LIBRO: Guerras de Internet. Un viaje al centro de la red para entender cómo afecta tu vida
Guerras de Internet. Un viaje al centro de la red para entender cómo afecta tu vida
“Entre las visiones extremistas de internet estamos los usuarios”
Por Sebastián De Toma
Natalia Zuazo nació en Tolosa en 1979. Se recibió de licenciada en Ciencia Política con especialización en Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y realizó el Máster en Periodismo del diario La Nación y la Universidad Torcuato Di Tella. Fue editora de noticias online en Clarín.com, Crítica de la Argentina y Perfil.com. Coordinó los proyectos digitales de la Revista Anfibia (Unsam/FNPI) y la Fundación Proa. Es directora de comunicaciones de una agencia digital y consultora en comunicación y proyectos online.
Trabaja en periodismo, estrategia y contenidos digitales desde hace más de 10 años. Escribe sobre política, tecnología y el cruce de ambas en Le Monde Diplomatique Cono Sur y la revista Brando, entre otros. En septiembre de 2015 publicó su primer libro, Guerras de internet. Un viaje al centro de la Red para entender cómo afecta tu vida (Debate, 2015).
Zuazo le contó a Revista Fibra sobre la génesis del libro, cómo es escribir divulgación en Argentina y por qué estas guerras de internet atraviesan nuestras vidas, todos los días.
¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?
Venía escribiendo sobre temas relacionados con Internet y política, un género que en el mundo ya tiene muchos años, pero acá en Argentina es poco común. Me costaba, en algunos casos, convencer a los editores de que estos temas eran importantes, que teníamos que empezar a hablar de estas cosas en algún momento y que teníamos que dejar de hacer siempre las mismas notas de tecnología enfocadas en el consumo.
Cuando Anonymous empezó a hacer algunas operaciones, me pidieron más notas. Siguió en aumento con el blackout de SOPA y PIPA —los proyectos de ley de copyright en Estados Unidos— y cuando Assange y los grupos de hacktivistas comenzaron a revelar secretos. Con Snowden y la NSA se generó un interés más grande porque comenzó a develarse lo que todos suponíamos, que el espionaje es masivo. Assange espió para el pueblo, como dice Zizek1, para generar conciencia: denunció a las mismas autoridades a la vista de todos. A partir de esto es que surgió la idea con quien luego sería el editor del libro, Federico Kukso. Primero pensamos una nota sobre los héroes de internet. Esa idea, en formato libro, fue la que presentamos en la editorial. Le dije al director editorial de Random House en Argentina, Juan Boido, que no me cerraba mucho centrarme en personajes, en hacer algo tan ad-hóminem. La historia son procesos, son estructuras, no son solamente hombres. Yo entendía que eso vendía, que era divertido, que era incluso heroico, pero para eso está el cine. Para entender realmente cuáles eran los conflictos había que explicar la materialidad de internet y a partir de ahí poder explicar las otras capas. Una visión muy marxista del tema: expliquemos lo material para después explicar lo superestructural, porque sino siempre nos quedamos en el emergente del emergente.
Una segunda cuestión que le planteé a Juan fue: “Tenemos que explicar esto en Argentina y en América Latina”, porque todavía no había sido contado acá. Cuando empecé a escribir, de hecho, había salido una sola nota sobre el tema de los cables de Las Toninas y luego empezaron a salir otras.
El libro fue cambiando bastante y terminó en lo que es hoy. Los tres primeros capítulos hablan de infraestructura desde Argentina y desde América Latina, en donde no sólo se habla de lo material, sino también de la propiedad de internet, de quién es la web. Los capítulos siguientes, los del medio, hablan de la política de internet, de la gobernanza, y por eso los llamé “Cómo se cocina la red”. Son temas que importan a un mundillo muy pequeño, pero que es necesario entender para luego poder pasar a otros conflictos. Y la última parte del libro es el capítulo de cámaras y de privacidad porque me parecía que, de todos los conflictos, esos son los que nos interpelan más cercanamente en nuestra vida cotidiana, desde salir a la calle hasta usar el celular. Ahí había una intención personal de terminar el libro con algo que te interpelara desde una función política: “Bueno, si ya sabés esto y tenés la información, es más probable que hagas algo” o que te empiece a sonar distinto al poder vincularlo con tu vida cotidiana.
¿Es un libro de divulgación?
De divulgación o un manual y lo veo como algo positivo. Hay dos visiones sobre estos temas, en general: por un lado, tenés a la gente que trabaja en el negocio de la tecnología, que ve a internet como una herramienta de desarrollo, siempre positiva, que nos va a solucionar la vida; y, por el otro, tenés a un grupo muy paranoico que conlleva una visión antipolítica del mundo, que además te deja afuera de todo porque no cree en las instituciones regulando los procesos sociales. Hay que encontrar un punto medio, porque tenés esas dos visiones en los márgenes y entre ellas a todos nosotros, los usuarios. Porque yo, más allá de ser periodista y de entender un poco más desde que me puse a estudiar el tema, primero soy usuaria.
Hay muchos conflictos que se plantean en el libro en donde no hay una posición única. La privacidad, por ejemplo. En el capítulo sobre Net Mundial, que se llevó a cabo en Brasil, comento esa escena donde aparece el video de cómo es internet. Y todos la ven muy linda, muy positiva, pero en realidad todos están pensando en una internet distinta, para qué la quieren, cómo controlarla o liberarla; para cada sector es algo distinto y es allí donde los conflictos aparecen.
Otro tema para nada cerrado es el de la jurisdicción y las soberanías en internet. El día que eso se solucione, se soluciona el mundo, porque replica en otras cuestiones como la de la libertad. ¿Qué es la libertad? Depende de cada país. Lo mismo pasa con la privacidad. En otras entrevistas me han preguntado “¿qué hay que hacer sobre la privacidad?” y no hay una única solución, va a depender de lo que vos estés dispuesto a hacer. Tal vez vos estás de acuerdo con que te paguen por tus datos y esa puede ser una solución, decir: “Bueno, ya que estoy en esto, ya que me van a robar que me roben, pero que me paguen”. Pero no deja de ser un problema. En Ámsterdam la prostitución puede ser legal pero sigue siendo prostitución y vos avalas eso. Si te interesa un poco más tu privacidad, porque considerás que tiene que haber algún nivel de control, mi postura es salir un poco de sistema. Para poder ser ciudadano, además de usuario, tenés que poder elegir. Y elegís salirte de algunas cosas porque es obvio que no podés salir del todo.
Es difícil salir de un sistema que pone a tu disposición un aparato en el bolsillo que da todo el tiempo tu ubicación, lo lleves encendido o no.
Es así, pero podés hacer muchas cosas. Desde la más mínima: apagarlos, no actualizarlos todo el tiempo, podés utilizar otro tipo de software, pero todo eso requiere tomarse un tiempo. Justo hoy que está de moda toda esa filosofía que dice que elegir es ser moderno, yo digo que ser más moderno no es comprarte el último teléfono porque otro te lo dice, sino elegir no comprarlo.
Una cuestión que se plantea en el libro es cómo trabajar con los policy makers y cómo hay que entender que no tienen que saber sobre tecnología necesariamente (ver extracto, páginas 43 y 44).
Es por eso que incluí en el libro la charla que tuve con Claudio Ruiz, de Derechos Digitales de Chile. Uno puede tener todas las herramientas de un abogado o de un técnico, pero necesita entender que, para poder incidir en las políticas, debo comprender sus reglas. Todos nos quejamos sobre cómo se nos imponen ciertas decisiones sobre tecnología, pero no vemos que la política tiene su proceso, al igual que todo. Vos no le vas a ir a cuestionar a un médico cuando te dice “primero sacate una radiografía, después hacete un análisis y después vení a verme”, pero a la política le cuestionamos todo ya que se piensa que la política es sucia por el sólo hecho de ser política. En las organizaciones de internet y en ciertos activistas impera una visión que supone que todos los políticos son neófitos y no entienden nada de la tecnología y no se ve que eso no es algo malo. El legislador no puede saber todo sobre todo, no puede saber sobre hidrocarburos, sobre salud reproductiva; para eso necesita a los asesores. Hace falta mucho trabajo para salir de la crítica por la crítica misma. Es difícil explicar por qué no se puede aplicar el voto electrónico en cincuenta días, hay que sentarse con quien toma esas decisiones a explicárselo, y eso me parece que es un espacio que todavía necesita mucho trabajo. ¿Quién va a poner un freno a Google si no es un gobierno o un conjunto de gobiernos? Está claro que Google no se va a frenar a si misma.
¿Qué guerras quedaron afuera, por falta de tiempo o de espacio?
Corté parte de las guerras pero puse todas las que quise poner. Por ejemplo, en el capítulo sobre el control de los cuerpos mencioné las cámaras de seguridad, pero quedaron afuera muchos datos sobre los controles biométricos. Preferí centrarme en la cuestión de las cámaras, sobre lo que no encontré una publicación que reuniera todos los datos, sino muchos datos dispersos. Los que están trabajando la cuestión en Argentina son pocos, en Brasil hay muchos más. Otro problema que encontré es que todavía no existe un registro público de cuántas cámaras instalan los municipios, las provincias o la Nación.
Otro ejemplo: en el capítulo de privacidad elegí centrarme en los que yo llamo los tres intercambios: el de Google, el de Facebook y el de las aplicaciones de los celulares. Lo hice porque lo pensé con una visión periodística, de interés público, que dice que a cuanta más gente afecta, más importante es.
Varios capítulos comienzan con una anécdota personal, casi parece una estrategia de escritura. ¿Fue así?
Había un programa en un canal de cable que se llamaba Cazadores de mitos, dos personas que salían a romper los mitos2. Acá yo intenté hacer lo mismo, por ejemplo, con las cámaras de seguridad. ¿Resuelven el problema de la seguridad? No hay datos, entonces, prefiero cuestionar mi prejuicio sobre el tema porque para qué soy periodista si reproduzco sólo lo que dice el sentido común. Cuando vos te preguntas “¿qué es internet?”, la mayoría de la gente que tiene entre treinta, cuarenta y cincuenta años, y que tiene hijos te dice “es mi hijo aprendiendo cómo funciona el iPad a los tres años”. Entonces, para ellos internet es eso, es su forma de acercarse a internet. Y si yo no tengo en cuenta eso, termino escribiendo para una elite.
Decidí, al escribir, que el libro fuera una novela y quiero que llegues hasta el final, que te enganche. Lo contrario sería seguir explicando lo técnico con lenguaje técnico, como los economistas cuando te explican algo en sus propios términos. Defiendo mucho el género de la divulgación, que requiere metáforas, que requiere historias personales, que requiere comparaciones, y que requiere mucha información. Prefiero eso antes que reproducir el sentido común.
1 Zizek, Slavoj (2014/06/20): “Assange: un espía para el pueblo” (traducción). En: www.derechoaleer.org [Consultado el 10/09/2015]
2 La serie, llamada Mythbusters en inglés, es un programa de TV de divulgación científica emitido por Discovery Channel. En él, los conductores ponen a prueba la veracidad de las leyendas urbanas y otras creencias de la cultura popular sometiéndolas al método científico.
Para entender realmente cuáles eran los conflictos había que explicar la materialidad de internet y a partir de ahí poder explicar las otras capas.
Para poder ser ciudadano, además de usuario, tenés que poder elegir. Y elegís salirte de algunas cosas porque es obvio que no podés salir del todo.
Capítulo VI de Guerras de internet*
Toda la Red es política: la lucha entre usuarios, gobiernos y corporaciones
“A medida que los Estados se fusionan con internet y el futuro de nuestra civilización deviene en el futuro de internet, estamos obligados a redefinir las relaciones de fuerza”.
JULIAN ASSANGE
Criptopunks (2012)
“Internet no es sólo el mejor servicio de video del mundo. No es simplemente una mejor forma de ver pornografía. No es sólo una herramienta para planear ataques terroristas. Estos son sólo casos del uso de la Red. Pero ella es el sistema nervioso del siglo XXI. Es hora de que empecemos a actuar así”.
CORY DOCTOROW
En 2007, a los 27 años, Claudio Ruiz, chileno, ya recibido de abogado, se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión. Había terminado la facultad y trabajaba en Derechos Digitales, una organización que había fundado con algunos de sus compañeros. Los primeros años escribían policy papers, documentos serios y académicos sobre cómo tratar los nuevos problemas legales que se presentaban con internet. Pero, en mayo de ese año, la Presidenta Michelle Bachelet envió al Congreso Nacional una propuesta para reformar la Ley de Propiedad Intelectual de 1970, en donde se incluían varios puntos relacionados con internet. La Ministra de Cultura convocó a Claudio y su grupo, ya con experiencia en derechos de autor en la Red, como asesores. La presión era grande: la reforma se proponía en el marco de la negociación de un tratado de libre comercio con Estados Unidos en el cual la potencia buscaba flexibilizar los acuerdos de copyright para beneficiar a su industria.
—Tuvimos que tomar una decisión. Nos llamaron para trabajar asesorando a la Ministra de Cultura en temas de derechos de autor. Pasamos de ser buenos técnicos a involucrarnos en una negociación “real” y entender sus códigos. Nos costó, pero involucrarnos en política fue lo mejor que pudimos hacer.
Claudio Ruiz, hoy con 35 años, recuerda aquel momento mientras desayuna un café con leche con medialunas en El Banderín, un bar de Almagro. De espalda grande y una barba espesa que le cubre la mitad de la cara, Claudio se entusiasma hablando de su tema, internet.
—Yo me gano la vida luchando por las cosas que creo: defender derechos humanos en el ámbito digital. Eso es grandioso. Pero aprendí que para lograrlo tengo que jugar el juego de la política.
En las guerras de internet, Claudio forma parte de un colectivo grande y diverso llamado “sociedad civil”. Dentro de él conviven todo tipo de organizaciones que reclaman y luchan, con diferentes herramientas, por la aplicación de derechos y libertades en la Red. Entre ellas, también existen diferencias a la hora de pelear las guerras, y sobre qué rol tomar frente a los distintos actores que controlan la Red. El primer grupo, más cercano al anarquismo, propone evitar cualquier control: internet no debería estar en manos de nadie (ni empresas, ni Estados); debería funcionar en estado de total libertad. Para el segundo grupo, que podríamos llamar “liberal”, la intervención debería darse para proteger los derechos y garantías que tenemos como ciudadanos en el ámbito online, y de reclamar transparencia absoluta de la información como forma de llegar a la libertad de expresión. Para un tercer grupo, más cercano al marxismo o a una visión de lucha política pragmática, la Red es otro ámbito de una disputa del sistema capitalista mismo: para ellos, no existen conflictos solamente de internet, sino que son parte de una batalla más amplia (y antigua) sobre quién se queda con qué, o cómo se distribuyen mejor los recursos. Sostienen que si la intervención es necesaria para regular desigualdades que produce el mercado, es bienvenida. Por supuesto, para todos ellos, hay luchas comunes, donde unen fuerzas.
Entre estas perspectivas, Claudio se ubica en una posición pragmática, que no reniega de la política. Acepta el diálogo político, y que ninguna guerra puede pelearse fuera de un contexto de luchas de intereses. Sabe que hay que dialogar con todos los involucrados, e incluso educar a ciertos sectores o personas que no tienen por qué conocer sobre todos los temas, algo que sucede a menudo con los problemas de la tecnología.
—Desde las organizaciones de la “sociedad civil” de internet necesitamos entender los códigos de la política para lograr pequeños o grandes cambios.
Claudio lo explica con un ejemplo: Cuando se empezó a negociar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), un tratado de libre comercio multilateral que Estados Unidos promueve y negocia en secreto con once países del Pacífico, su organización sabía que, entre otros efectos, se iban a afectar los derechos de los chilenos en internet. Pero su campaña no se propuso enfrentarse a todo el acuerdo, porque implicaba una lucha política inmensa. En cambio, idearon una campaña para decirle a la gente que Chile estaba negociando un acuerdo en secreto, donde también se escondían violaciones a sus derechos online.
—En vez de explicar todo el palabrerío de la ley, hicimos claro que con el TPP los proveedores de internet podían censurar contenidos sin intervención judicial, endurecer las sanciones a las infracciones del derecho de autor por compartir un video con un amigo, o intervenir en el intercambio de información privada.
Lograr que los usuarios comprendan la importancia de las guerras de internet en sus vidas es una parte del trabajo. Pero Claudio también sabe que también se necesita educar a los políticos mismos, que muchas veces tienen que decidir sobre problemas nuevos, que avanzan a medida que lo hace la tecnología.
—Hay activistas que cometen un error grande cuando dicen “todos los diputados son unos ignorantes en temas digitales”. Bueno, hay ignorancia en general sobre temas nuevos. De la misma forma en que no le pedimos a un legislador que sepa todo sobre la ley de aguas o el código penal sin informarse con sus asesores, tampoco podemos pretender que sepa todo sobre la neutralidad de la Red. Hay asesores, gente que te puede explicar.
Lo importante es dar el debate y no cerrarlo. Por ejemplo, si hablamos de propiedad intelectual en internet, le planteamos a los diputados preguntas que tuvieran que ver con su vida real: “¿Tu hijo comparte fotos por Twitter o por mail? ¿Sabes que sólo por compartir una imagen podría ser considerado un delincuente e ir preso?”. Desde esa pregunta, es más fácil hablar: cómo te afecta a vos la guerra, cómo toca tus derechos. Su experiencia también le hizo a Claudio ver de cerca que si el debate no se abría a la sociedad, quedaba en manos de las grandes corporaciones de la tecnología, que destinan grandes recursos para favorecer sus intereses.
—Si nosotros no hablamos de esto sencillamente, las grandes empresas se encargan de hacer lobby para convencernos de que si compartimos una foto somos delincuentes. La presión de la industria es muy poderosa, y el dinero que destina a publicidad, marketing, viajes, fiestas, enorme. Por eso también nos valemos de armas que sí dominamos, por ejemplo las redes sociales y la movilización online.
(…)
Para algunos, como Claudio Ruiz, o como yo, las guerras son más claras o más fáciles de comprender.
Nuestra edad (los dos tenemos 35 años) tiene mucho que ver. En su libro El fin de la ausencia, el periodista canadiense Michael Harris escribe que los que vinimos al mundo antes de 1985 somos los últimos de una especie. “Si naciste antes de 1985, entonces sabés cómo es la vida con y sin internet —dice—. Podés hacer la peregrinación entre Antes y Después”. Harris, como nosotros, nació en un mundo diferente, con menos canales de comunicación, menos formas de entretenimiento, menos escrutinio público de todo lo que hacemos o sentimos. Y, según él, no es un mundo ni mejor ni peor, pero nos ofrece una posición privilegiada para comprender los conflictos actuales y los que se acercan: “Si somos las últimas personas en la historia en conocer la vida antes de internet, entonces también somos los únicos que podremos hablar, para siempre, ambas lenguas. Somos los únicos traductores que podemos interpretar fluidamente el Antes y el Después”.
* Zuazo, Natalia (2015): Guerras de internet. Un viaje al centro de la Red para entender cómo afecta tu vida. Debate. Extracto reproducido con permiso de la autora.
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