Publicado en El Economista
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jueves 22 de agosto de 2024
Si bien la tecnología puede plantear una amenaza, también alimenta infraestructura crítica como escuelas y hospitales. En el siglo pasado, en particular, el individuo soberano se vinculó estrechamente con una amplia gama de tecnologías, entre ellas sistemas interconectados como las redes energéticas, internet, los teléfonos móviles y, hoy, los chatbots de inteligencia artificial (IA).
Pero este panorama de soberanía estatal está cambiando aceleradamente. Mientras que la soberanía financiera de Estados Unidos, respaldada por la condición del dólar como una moneda de reserva global, se mantiene intacta, su soberanía económica está cada vez más amenazada por una China en ascenso. En términos de paridad de poder adquisitivo, China superó a Estados Unidos para convertirse en la economía mas grande del mundo en 2014. Con una producción industrial aproximadamente igual a la de Estados Unidos y la Unión Europea juntos, China es el principal socio comercial de más de 120 países.
En tanto la rivalidad entre Estados Unidos y China escale en el campo tecnológico, los países en todo el mundo se verán obligados a elegir un bando y adoptar las tecnologías, estándares, valores y cadenas de suministro diferenciales del aliado que elijan. Esto podría abrir las puertas a una nueva era de colonialismo tecnológico, que mine la estabilidad global.
Sin embargo, y curiosamente, ni Estados Unidos ni China han podido dominar la industria de los semiconductores, ya que Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) en Taiwán y Samsung en Corea del Sur son los únicos fabricantes capaces de producir semiconductores más pequeños que cinco nanómetros. Para cambiar esto, ambas superpotencias están construyendo lo que llamamos círculos de soberanía tecnológica, esferas de influencia a las que otros países deben unirse para acceder a estas tecnologías fundamentales.
A diferencia del colonialismo del pasado, el tecnocolonialismo no tiene que ver con apropiarse de territorio, sino con controlar las tecnologías que sustentan la economía mundial y nuestras vidas cotidianas. Para lograrlo, Estados Unidos y China cada vez más repatrian los segmentos más innovadores y complejos de las cadenas de suministro globales, creando así puntos estratégicos. China, por ejemplo, ha ganado control de las cadenas de suministro de materias primas críticas, lo que le permitió convertirse en el principal productor de vehículos eléctricos del mundo. Por su parte, Estados Unidos lidera en software de diseño de chips gracias a empresas como Cadence Design Systems y Synopsys.
Cuando la repatriación de las operaciones resulta imposible, los círculos de soberanía tecnológica actúan como otra forma de coerción más sutil. Al cultivar dependencias asimétricas profundamente arraigadas, presionan efectivamente a los países a una servidumbre tecnoeconómica.
El Reino Unido es un excelente ejemplo. En 2020, Estados Unidos obligó al Reino Unido a excluir a la empresa de tecnología china Huawei de su red 5G, amenazando con cortar el acceso al aparato de inteligencia y al software de diseño de chips de Estados Unidos. De la misma manera, Países Bajos se vio presionado para dejar de proveerle a China maquinaria ASML a comienzos de enero. En respuesta, China ha reforzado su dominio en materiales críticos al restringir las exportaciones de galio y germanio, insumos clave para los microchips y los paneles solares. Todos los países pronto podrían enfrentar su propio momento de buques negros. Quienes no tengan la protección brindada por la propiedad de tecnologías críticas corren el riesgo de convertirse en tecnocolonias, al satisfacer las necesidades de sus soberanos tecnológicos fabricando electrónica simple, refinando metales raros, rotulando conjuntos de datos o albergando servicios de nube, desde minas físicas hasta minas de datos. Los países que no estén alineados con Estados Unidos o con China se encontrarán relegados a la condición de páramos tecnológicos empobrecidos.
En medio de las crecientes tensiones geopolíticas, tecnologías emergentes como la computación cuántica, la IA, la cadena de bloques y la biología sintética prometen empujar las fronteras del descubrimiento humano. Como explicamos en nuestro libro de inminente publicación The Team of 8 Billion, la pregunta clave es si estas innovaciones tecnológicas serán controladas por unos pocos elegidos como instrumentos de subyugación o se democratizarán para fomentar la prosperidad compartida. En lugar de introducir una era de tecnocolonialismo destructivo, estas nuevas tecnologías podrían ayudar a revitalizar nuestro orden internacional basado en reglas y mejorar la gobernanza colectiva.
Pero para lograrlo, debemos reemplazar los buques negros de hoy por algo que la humanidad todavía tiene que inventar: un marco para la cooperación planetaria basado en un sustrato unificado de intereses humanos. Un marco de estas características debe reflejar nuestra creciente interconectividad y nuestras dependencias tecnológicas, así como los desafíos cada vez más globales que enfrentamos, desde la guerra y la proliferación nuclear hasta las pandemias y el cambio climático. El tecnocolonialismo representa la última iteración de la lucha ancestral por el dominio global. ¿Nos convertiremos en los arquitectos de nuestra propia condena o en los defensores de un futuro más brillante? Para mejor o para peor, la respuesta está en nuestras manos.
El autor
Hermann Hauser, cofundador de Amadeus Capital Partners, es miembro del Consejo Europeo de Innovación.
El autor
Hazem Danny Nakib es miembro del Grupo de Asesoramiento Estratégico Digital de la British Standards Institution e investigador sénior honorífico en University College London.
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