Publicado en elDiario.es
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- Los investigadores cuya lengua materna no es el inglés tardan el doble en preparar sus trabajos y tienen 2,5 veces más probabilidades de ser rechazados
Que el inglés se ha convertido en la lengua franca de la ciencia es algo conocido y aceptado, pero tiene unos costes en desigualdad que no son tan evidentes. En un trabajo publicado en la revista PLOS Biology, un equipo liderado por el investigador de la Universidad de Queensland Tatsuya Amano pone el dedo en la llaga y cuantifica el precio que pagan los científicos que no son nativos de esta lengua.
Mediante encuestas realizadas a 908 científicos ambientales de ocho países, los autores han comparado la cantidad de esfuerzo que emplean los investigadores para realizar diversas actividades en inglés. La conclusión es que los hablantes no nativos necesitan hasta el doble de tiempo para leer y escribir documentos y preparar presentaciones. En cuanto a los artículos científicos, los investigadores cuya lengua madre no es el inglés tienen 2,5 veces más probabilidades de ser rechazados y 12,5 veces más probabilidades de recibir una solicitud de revisión, simplemente debido al inglés escrito.
Muchos de ellos, incide el estudio, también dejan de asistir y presentar en conferencias internacionales porque no se sienten cómodos comunicándose en inglés. El propio Amano confiesa haberse sorprendido con los resultados. “Como hablante de inglés no nativo, he experimentado esas luchas de primera mano y sabía que eran problemas comunes entre nosotros los hablantes de inglés no nativos”, asegura, “pero no me di cuenta de cómo de grande era cada obstáculo individual en comparación con los hablantes de inglés nativos”.
El estudio actual es una continuación, a mayor escala, de un trabajo que había realizado la investigadora Valeria Ramírez Castañeda en 2020 en Colombia. “Ahora no solo hemos preguntado a investigadores que hablan español”, explica a elDiario.es. “Además de Bolivia y España, han participado científicos de Bangladesh, Ucrania, Inglaterra, Nigeria, Japón y Nepal”. “Somos el 95% de la población del mundo la que no habla en inglés”, subraya.
Fuente de desigualdad
Aunque el trabajo se circunscribe a las ciencias ambientales, el problema se extiende a todos los campos de la investigación académica, donde esta circunstancia es una fuente de desigualdades que empobrece los resultados. Los autores subrayan que estas desventajas afectan de forma desproporcionada a quienes están en una etapa temprana de su carrera y proceden de países de bajos ingresos. A su juicio, no podremos lograr una participación justa en la ciencia para los hablantes no nativos de inglés, ni esperar contribuciones a la ciencia de aquellos cuyo primer idioma sea otro, si no cambiamos esta dinámica. Para ello proponen varias posibles soluciones, que van desde la ayuda de supervisores a los estudiantes y apoyo financiero para superar las barreras del idioma.
“Hasta la fecha, hablar inglés con fluidez ha sido un boleto para ingresar al mundo académico”, dice Amano. “Debemos abandonar este viejo sistema. Cualquier persona en cualquier parte del mundo debería poder participar en la ciencia y contribuir a acumular el conocimiento de la humanidad”. “Lo que vemos es una enorme desigualdad, los no nativos tenemos como 12 veces más barreras que una persona nativa”, apunta Juan David González Trujillo, también coautor del trabajo. “Por más que te esfuerces, por más que estudies, sientes que eres un impostor, que no tienes el nivel para lograr comunicar lo que quieres decir”.
Jugar “fuera de casa”
El responsable de la cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), Juan Ignacio Pérez Iglesias, encuentra las conclusiones muy razonables y cree que “el filtro lingüístico reduce la diversidad cultural de quienes hacen la investigación y la calidad se ve afectada por una presencia excesiva de investigadores de cultura anglosajona”. También considera que los autores han olvidado recoger otros efectos. “Como el sesgo que predispone a pensar que una persona es inferior intelectualmente porque no habla bien inglés o lo habla con acento”, señala. “Es una barrera que hay que superar, porque es un sesgo muy profundo”.
En un artículo reciente en The Conversation, la profesora de la UNED Raquel Fernández calificaba esta situación como “violencia lingüística”. Una violencia, argumentaba, que se ejerce “al exhortar a las investigadoras e investigadores de todo el mundo, y de todas las áreas, incluidas las Humanidades, a realizar su trayectoria académica en lengua inglesa si quieren competir con éxito en el sistema de evaluación del que depende su trabajo”. El coordinador del programa de Doctorado de Ciencias Sociales de la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Granada (UGR), Evaristo Jiménez-Contreras, tiene una metáfora futbolística que explica muy bien la situación.“Nosotros somos el equipo que siempre juega fuera de casa”, asegura. “Yo estudié inglés toda mi vida y nunca llegué a dominarlo. Si tengo que dar una conferencia en inglés, voy con las dos manos atadas a la espalda”, confiesa.
Joaquín Sevilla Moroder, director de la cátedra de divulgación del conocimiento y cultura científica de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), elogia el esfuerzo de los autores del trabajo por cuantificar una sensación que se tiene entre los científicos. “Creo que en todas las revisiones de papers que me han hecho me decían que hay que mejorar el inglés, y te sienta muy mal”, reconoce. En muchas universidades y centros de investigación existen servicios de traducción, explica Sevilla, y últimamente muchos están utilizando inteligencias artificiales generativas para pulir sus textos. “En los últimos dos hemos utilizado ChatGPT para la última revisión gramatical”, reconoce.
Para los expertos, el sistema de valoración de las publicaciones, como el de la ANECA, favorece que se publique en revistas de alto impacto. “Con el coste asociado de que hay que hacerlo en inglés para llegar a una comunidad más amplia”, admite Jiménez-Contreras. “Si quien financia la investigación utiliza el baremo de impacto y publicaciones tal como funciona hoy, nunca será posible revertir la tendencia”, observa Antonio Calvo Roy, periodista científico y ex presidente de la Asociación Española de Comunicación Científica. “Hacer el cambio es muy complicado, lo que de nuevo supone que introducir cambios no esté muy incentivado”.
“El problema es tan grande”, observa María Jesús Santesmases, profesora de investigación del Instituto de Filosofía, del CSIC (CCHS), “que este trabajo se publica exclusivamente en inglés”. Pero no es una contradicción, advierte, “porque sus autores están sometidos a las mismas reglas del juego que toda la comunidad”. Bajo su punto de vista, la comunidad científica está cautiva por la política científica transnacional que atribuye autoridad solamente a quienes cumplen esas reglas. “Y esto por supuesto que empobrece la ciencia y el impacto que las investigaciones que se llevan a cabo tienen en la comunidad donde se desarrollan”.
En España existen diferentes iniciativas para conseguir que el español siga teniendo presencia en el campo de la investigación y que los profesionales estén actualizados. ¿Cómo se consigue esto? “Una manera es apoyar las revistas profesionales dirigidas a un público que prefiere leer en español”, afirma Jiménez-Contreras. Es el caso de la revista MEDES (www.medes.com), que tiene entre sus objetivos facilitar que parte de los médicos, que son poco dados a leer papers en inglés, se mantengan al día.
“Hay que crear estructuras, hay que prestigiar el uso del español en la ciencia, crear un estado de opinión según el cual la calidad de las revistas en español, y su impacto, sea equivalente a las revistas en inglés”, coincide Calvo Roy. “Por eso es tan importante que haya ensayo y divulgación científica en la lengua propia”, añade Pérez Iglesias, “porque es la forma de cultivar la supervivencia de esos conceptos y de neutralizar ese posible empobrecimiento”.
Una solución, propone Valeria Ramírez, es obligar a las revistas a publicar traducciones de los artículos y ponerlas en lugar visible. “También hay jornadas de conferencias, como Evolution 2023, en las que se permite a los ponentes hablar en el idioma en que se sienten cómodos y luego se les subtitula”, apunta. “Lo que necesitamos es un cambio de chip, no solo de las editoriales, sino también de las personas que hacen y leen ciencia, dejar de pensar que solo eres válido en ciencia si publicas en inglés”, asegura González Trujillo.
No tiene sentido, apuntan ambos, que si publicas un trabajo sobre el futuro de la Amazonía no se pueda leer en español y portugués, que es la lengua de las comunidades afectadas. “Si haces ciencia en un país que habla otro idioma, tradúcelo”, reclama Valeria Ramírez. “Las personas que sí tienen inglés como primera lengua deben saber que tenernos en cuenta no es un favor que nos hacen, sino algo esencial para entender todas las observaciones”, concluye. “Porque no es poquita cosa incluir al mundo en la participación de la ciencia”.
Fomentar la lengua propia
A pesar de los inconvenientes, el uso de una lengua común tiene sus ventajas. “Aunque nos perjudique por un lado, por otro tampoco es tan malo”, comenta Jiménez-Contreras. “Porque además de inglés no puedes aprender chino, ruso, alemán…”. La solución más realista para amortiguar la situación pasa por mantener vías que faciliten la comunicación de la ciencia los diferentes idiomas. Aunque está a mucha distancia, el español es la segunda lengua en todos los ámbitos, tanto en Ciencias, como Ciencias Sociales y Humanidades. “Ahora bien”, matiza el experto, “la distancia con el Inglés es sideral. En el campo de las ciencias el español representa el 1 %”.
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