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https://www.scidev.net/america-latina/scidev-net-reportaje/como-aterrizar-la-ciencia-paracaidas-para-evitar-el-colonialismo-cientifico/
- La “ciencia paracaídas” es una forma de perpetuar las prácticas de colonización desde el Norte
- También se le llama “investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”
- Implica temas financieros, de agendas y de publicaciones en revistas de alto impacto en inglés
“Los que vienen de afuera no conocen la realidad, la geografía ni la idiosincrasia
de la población, acá hay que trabajar hasta con invasores de terrenos asentados
en zonas peligrosas, ¿y a quién van a hacerle caso, a un extranjero o a un local?
Nuestra realidad la conocemos los lambayecanos, ni siquiera los limeños, menos
los extranjeros”, dice, sin disimular su enojo, Carlos Burga, decano del Colegio
de Ingenieros de Lambayeque, región ubicada a 770 km de Lima.
Se refiere al convenio suscrito en 2017 entre los gobiernos de Perú y el Reino Unido
para reconstruir la infraestructura dañada por el fenómeno de El Niño que
entonces asoló la costa norte del país latinoamericano.
Mientras conversa telefónicamente con SciDev.Net desde Chiclayo, la capital
regional, las aguas de las intensas lluvias, aunadas al desborde de un río,
discurren a raudales por las calles de su ciudad dejando a su paso damnificados
y viviendas colapsadas. “Nunca nos hicieron partícipes, nunca nos hicieron llegar
una consulta en absoluto en ninguno de los campos [de reconstrucción o
prevención], aquí están los resultados”, señala.
En el marco de ese acuerdo se pusieron en marcha 137 proyectos con una
inversión aproximada de S/ 12.550 millones de soles (aproximadamente
US$ 3.300 millones) en nueve regiones del país. Pero Burga asegura que
los técnicos locales nunca fueron consultados, una queja que también tienen
especialistas en gestión de riesgo de las otras regiones incluidas.
“Hay puntos críticos conocidos por la población, por los entes técnicos, pero si no
se articula con la sociedad civil, con los colegios profesionales, si no se conoce el
terreno, no hay forma de lograr el éxito”, afirma.
La finalidad de ese convenio era promover procesos de contratación transparentes
en soluciones integrales para el control de inundaciones de ríos, quebradas y
drenajes pluviales en ciudades de la costa, pero se ha convertido en un ejemplo
que ilustra cómo algunos acuerdos, proyectos o investigaciones diseñados en los
países desarrollados muchas veces están desconectados de la realidad local
a la que pretenden beneficiar y no toman en cuenta ni los saberes ni la
experiencia de los países en desarrollo.
Es lo que en círculos académicos se conoce como “ciencia paracaídas”,
“investigación helicóptero”, “dependencia académica” o “colonialismo científico”,
una práctica por la cual los investigadores o científicos del hemisferio norte vienen
a los países del Sur a recoger muestras, datos o información pero sin reconocer
posteriormente el trabajo de los científicos locales que brindaron insumos,
conocimientos y tiempo para esa investigación.
En otros casos, los países desarrollados imponen agendas de investigación sobre
temas que no son prioritarios para los países que reciben el financiamiento o,
como en el caso que indigna a Burga, el conocimiento local es dejado de lado
para imponer “soluciones” descontextualizadas o aptas para otras realidades.
El perjuicio es para toda la ciencia
La ciencia “paracaidista” daña la ciencia global, no solo a la de los países en
desarrollo, afirma la paleontóloga brasileña Aline Ghilardi, profesora de la
Universidad Federal de Rio Grande do Norte y una de las fundadoras del
movimiento #UbirajaraBelongsToBR, surgido en las redes sociales a finales
de 2020, cuando un dinosaurio del noreste de Brasil, el Ubirajara jubatus
–el primero en presentar estructuras similares a plumas– fue descrito en
la revista Cretaceous Research.
El fósil había sido llevado subrepticiamente a Alemania en la década de 1990
y guardado en un museo. En su caracterización no participó ningún paleontólogo
brasileño sino de Alemania, Reino Unido y México.
Entonces, un grupo de investigadores de Brasil se movilizó a través de las redes
sociales para demandar la repatriación del fósil. Meses después, el estudio con
su descripción fue retractado y el movimiento #UbirajaraBelongsToBR se volvió
viral, ocupando titulares en periódicos de Brasil y de todo el mundo. Tras largas
negociaciones, el estado de Baden-Württemberg decidió, en julio del año pasado,
que el Museo de Historia Natural de Karlsruhe debe devolver el fósil a Brasil,
regreso que aún no se ha materializado.
Pero los investigadores involucrados en el movimiento brasileño, junto a otros
colegas del Sur Global, decidieron mostrar hasta qué punto el colonialismo
científico es una práctica dañina para la ciencia mundial: revisaron casi 200
estudios publicados entre 1990 y 2021 y encontraron que más de la mitad de
ellos no incluía a paleontólogos locales.
Además, el 88 por ciento de los ejemplares encontrados en Brasil descritos en
estos estudios estaba fuera del país, algunos adquiridos ilegalmente en el lucrativo
mercado de venta de fósiles.
A principios de 2022, el grupo del que participa Ghilardi publicó otro estudio en
la revista Nature Ecology & Evolution mostrando cómo los países desarrollados
prácticamente monopolizaron la producción de conocimiento en paleontología
durante las últimas tres décadas, con 97 por ciento de investigaciones realizadas
especialmente por científicos de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Australia,
Suiza y Francia en ese periodo.
Entre los países destinatarios de la ciencia paracaídas en América Central y del
Sur están Colombia, Ecuador, Panamá y Belice, detalló el estudio.
La República Dominicana es el país más afectado del mundo por este problema.
Conocimientos locales y saberes ancestrales: invisibles
Pero el problema está lejos de ser un asunto que incumba solo a la paleontología.
En febrero de este año, 124 ornitólogos de 19 países de la región denunciaron
en la revista Ornithological Applications la marginalización sistemática que sufren
por parte de instituciones académicas de Estados Unidos y Europa.
Según ellos, esta discriminación desvaloriza los conocimientos producidos por las
comunidades indígenas sobre las aves que habitan la región.
“Básicamente el investigador llega del extranjero, colecta sus muestras,
sus datos, se retira y tiene el mínimo posible de interacciones con lo que está
ocurriendo en la comunidad. Hay muchos casos como éstos”,
explica a SciDev.Net Ernesto Ruelas Inzunza, investigador mexicano y
uno de los autores del documento.
Debido a la naturaleza de los conocimientos que implica, la etnobotánica es otra
disciplina susceptible a estas prácticas con el agravante de que muchas acciones
devienen en delitos de biopiratería.
El antropólogo y etnobotánico peruano Fernando Roca reconoce que muchas
veces los investigadores recogen información valiosa de los pueblos originarios
y nunca más se les vuelve a ver, a pesar de existir normas jurídicas nacionales
o internacionales de protección de los conocimientos locales.
“Hay preguntas clave que deben ser respondidas previamente a la formulación
de una investigación, especialmente en campos donde hay un conocimiento
primario u originario asociado, como ¿quién va a ser el dueño de esos (nuevos)
conocimientos: quienes ya lo tenían desde siempre o los que financiaron
la investigación?”, indica Roca, docente principal de la Pontificia Universidad
Católica del Perú.
En la salud pública la práctica también es muy común, incluso cuando el foco
de investigación son las enfermedades tropicales y desatendidas típicas de los
países en desarrollo, tal como lo destaca Marcelo Gomes, investigador de modelos
epidemiológicos de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) en Río de Janeiro.
Los países del norte global interesados en estas enfermedades requieren,
necesariamente, ponerse en contacto con los países donde son endémicas,
“pero es muy común, lamentablemente, que terminemos teniendo un rol de simple
proveedores de datos, y quienes vienen de afuera se consideran con la condición
intelectual, tecnológica y financiera para implementar soluciones para nosotros”,
señala.
Esta postura, dice Gomes, no siempre es algo explícito. “Es en el piso de
negociaciones y en la distribución de tareas que estos roles se vuelven más
claros de quién termina teniendo una voz efectiva en el avance de la discusión
científica”.
Una investigación realizada en Argentina para explorar si la agenda de investigación
internacional establecida por grandes empresas e instituciones académicas líderes
influye indirectamente en la investigación académica del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), encontró que los términos
vinculados a la biología molecular y la investigación del cáncer dominan la agenda
de investigación de las ciencias biomédicas y salud de esa institución.
El estudio encontró también que la investigación en esas disciplinas, al estar
acaparada por las grandes compañías farmacéuticas, prioriza la exploración
de nuevas intervenciones farmacológicas por encima del estudio de los factores
socioambientales que influyen en la aparición y progresión de las enfermedades,
aspectos que son considerados marginales.
Para los autores, este enfoque promueve el desarrollo de tratamientos más que
la elaboración de medidas de prevención.
Pero Fernando Peirano, presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la
Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, organismo dependiente
del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina, precisa que
“la ciencia siempre avanza sometida a diferentes sesgos que atentan contra la
diversidad de voces y contra la atención a problemas relevantes”.
“Estos sesgos son de diferente naturaleza, algunos son culturales otros
institucionales y muchos de ellos responden a factores económicos”, admite
y añade que “la ciencia deja de brindar soluciones cuando esos sesgos dominan
el rumbo y cooptan los procesos de validación de los resultados. […]
El esfuerzo tiene que estar dirigido a asegurar que sean las mejores ideas
y los aportes más relevantes los que lideren el avance y cimenten las
nuevas certezas científicas”.
Sin embargo, una de las claves parece ser el factor económico.
Negociaciones complejas y asimétricas
Marcelo Gomes admite que es muy complicado llegar a un consenso en el proceso
de negociación, y que esto suele ser más factible cuando los del Norte ven
que los investigadores del Sur tienen técnicas y metodologías avanzadas para
hacer su trabajo. “Pero las relaciones invariablemente parten de una base desigual.
Después, se igualan, cuando se puede. Pero es una situación muy difícil”, expresa.
“Históricamente, la cooperación internacional con los países de América Latina
ha seguido una agenda de temas que responde más a la visión o intereses propios
de quienes ofrecen los recursos, que a las prioridades latinoamericanas”, reconoce
desde Buenos Aires, Mario Albornoz, del Centro de Estudios sobre Ciencia,
Desarrollo y Educación Superior (Redes) de Argentina.
No es partidario del término “colonialismo” en ciencia y tecnología porque a su
juicio “es una categoría más ideológica que precisa”, pero sí admite que existen
asimetrías “y que éstas son muchas veces irritantes”.
Tampoco a Pablo Kreimer, director del Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad
de la Universidad Maimónides, en Buenos Aires, le gusta usar ese concepto,
que le parece exagerado, porque supone que los “colonizados”, “es decir los
científicos en países periféricos, tienen una dependencia absoluta de los centros
científicos hegemónicos, localizados en los países científicamente
más desarrollados, o bien que sus grados de libertad son muy limitados”.
No obstante, sostiene que “en la orientación de las agendas científicas (los temas
que dominan la investigación) en un espacio crecientemente globalizado, el peso
de las agencias de financiamiento de los países centrales –como las de Estados
Unidos– o las supranacionales –como las europeas– es mucho más fuerte que
las orientaciones nacionales de los países con menor desarrollo, como los de
América Latina”.
Fernando Roca cree que un término más exacto sería “comercialización del
conocimiento”. “Se piensa mucho en los beneficios económicos de una
investigación o de una inversión pero se piensa poco en los territorios donde
habita gente”, precisa.
Desde Uppsala, Suecia, donde es profesor de genética y mejoramiento en la
Universidad de Ciencias Agrícolas (SLU), el peruano Rodomiro Ortiz tiene una
mirada diferente, fruto de décadas de colaboración desde el hemisferio norte.
“Yo no diría que el financiamiento en sí ha sido diseñado para promover este
tipo de colonialismo científico, se puede jugar con ello en (sic) base a los que
lo manejan, o a los que lo aceptan, y a cuánto están dispuestos a aceptar los
que reciben ese financiamiento en el sur”, señala por Zoom a SciDev.Net.
Aunque admite que hasta años recientes era una práctica generalmente
aceptada por los organismos internacionales que los investigadores de países
desarrollados recogieran información de los programas e investigadores de
países en desarrollo y las usaran para formular recomendaciones de políticas
a esos mismos países, ahora eso es cada vez menos tolerado e incluso muchas
revistas científicas reconocen que no es suficiente participar solo en la recolección
de datos sino involucrarse en todo el proceso de la investigación y están
estableciendo estándares para comprobarlo.
Otro espinoso asunto: las publicaciones
Lo que señala Ortiz pone sobre la mesa el debate sobre el actual modelo de
evaluación de la calidad de la investigación basado en citas que, aunque no
lo parezca, también induce al colonialismo científico porque fuerza a publicar
en revistas de alto impacto que, como están dominadas por el norte global,
tienen parámetros que responden a esas agendas en las cuales, salvo contadas
excepciones, la ciencia local no tiene cabida.
“Los grupos que tienen más financiación tienen más trabajos publicados, que
a su vez son el parámetro para distribuir los recursos. Esto crea un agujero negro
que dificulta que surjan ideas de investigación innovadoras. Entonces fomentas
más de lo mismo, y eso está matando a la ciencia”, afirma categórica la
brasileña Ghilardi para quien las agencias de fomento “son mecanismos de
concentración de poder”.
Además, al publicarse en inglés, las revistas científicas limitan el acceso a
muchos científicos de nuestra región que no dominan ese idioma lo que
coadyuva a que muchos conocimientos locales generados en otras lenguas
sean relegados a revistas locales, de poco impacto.
“Nos guste o no, el inglés es el lenguaje de la ciencia. Publicar en castellano
hoy es día es ineficiente, porque simplemente nadie lo va a leer”, responde
tajantemente Ortiz.
Pero María Paula Fernández Certuche, bióloga originaria del pueblo Kokonuko,
ubicado en la cordillera central andina de Colombia, no está de acuerdo. Para ella,
y otros científicos indígenas, el idioma es un obstáculo para poder llevar sus
investigaciones a las revistas del norte global.
“Además de los costos de publicación (que pueden llegar a los mil dólares),
exigen que esté en inglés, lo que implica contratar a un traductor. A esto se agrega
la necesidad de pagar para leer las investigaciones de otros académicos,
sin mencionar los costos de la investigación como tal”, refiere.
Mientras estudiaba en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad del
Cauca, al suroccidente del país, tuvo que enfrentar la incomprensión de profesores
y estudiantes que cuestionaban los temas de sus investigaciones, que incluían la
incorporación de los conocimientos tradicionales de sus pueblos.
“Los saberes ancestrales hay que valorarlos y respetarlos y hay formas de
compartir los beneficios amparados internacionalmente, pero la mejor forma
de hacerlo es que haya investigadores de esos países que escriban los artículos
en inglés para hacer la diseminación del conocimiento. La solución no es escribirlos
en la lengua local, no los va a leer nadie”, asegura Ortiz.
Para Roca, la clave está en el retorno de la investigación. “El objetivo no puede
ser solamente publicar”, expresa.
“Siempre hay que plantearse cómo retornar la investigación hacia la gente con
la que se está trabajando y somos nosotros mismos, los investigadores del Sur,
los que tenemos que pensar cómo hacerlo. Conozco el caso de un antropólogo
que hizo una investigación en dos pueblos indígenas amazónicos y luego la plasmó
en libros bilingües para los colegios de la zona, para que mientras aprendían a
leer en castellano los escolares
recuperaran la tradición oral de sus padres. Esa es una buena manera de
retribución”, precisa.
Albornoz, por su parte, cree necesario fortalecer las revistas y bases de datos
en español pensando en los públicos locales. “Más complicado es el problema
de las publicaciones “mainstream”, [es decir aquellas que forman parte de la
“corriente principal” de la ciencia, N. de R.] por las barreras que ponen a la
difusión de la ciencia latinoamericana y su incidencia en la jerarquización de
los problemas a investigar. En este sentido, el movimiento hacia una
ciencia abierta es estratégico y merece un amplio apoyo”, sostiene.
Lo que se puede hacer
¿Es posible en el corto o mediano plazo revertir esta dependencia académica
y generar investigaciones más en sintonía con nuestras necesidades de desarrollo?
Algunas agencias de cooperación internacional están comenzando a tomar
medidas para mitigar estas diferencias, como SIDA de Suecia, que para otorgar
financiamiento a países del hemisferio sur ha establecido una serie de controles
para cerciorarse de que los socios están participando plena y activamente en
todo el proceso.
En el caso de la cooperación internacional británica, SciDev.Net trató de
comunicarse por varios canales con algún vocero que respondiera a las críticas
de Burga y otros profesionales peruanos, pero hasta el cierre de este reportaje
no fue posible obtener ningún comentario.
“Muchos exigen que determinados proyectos de investigación cuenten con la
participación de grupos de países en desarrollo, y se preocupan de hacer circular
el dinero a través de intercambios, financiación de eventos y viajes entre los
distintos países participantes”, dice Gomes. “Ya es un esfuerzo, pero no es
suficiente. La integración real entre grupos es más complicada porque se
trata del día a día de la investigación”, observa.
Aline Ghilardi cree que los movimientos para descolonizar la ciencia han
ganado terreno en el debate internacional, pero aún queda un largo camino
por recorrer para lograr cambios efectivos en los sistemas de publicación y
evaluación de calidad de los científicos. “Estas son cosas difíciles de hacer,
pero debemos comenzar a diseñar un plan sobre cómo lograrlo.
Tienes que comenzar en alguna parte”.
Según Peirano “las políticas nacionales necesitan un acompañamiento y
una articulación que sólo pueden resolverse en los foros multilaterales”.
Pero admite que estos ámbitos, lejos de verse fortalecidos en los últimos años,
“se han visto debilitados por la falta de compromiso de muchos países de
gran relevancia tanto por el peso de su sistema científico como por su rol
de financiadores de estas instituciones”.
“Frente a una integración latinoamericana, que aún está en sus primeros pasos,
debemos procurar que considere a la ciencia y la tecnología
como uno de sus principales pilares y que los
vínculos que construyamos sean vínculos entre pares, con prioridades
relevantes para llevar más
oportunidades y soluciones a los pueblos”, añade.
Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe
de SciDev.Net
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