, pero que sigue esperando ser profundizado. 

*Director del CIDE

jueves, 1 de mayo de 2025

MÉXICO: las ciencias sociales, colonialismo académico o soberanía epistemológica

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/04/21/opinion/pensar-desde-mexico-o-resignarnos-a-la-deriva




Pensar desde México o resignarnos a la deriva

José Romero*
21 de abril de 2025 00:01

Por décadas, México ha aspirado a la independencia económica y la soberanía política. Sin embargo, esa aspiración seguirá siendo inalcanzable mientras pensemos con categorías ajenas. No se puede transformar un país con ideas diseñadas para sostener la hegemonía de otros. Pensar con cabeza propia no es un lujo académico: es una necesidad histórica. Sin pensamiento propio, la Cuarta Transformación (4T) no sólo corre el riesgo de fracasar, sino de dejar al país atrapado en una peligrosa deriva sin rumbo.

Durante demasiado tiempo, nuestra realidad ha sido interpretada a través de teorías nacidas en los países anglosajones, formuladas para justificar el libre comercio, el neoliberalismo y una democracia sin contenido social. Hoy, cuando ese poder geopolítico se debilita, las universidades del norte global insisten en exportar sus viejos paradigmas como si fueran fórmulas universales. Ello no es reciente. Las ciencias sociales mexicanas nacieron bajo tutela. Aunque se enseñan en español y se aplican al contexto nacional, sus fundamentos teóricos, jerarquías institucionales y referentes intelectuales son, en su mayoría, importados. En nombre de la “universalidad” del conocimiento, nuestras universidades adoptaron sin crítica marcos pensados para otras realidades.

El colonialismo académico impuso una regla tácita: el saber legítimo es aquel que se produce en inglés, se publica en revistas extranjeras y se ajusta a los criterios de Harvard o el MIT. Bajo esta lógica, se forma a los estudiantes para buscar validación externa, se prioriza citar a autores del norte y se relega el pensamiento latinoamericano al margen. Esta dependencia se reproduce muchas veces sin conciencia, pero con efectos profundos.

En muchas facultades es posible graduarse en economía sin haber leído a Furtado, Prebisch o Marini, pero dominando la teoría de juegos o el equilibrio general. Se enseñan políticas públicas diseñadas para países sin pobreza estructural y se imponen modelos de gobernanza que ignoran cómo opera el poder en nuestros contextos. La historia se reduce a cronologías institucionales; la economía, a manuales que suponen un país plenamente industrializado, y la sociología, a modas foráneas que poco explican nuestras desigualdades.

Esta desconexión se refleja en los sistemas de incentivos. El prestigio académico no se construye pensando desde México, sino hablando como Harvard. El Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras (SNII) y los programas de estímulos valoran más un texto técnico en inglés que una propuesta sólida con impacto nacional. Así, la lógica de los indicadores termina desplazando la de la transformación. Se premia publicar más que incidir, repetir más que comprender, citar más que crear.

Mientras, el pensamiento crítico latinoamericano permanece marginado. Incluso la historia económica que se enseña excluye nuestras propias experiencias. Figuras como Víctor Urquidi, David Ibarra, Carlos Tello, Arturo Warman, Bolívar Echeverría y Enrique Dussel, quienes pensaron desde México y América Latina con rigor estructural y mirada crítica, han sido desplazadas del centro académico. Esta exclusión no es técnica: es política. Busca evitar que las ciencias sociales se conviertan en herramientas de emancipación.

Por eso, descolonizar las ciencias sociales no es un gesto simbólico ni una moda ideológica: es una urgencia. Sin soberanía epistemológica, no puede haber soberanía política ni económica. Un país que no se piensa con cabeza propia está condenado a vivir bajo proyectos ajenos. Y una academia desvinculada de su pueblo no cumple su función pública.

La descolonización exige rupturas. Primero, con el canon teórico dominante. Es indispensable recuperar nuestras propias tradiciones intelectuales, incluyendo a quienes pensaron el desarrollo desde aquí con compromiso y rigor. También debemos aprender de las experiencias exitosas de Asia, donde se construyeron capacidades nacionales y se adaptaron conocimientos externos a las condiciones locales. No se trata de idealizar modelos ni de mirar al pasado con nostalgia, sino de pensar críticamente desde el presente.

Segundo, urge transformar los sistemas de evaluación. El SNII, las universidades y las agencias científicas deben dejar de premiar exclusivamente la publicación en revistas extranjeras. Hay que valorar la incidencia social, la formación de cuadros comprometidos y los diagnósticos útiles. La ciencia útil no es la que más se cita, sino la que más transforma.

Tercero, necesitamos construir nuevas instituciones del saber: centros de pensamiento, observatorios de políticas públicas, escuelas de formación conectadas con el país real. El conocimiento debe volver a circular entre academia y sociedad. El aula no puede ser un refugio de neutralidad, sino un espacio de interrogación crítica y acción colectiva.

Cuarto, es indispensable repolitizar las ciencias sociales. Fingir una objetividad tecnocrática sólo perpetúa el statu quo. Pensar desde México implica tomar partido: por la justicia, el desarrollo y la soberanía. Y tomar partido, hoy, es un acto de dignidad intelectual.

Finalmente, debemos transformar el horizonte de sentido de la academia: estudiar para transformar, investigar para contribuir, enseñar para liberar. México no será soberano mientras dependa de centros extranjeros para pensarse. La batalla por el conocimiento es también la batalla por el futuro.

La 4T no podrá consolidarse sin una transformación intelectual que la sustente. No basta cambiar instituciones: hay que construir una ideología propia que le dé sentido, horizonte y dirección. Mientras sigamos presos de modelos que ignoran nuestras realidades, el proyecto corre el riesgo de vaciarse de contenido. Si no comenzamos a pensarnos desde nosotros mismos, quedaremos atrapados en una deriva sin rumbo: sin visión, sin proyecto y, finalmente, sin país.

*Director del Cide

jueves, 9 de noviembre de 2023

Colonialidad y rankings universitarios

Publicado en CAMPUS. Suplemento sobre educación superior
https://suplementocampus.com/colonialidad-y-rankings-universitarios/


Colonialidad y rankings universitarios

9 noviembre, 2023 por Marion Lloyd

Un estudio desmitifica la búsqueda por la "mejor universidad" como una meta que en realidad afecta la calidad educativa

Lejos de mejorar la calidad de la educación superior, los rankings universitarios reproducen un poderoso mito: que puede existir tal cosa como la “mejor universidad”. Al favorecer un solo modelo de institución —la universidad de investigación anglosajona, del cual Harvard es el ejemplo por excelencia—, las clasificaciones jerárquicas perpetúan estructuras coloniales y promueven una “carrera armamentista” en la academia, en detrimento de la equidad y las prioridades locales y nacionales, sobre todo en el Sur Global.

Esta es la conclusión de una declaración emitida el 1 de noviembre por el Grupo de Expertos Independientes (IEG, por sus siglas en inglés), convocado por el Instituto Internacional de Salud Global de la Universidad de las Naciones Unidas (IIGH-UNU). El grupo, conformado por 16 especialistas de seis continentes, incluyendo a esta columnista, se suma a una creciente campaña global por desmitificar y deslegitimar el modelo de las clasificaciones. El documento plantea dos argumentos centrales: que las metodologías de los rankings son arbitrarias y que privilegian una visión colonialista de “calidad” en la educación superior.

“Los criterios y métodos empleados por los rankings internacionales de universidades reflejan perspectivas, estándares y tradiciones que favorecen a las universidades del Norte Global, más ricas, más antiguas, más grandes, y más orientadas a la investigación; y refuerzan varias desigualdades y prejuicios arraigados en las historias coloniales”, dice el Statement on Global University Rankings

Asimismo, afirma: “Al marginalizar y devaluar otras culturas epistémicas y formas de creación del conocimiento, los rankings internacionales reflejan y refuerzan una forma de colonialidad en la educación superior. Además, el sesgo hacia la ´investigación de punta´ aleja a las universidades de tipos de investigación más prácticos, orientados a la acción, y con mayor relevancia para las verdaderas necesidades del mundo real, las políticas y los programas”.

Como ejemplo, apunta a la obsesión de gobiernos en Asia, África, y, en menor medida, América Latina, por crear “universidades de clase mundial”, en su afán por competir en los rankings. En el proceso, desvían escasos recursos hacia un grupo selecto de instituciones, en detrimento de los sistemas en su conjunto y de prioridades locales.

Entre áreas no prioritarias para los rankings están los programas en salud pública, que no suelen generar publicaciones de alto impacto. Sin embargo, son vitales para el bienestar de las sociedades, como demostró la pandemia por covid-19. Esta, señaló la declaración, “mostró la importancia particular de las universidades para proporcionar evidencias y análisis sobre la salud pública, tanto para los diseñadores de políticas, como para el público en general. Del mismo modo, evidenció lo indispensables que son las universidades, su personal y los estudiantes, para brindar ayuda a los trabajadores de la salud y las comunidades locales”.

No obstante, en vez de promover las funciones sociales de las instituciones, los rankings han fomentado lo que Jürgen Enders, catedrático de la Universidad de Bath, ha denominado una “carrera armamentista” en la academia. “En vez de impulsar la responsabilidad compartida y la cooperación, los rankings incentivan a las universidades y los académicos a competir y priorizar actividades que mejoren sus propias posiciones. Como resultado, pueden debilitar mejoras sistémicas y limitar la capacidad de la educación superior para enfrentar retos sociales de forma colectiva”, afirma la declaración.

¿Solución o parte del problema?
No es la primera vez que se señalan los efectos no deseados de estos sistemas de clasificación. Prácticamente desde 1983, cuando la revista norteamericana U.S. News & World Report comenzó a publicar el ranking de “Best Colleges” (mejores universidades), han surgido críticas por parte de las universidades y especialistas en políticas de educación superior. No obstante, con la publicación de la primera clasificación global, el “Academic Ranking of World Universities” (publicado por la consultora ShanghaiRanking), en 2003, han cobrado cada vez mayor fuerza; siguieron los rankings mundiales del Times Higher Education (THE) y Quaquarelli Symonds (QS), en 2004 y 2009, respectivamente. Actualmente existen más de 60 ranqueos internacionales, muchos de ellos producidos por las mismas tres empresas, las cuales cobran por realizar consultorías a las universidades —en un claro conflicto de interés—.

Para los proponentes de los rankings, estos sirven para mejorar la calidad de las instituciones, orientar a hacedores de políticas universitarias y proveer información objetiva a estudiantes y sus familias. Para los críticos, sin embargo, prometen una ficción de calidad, a través de metodologías arbitrarias (que incluyen encuestas de opinión), cambiantes y esencialmente inútiles. Peor aún, promueven prácticas deshonestas por parte de las universidades, en el afán por mejorar sus posiciones.

A finales del año pasado, varias de las universidades más prestigiadas de Estados Unidos anunciaron que dejarían de proveer información a los distintos rankings producidos por U.S. News & World Report, desatando un boicot por parte de decenas de instituciones estadounidenses. En julio de 2023, los ministros de educación de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica —los llamados países BRICS—, anunciaron planes para crear su propio ranking, para contrarrestar los sesgos de los sistemas actuales. Y en septiembre, la Asociación Europea de Universidades presentó una declaración condenando el mal uso de las clasificaciones por parte de ministros de educación y otros actores relevantes. El mismo mes, la Universidad de Utrecht, en Alemania, anunció que dejaría de participar en el ranking del Times Higher Education, citando las “prácticas altamente cuestionables”, e incitó a sus pares a seguir su ejemplo.

El atractivo de los rankings
Pero si los problemas con los rankings son bien sabidos, ¿por qué el modelo sigue en crecimiento? Desde 2005, cuando se aprobó una serie de lineamientos por parte del Grupo Internacional de Expertos en Rankings (IREG, por sus siglas en inglés), el número de clasificaciones internacionales ha aumentado de 6 a 63, según un recuento de la Dirección General de Evaluación Institucional de la UNAM. Se incluyen nuevas clasificaciones por región, áreas de conocimiento y tipo de programas, entre otras.

Según Riyad Shahjahan, un experto en rankings de la Universidad Estatal de Michigan y miembro del IEG de la UNU, los rankings responden a un deseo de los seres humanos de ordenar el mundo. Argumenta que el modelo es “altamente pegajoso”, ya que provee respuestas aparentemente fáciles a preguntas difíciles. Tan es así, que muchos gobiernos los utilizan para determinar la asignación de becas para estudios en el extranjero, así como para otorgar visas de trabajo. Por ejemplo, en Holanda y Dinamarca, los egresados de las instituciones mejor ranqueadas reciben puntos extra en sus solicitudes de visa. Las clasificaciones también influyen en la asignación de recursos dentro de las instituciones, privilegiando las áreas de investigación por encima de la docencia y la extensión universitaria. En algunos casos, como Francia, los gobiernos inclusive han fusionado universidades existentes con tal de mejorar su presencia en los rankings, que tienden a favorecer las instituciones de mayor tamaño.

¿Qué hacer contra estas clasificaciones?
Si los propios expertos concuerdan en que la eliminación de los rankings “no es inmediatamente factible”, ¿cómo combatir los efectos perversos de estos sistemas? Según el grupo de la UNU, cualquier estrategia debe involucrar campañas para educar a los distintos actores: gobiernos, organizaciones internacionales, universidades, medios de comunicación, padres de familia, y estudiantes. Entre las propuestas está que las universidades dejen de proveer información a estas empresas y publicitar los resultados favorables en sus páginas institucionales. Así hizo la UNAM recientemente, cuando fue colocada en el lugar 93 del mundo, y primero en Hispanoamérica, en el ranking QS 2024. Lo que no mencionó, sin embargo, es que fue ubicada en el rango 801-1000 del ranking mundial del Times Higher Education de 2024. A su vez, las autoridades educativas deberían dejar de utilizar los rankings como referencia en la asignación de recursos y el diseño de políticas universitarias.

En conclusión, todos estos grupos “deben luchar para evitar la fascinación por el prestigio, conociendo mejor las limitaciones conceptuales, metodológicas, y éticas, entre otras, de los rankings internacionales de universidades”.

MÉXICO: se publica el PROGRAMA Sectorial de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación 2025-2030

     DOF: 17/09/2025  PROGRAMA   Sectorial de Ciencia, Humanidades,  Tecnología e Innovación  2025-2030. PROGRAMA SECTORIAL DE CIENCIA, HUMA...