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Publicado en The Scholarly Kitchen
https://www.timeshighereducation.com/opinion/coalition-ss-article-pricing-scale-would-be-disaster-latin-america
La escala de precios de los artículos de Coalition S sería un desastre para América Latina
Agrupar a países como Brasil o Argentina con otros que gastan mucho más sólo elevará aún más las barreras a la publicación, afirman tres investigadores
9 de octubre de 2023
Alicia Kowaltowski, Claudia Bauzer Medeiros Paulo Nussenzveig
Twitter: @AJKowaltowski @pnussen
Coalition S, la iniciativa liderada por Europa centrada en lograr el acceso abierto total e inmediato a las publicaciones de investigación, ha lanzado recientemente una propuesta para introducir tramos de precios variables para las tasas de publicación de artículos (APC) en función de los países de los autores.
La loable idea es promover un marco unificado y transparente para fijar precios globales equitativos para el modelo "oro" de acceso abierto en el que han insistido los editores, reacios a ver mermados sus elevados márgenes de beneficio. En la actualidad, este modelo de pago por publicar tiene la clara desventaja de que muchos autores -sobre todo los que trabajan en economías en dificultades o con menos acceso a la financiación de la investigación- pueden verse bloqueados a la hora de publicar.
Algunas editoriales cuentan con políticas de exención de APC y descuentos, pero son muy limitadas. Nos encontramos en la paradójica situación de que el impulso del acceso abierto está haciendo que la ciencia sea menos inclusiva para los que trabajamos en el Sur Global.
La propuesta de la Coalición S sobre "precios globales justos" divide a los países en cuatro bandas: alfa, beta, gamma y delta. Se espera que los autores de esos países paguen contribuciones APC del 20, 50, 80 y 100 por ciento de los precios publicados. Desgraciadamente, la propuesta es escandalosamente inadecuada, sobre todo en lo que respecta a las contribuciones relativas al APC previstas para los autores latinoamericanos.
El documento de debate -que está abierto a consulta hasta finales de octubre- afirma que si se adoptara este medidor de descuento global, los editores tendrían que aumentar las APC en aproximadamente un 39 por ciento para mantener sus ingresos actuales. La historia sugiere que así lo harían. Esto significaría que los investigadores alfa pagarían alrededor del 28% de los APC actuales, los beta el 69%, los gamma el 110% y los delta el 139%.
Estos pagos diferenciados podrían ser aceptables para lograr un acceso abierto equitativo si también se garantizaran precios transparentes y razonables y las bandas reflejaran verdaderos estándares equitativos. Sin embargo, los países se agruparon en bandas según un índice de precios de compra de entre los 47 disponibles en el Banco Mundial, una métrica que tanto el banco como Coalición S reconocen que no está diseñada para establecer precios comparativos ni clasificar economías y cuya adopción por Coalición S está poco justificada.
Como en cualquier estudio científico que utiliza una metodología inadecuada, los resultados no cumplen el objetivo previsto. Incluso un somero vistazo a los miembros propuestos para cada banda muestra enormes discrepancias, especialmente en lo que respecta a los países latinoamericanos. Por ejemplo, Argentina, Belice, Brasil y Costa Rica, que son economías de renta media-alta con escasas inversiones en STEM, están en el grupo gamma, junto a economías de renta alta con inversiones científicas mucho más sustanciales, como Italia, Portugal, Corea del Sur y España.
Debido al aumento previsto del 39% en el precio de las APC, esto significa que los autores brasileños y argentinos tendrían que pagar en realidad alrededor del 110% de lo que aportan actualmente, en esencia, para ayudar a reducir las APC de los grupos alfa y beta.
Sin embargo, el grupo beta incluye naciones clasificadas por el Banco Mundial como de renta alta y que tienen inversiones más sustanciales en ciencia que Brasil o Argentina, como la República Checa, Hungría y Polonia. Por lo tanto, la aplicación de la propuesta sería un desastre para los científicos latinoamericanos.
Hay un camino mucho mejor. El acceso abierto inmediato, gratuito y universal puede alcanzarse fácilmente en todo el mundo mediante los preprints, como se propone en el Plan U. Esta vía tiene la ventaja añadida de no depender de empresas editoriales privadas.
Si se adoptara el Plan U, la comunidad podría centrar su atención a largo plazo en una remodelación muy necesaria del panorama de la publicación, incluido el apoyo a las revistas dirigidas por científicos sin coste o de bajo coste y el logro de una transparencia total en la fijación de precios por parte de los principales editores comerciales.
También sería de agradecer una guía realmente más justa para las contribuciones relativas al APC, pero ésta debe basarse en indicadores económicos reales, así como en inversiones locales relativas en esfuerzos científicos. Tal como está, el modelo propuesto por la Coalición S pasa por alto el hecho de que los científicos latinoamericanos ya requieren de cierto heroísmo para producir ciencia de clase mundial dadas las condiciones adversas. Los tramos de precios sesgados de la propuesta simplemente aumentarán aún más las probabilidades en su contra.
Alicia Kowaltowski es catedrática de Bioquímica en la Universidad de São Paulo. Claudia Bauzer Medeiros es profesora de informática en la Universidad de Campinas (Unicamp). Paulo Nussenzveig es profesor de física en la Universidad de São Paulo.
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October 9, 2023
Alicia Kowaltowski, Claudia Bauzer Medeiros Paulo Nussenzveig
Twitter: @AJKowaltowski @pnussen
Coalition S, the European-led initiative focused on achieving full and immediate open access to research publications, recently launched a proposal to introduce variable pricing brackets for article publishing charges (APCs) according to authors’ countries.
The commendable idea is to promote a unified and transparent framework to set equitable global pricings for the “gold” model of open access on which publishers, reluctant to see their high profit margins eroded, have insisted. Currently, this pay-to-publish model has the distinct disadvantage that many authors – particularly those working in struggling economies or with less access to research funding – may be blocked from publishing.
Some publishers do have APC waiver and discount policies, but these are exceedingly limited. We find ourselves in the paradoxical situation that the push for open access is making science less inclusive for those of us working in the Global South.
The Coalition S-led proposal on “fair global pricing” divides countries into four bands – alpha, beta, gamma and delta. Authors in those countries are expected to pay APC contributions of 20, 50, 80 and 100 per cent of published prices. Unfortunately, the proposal is shockingly inadequate, particularly regarding the expected relative APC contributions for Latin American authors.
The discussion document – which is open for consultation until the end of October – states that if this comprehensive discount meter were adopted, publishers would have to hike APCs by about 39 per cent to maintain their current revenues. History suggests that they would do so. This would mean that alpha researchers would pay around 28 per cent of current APCs, beta would pay 69 per cent, gamma 110 per cent and delta 139 per cent.
These differentiated payments could be acceptable to achieve equitable open access if transparent and reasonable prices were also ensured and the bands reflected true equitable standards. However, countries were grouped into bands according to one purchase price index among 47 available from the World Bank – a metric that both the bank and Coalition S acknowledge is not designed to set comparative prices or rank economies and whose adoption by Coalition S is poorly justified.
As in any scientific study using inadequate methodology, the results do not meet the intended goal. Even a cursory glance at the proposed memberships of each band shows huge discrepancies, particularly regarding Latin American countries. For instance, Argentina, Belize, Brazil and Costa Rica, which are upper-middle-income economies with low investments in STEM, are in the gamma group, alongside high-income economies with much more substantial scientific investments, such as Italy, Portugal, South Korea and Spain.
Because of the expected 39 per cent APC price hike, this means that Brazilian and Argentinian authors would actually be expected to pay about 110 per cent of what they currently contribute – in essence, to help lower APCs for the alpha and beta groups.
However, the beta group includes nations categorised by the World Bank as high income and which have more substantial investments in science than Brazil or Argentina, such as the Czech Republic, Hungary and Poland. The proposal’s implementation would therefore be a disaster for Latin American scientists.
There is a much better way. Immediate, free and universal open access can be readily reached worldwide through preprinting, as proposed in Plan U. This pathway has the added advantage of not depending on private editorial enterprises.
If Plan U were adopted, the community could focus its long-term attention on a much-needed remodelling of the publication landscape, including supporting no- or low-cost scientist-led journals and achieving total transparency in pricing by major commercial publishers.
A truly fairer guide for relative APC contributions would also be a welcome addition, but this must be based on real economic indicators, as well as relative local investments in scientific endeavours. As it stands, the model proposed by Coalition S overlooks the fact that Latin American scientists already require a certain heroism to produce world-class science given the adverse conditions. The proposal’s skewed pricing brackets will simply stack the odds against them even higher.
Alicia Kowaltowski is professor of biochemistry at the University of São Paulo. Claudia Bauzer Medeiros is professor of computer science at the University of Campinas (Unicamp). Paulo Nussenzveig is professor of physics at the University of São Paulo.
Publicado en El País
https://elpais.com/tecnologia/2023-10-13/por-que-el-deterioro-de-internet-es-imparable-israel-y-palestina-como-ejemplo.html
Google negó rotundamente que lo hiciera. Wired les creyó y retiró la pieza. Su autora dijo que lo vio en una diapositiva durante una exposición en el gran caso contra Google por monopolio, cuyos procedimientos son en gran parte secretos, y que empezó en septiembre. A pesar de la respuesta de Google, la autora del artículo, Megan Gray, mantiene su argumento: “El equipo de búsqueda de Google y el equipo de anuncios trabajaron juntos para aumentar en secreto las peticiones comerciales, lo que les daba más ingresos”, explicó a The Atlantic.
En otro caso de monopolio contra Amazon, según reveló el Wall Street Journal, se supo que la empresa tenía un proyecto llamado Nessie: consistía en un algoritmo que observaba los precios de la competencia y detectaba si estaban vinculados a los de Amazon. Si así era, Amazon podía subir sus precios y todas las demás grandes plataformas iban a seguirles. ¿Los únicos perjudicados? Los consumidores.
Amazon asegura que el gobierno de EE UU no entiende bien cómo funcionaba Nessie, que ya no está en marcha. Pero es de esas ideas lógicas dentro de una compañía que tiene un control enorme sobre la venta online: si las otras empresas vigilan mis precios y los adaptan al mío, subo yo y todos suben conmigo, yo acabaré ganando más. Nessie dio a Amazon más de 1.000 millones de dólares, según el Journal.
El consumidor escéptico o cínico verá estas prácticas como obvias. Toda empresa tenderá a maximizar sus beneficios al límite de la legalidad. O superándola si cree que igual no les pillarán.
Internet nació como una alternativa al mundo físico: más libre, menos previsible, más grande. El éxito de un puñado de empresas hace que su promesa se haya convertido en otro paraíso capitalista: ¿por qué si tenemos ya 1.000 millones de clientes no intentamos conseguir también el cliente 1.000.000.001?
Esta obviedad la cuenta aquí un ex empleado de Google en un post viral titulado “La tiranía del usuario marginal”. Los objetivos de una empresa de software están destinados a satisfacer el crecimiento a expensas de los usuarios originales. Este ex empleado, Ivan Vendrov, recuerda el OkCupid de 2014, donde la aspiración de ligar implicaba responder a docenas de preguntas con cientos de palabras. Los matches eran más ajustados. Ahora OkCupid es Tinder: desliza a izquierda o derecha, y rápido por favor.
“No son solo las apps de citas”, escribe Vendrov. “Casi todo el software de consumo ha tendido hacia un control mínimo del usuario, scroll infinito y contenido basura. Incluso la joya de la corona de internet, la búsqueda de Google, ha decaído hasta el punto de ser inútil para consultas complicadas”, añade.
Pero por qué ocurre. Este es el párrafo clave:
“Las empresas que crean aplicaciones tienen fuertes incentivos para lograr más usuarios, incluso usuarios que obtienen poco valor de la aplicación. A veces esto se debe a que puedes monetizar a esos usuarios de poco valor con anuncios. A menudo, se debe a que su negocio depende del efecto red [cada nuevo usuario de una plataforma aumenta el valor de esa red para otros usuarios] e incluso los usuarios de poco valor pueden ayudar a fortalecer la posición de una empresa. Así, la métrica estrella para diseñadores e ingenieros suele ser algo así como “usuarios activos diarios”: la cantidad de usuarios que inician sesión en su aplicación en un periodo de 24 horas”.
Es decir, hay que reunir usuarios para venderles más anuncios al precio que sea. Facebook, Instagram, X, Google, Amazon acaban por orden natural muriendo en ese muro. No es una tendencia nueva. Ya hemos hablado del “enmerdamiento” de internet de Cory Doctorow a principios de marzo. Llevamos tiempo con esta tendencia, pero tiene hitos puntuales como los juicios por monopolio en EE UU de este mes.
Ahora, la guerra de nuevo¿Qué tiene que ver Israel y Palestina con esta decadencia en la experiencia de usuario? La carrera por los usuarios afecta todos los frentes. Elon Musk decidió retirar los titulares de los enlaces en X porque llevaban a sus usuarios fuera de la plataforma, aunque resulten útiles para entender mejor un tuit. La moderación de contenido cuesta dinero y es mejor que la hagan gratis los usuarios con las notas de comunidad y además así defender la libertad de expresión.
X sigue siendo el lugar con más debate global. Pero el algoritmo hace esa experiencia más compleja: un día son los supuestos bebés decapitados por Hamás, otro día el presunto ataque desde el Líbano. El algoritmo pone el foco encima, como cuando sale el cantante en un concierto y salta a las pantallas de todos los usuarios. El objetivo es acumular visitas para ganar algo de influencia o dinero. ¿Por qué no usar imágenes de otras guerras? ¿Por qué no exagerar a riesgo de ser crueles? ¿Por qué no decir algo solo para ver si viraliza? ¿Por qué no inventar? Los medios han sido históricamente los primeros en aprovecharse de llamar la atención. Pero ahora hay miles de cuentas que emiten.
La gran diferencia, por tanto, es la cantidad de contenido circulando. Hay dos tendencias imparables: una, si el esfuerzo para saber qué ocurre es tan grande, el incentivo de dedicar cada día dos horas a desgranar la verdad es agotador. Eso llevaría más gente a medios tradicionales. Pero dos, hay millones de personas, sobre todo jóvenes, que van a TikTok a informarse porque hay usuarios/influencers contando su punto de vista de manera transparente.
El Washington Post publicó un artículo sobre el porqué de los miles de millones de visitas a vídeos informativos sobre Oriente Próximo. Una joven palestina americana, que es clara con sus preferencias, decía: “La gente realmente quiere cosas que sean agradables y fáciles de entender y desglosar, pero que también estén diseñadas para las redes sociales, que es de donde la gente obtiene sus noticias hoy en día”. Un académico estadounidense añadía: “Estos tiktokers son escépticos ante las agendas de los medios y tienen menos interés en participar en eso”.
La gran diferencia con los medios es que son abiertos con quién apoyan. Sabes de dónde viene cada cual. Todo esto suena bonito hasta que lees que la campaña digital de Joe Biden va a ocupar también ese espacio: “[De cara a la campaña de 2024] tendremos un intenso enfoque en producir contenido viral, lo que refleja el campo de batalla cambiante de las campañas modernas: desde promover temas de conversación y e influir a periodistas hasta editar videos populares y difundirlos entre influencers aliados. También significa combatir la desinformación que se propaga rápidamente”. En ese campo donde pesan todos igual, los influencers “pagados” también influyen. La contaminación es enorme.
Este giro hacia una mayor transparencia en las opiniones es un giro que también ocurre en los medios. Esta semana entrevisté a Ben Smith, que salió del New York Times para fundar un medio global que fuera precisamente “más transparente”. Las newsletters que se multiplican son prueba de ese cambio de tono y estilo.
Nadie sabe dónde nos llevará. Pero seguro que no nos lleva al pasado. No somos la misma gente peleando en Twitter ahora. Tenemos 20 años más y el mundo ha cambiado. La gente que viene ahora tiene objetivos distintos y recrear el universo de los 2010 con Bluesky o Threads es inviable.
Si todo esto suena caótico, es porque lo es. Informarse nunca fue fácil. Ganar dinero tampoco. Es lógico que las empresas que han ganado tanto quieran un nuevo dólar fresco, hasta su último respiro. No soy fan de los refranes, pero está claro que sintetizan siglos de experiencia humana y la avaricia rompe el saco.
Publicado en blog Universo abierto https://universoabierto.org/2024/10/29/transformacion-de-la-investigacion-el-cambio-en-la-era-de-la-ia...