martes, 25 de julio de 2023

El mercado negro de artículos científicos y la credibilidad de la ciencia

Publicado en Diario.es
https://www.eldiario.es/sociedad/vende-paper-2-000-dolares-mercado-negro-textos-academicos-dana-credibilidad-ciencia_1_10384223.html


Se vende 'paper' por 2.000 dólares: el mercado negro de textos académicos daña la credibilidad de la ciencia


Daniel Sánchez Caballero

22 de julio de 2023 22:22h
Actualizado el 23/07/2023



-Título: Thermal study on non-Newtonian fluids through a porous channel for turbine blades.

-Revista: Elsevier. Factor de Impacto: 6.2. Q1.

-Disponible: 1º [autor]. 2.000 dólares.

Para cualquier persona que conozca el mundo científico el mensaje es evidente. Para quien no, traducido del lenguaje del mundo académico a román paladino: se vende un artículo científico que ya tiene la aprobación para publicarse en uno de los grupos editoriales más potentes del mundo. Por 2.000 euros, promete el anuncio, le ponemos tu nombre como autor principal a un paper, que te servirá para acreditarte como profesor, progresar en tu centro o, según el país, incluso acceder a un trabajo. Es la versión élite en la ciencia de la venta de trabajos de fin de grado o máster.

Pocas semanas después de que el anuncio saliera a la luz, la revista Case Studies in Thermal Engineering, del gigante del sector Elsevier, adelanta que el próximo septiembre publicará un artículo con ese título exacto en su número 49. O ha habido una alineación planetaria sin precedentes que ha llevado a una serie de autores a poner justo el mismo título a un estudio, palabra por palabra, o la compraventa se ha ejecutado. El primer autor del paper, ese que estaba a la venta –en ciencia es habitual firmar un artículo entre varios, pero la posición en que se firme es relevante–, es Chao-zhe Zhu, que la misma revista cita como perteneciente a la Facultad de Ingeniería Médica de la Jining Medical University en Jining, China.

Chao-zhe Zhu es casi un fantasma: apenas aparece referenciado en un par de webs científicas, pero no hay rastro de un email en el que contactar. Chao-zhe Zhu probablemente necesitaba tener un artículo publicado para graduarse en la universidad, sacarse un doctorado o para ascender en un hospital, un requisito habitual en China. En ocasiones, en ese país simplemente se paga a los investigadores por publicar: en 2016, las universidades premiaron con 44.000 euros a científicos por aparecer en Science Naturesegún una investigación del MIT(Massachussets Institute of Technology).





El anuncio de la venta del autor principal de un 'paper', realizado en abril, y encima el anuncio de una revista de la próxima publicación de un artículo con el mismo nombre.

El caso es solo uno entre los miles de ellos –que se hayan detectado– en los últimos años en revistas de todo el mundo. La compraventa de artículos prefabricados es una realidad que amenaza al sector, reconocen investigadores de todo el planeta. Las paper mills (fábricas de artículos), como se conocen en el sector, están a pleno rendimiento.

Encontrar una de estas empresas en internet es relativamente fácil. SIA Science Publisher, radicada en Letonia, “brinda la oportunidad de convertirse en coautor de un artículo existente que ha sido aceptado para su publicación en las revistas de indexación Scopus, Web of Science [los referentes del sector]. Al administrar todo el proceso, nos esforzamos por ahorrarle esfuerzo y tiempo utilizando nuestras décadas de experiencia colaborando con revistas científicas líderes”, prometen abiertamente en su web.

La empresa ofrece posibilidades casi ilimitadas. Se pueden buscar artículos filtrando por área de conocimiento, base de datos que indexa (califica) la revista, cómo de importante es esta (desde las Q1, las más prestigiosas, hasta las Q4, las menos; la elección determinará el precio) y el país. Se puede comprar una posición de autor o el artículo entero, lo que a su vez permite revender más coautorías, según sugiere la propia web. “La publicación se realiza llave en mano: los artículos ya están escritos, traducidos, corregidos, formateados y la revista seleccionada para su publicación. Lo único que necesita es elegir un tema adecuado para usted, la posición deseada en el artículo y pagar”, promete SIA. La empresa incluso incluye un apartado en el que resuelve dudas e incluye respuestas a preguntas como: “¿Cómo puedo estar seguro de que nadie sabrá que he comprado un artículo?”.





Anuncio de la venta de un artículo en una empresa especializada. El artículo tiene ya título, abstract (resumen) y el compromiso de que será publicado en una revista del máximo prestigio (Q1) en diciembre de 2023. Se ofrecen cuatro posiciones de autor a diferentes precios.Varios métodos, el mismo problema

La compraventa de artículos funciona y tiene variantes, según explica Nick Wise, un investigador en la Universidad de Cambridge que estudia y trata de combatir el fenómeno. Se puede producir un paper desde la nada y vender la(s) autoría(s), se pueden vender autorías de artículos ya escritos o incluso se pueden vender citas, otro elemento fundamental en la carrera académica.

“Hay corrupción en las publicaciones académicas, que opera de muchas maneras diferentes”, comenta Wise por correo electrónico. “A veces es un investigador o un pequeño grupo de investigadores que intentan que sus artículos se publiquen o ser más citados. También hay redes de empresas profesionales de todo el mundo que trabajan para publicar miles de artículos, organizar sus propios números especiales en las revistas y sobornar a los editores. Yo lo llamaría crimen organizado, excepto que no siempre es obvio qué leyes, si es que hay alguna, se está violando”.

El problema afecta a casi todos los campos y lo sufren las revistas más prestigiosas. Es difícil de cuantificar porque solo se cuentan como fraudulentos los papers que se detectan, pero quienes lo estudian –normalmente investigadores que dedican a esta actividad su tiempo libre– aseguran que está lo suficientemente extendido como para suponer un problema para toda la ciencia, que ve su credibilidad minada.

La web especializada Retraction Watch, que lleva un registro de los artículos que se retiran por diversas razones, tenía a 17 de julio 2.304 entradas con referencias a fábricas de artículos y otras 1.890 con sospechas sobre la autoría. Uno de los informes más recientes que aborda la cuestión, elaborado por COPE (Committee on Publication Ethics) y STM, dos organizaciones que velan por la limpieza del sistema y cercanas a las principales editoras, calculaba que solo en 2022 se vieron afectadas por estos artículos 77 revistas y que el 14% de los artículos que se habían remitido o publicado en estas (dicho de otra manera, uno de cada siete), con picos del 2% y el 46%, eran sospechosos.

Solo una de las empresas que ofrece artículos explicita en su web que llevan publicando desde 2012 y que en estos 11 años han colocado más de 12.650 papers, 2.317 solo en 2020.

Las fábricas de artículos operan principalmente en China, Irán o India, explican fuentes que han investigado el sector. Un puñado escaso de países, pero que suman casi la mitad de la población mundial. “Son países donde hay muchísima competencia por los empleos académicos”, explica Wise, “y cuantas más publicaciones y citas tengas más opciones de conseguir uno”. Pero la cuestión no se limita a países asiáticos. “Seguro que hay académicos y estudiantes involucrados en occidente, tanto clientes como facilitadores”.

Una proyección realizada por Reese Richardson y Thomas Stoeger, dos investigadores de la Northwestern University (EEUU), calcula que en la próxima década los artículos sospechosos de haber salido de fábricas se multiplicarán por cien mientras el número de textos retirados se mantendrá más o menos estable, como lo ha estado en las última década. Otro estudio, llevado a cabo por el investigador Yasunori Park, del Ingham Institute de Australia, reveló que el 11% de 1.887 artículos analizados de su campo de trabajo, la investigación genética, eran “problemáticos”. El peligro está en que esos 206 artículos, que contenían secuencias, líneas celulares o imágenes sospechosas, sumaban 31.914 citas. La desinformación o información errónea, no científica, se esparce.

“La mayoría de los artículos de las paper mills no se retirarán jamás” de las revistas que los publicaron, añade Nick Wise. “Y algunos no se los leerá nadie, pero otros irán contaminando poco a poco la literatura científica. Hay áreas en las que las fábricas están más activas que en otras. No me gustaría tener que hacer una revisión de la literatura existente en una de estas”, añade.

Las editoriales dicen estar comprometidas, según aseguran a este diario Elsevier y Springer, dos de los grupos más grandes del mundo. Desde Elsevier explican que en 2022 retiraron 416 artículos que ya se habían publicado –aunque no todos por sospechas sobre la autenticidad o la autoría, también hay problemas de duplicaciones, manipulación de imágenes o plagio– y tienen varias investigaciones abiertas. “Nuestro equipo del Centro de Experiencia en Integridad de la Investigación y Ética de la Publicación tiene la misión de apoyar a los equipos de publicación en la resolución de casos de ética; y trabajar con partes interesadas y expertos de Elsevier para evitar la publicación de investigaciones no éticas, como las fábricas de papel, a través de sistemas seguros y de detección temprana”, informa un portavoz.

Chris Graf, director de Integridad en la Investigación (Integrity Research) de Springer Nature, la editora de la revista del mismo nombre, explica que “el volumen de artículos problemáticos es pequeño comparado con todo lo que publicamos, pero cualquier intento de subvertir el proceso editorial es inaceptable”. Springer, como Elsevier, tiene un grupo específico para estos asuntos (Springer Nature Research Integrity Group), explica Graf, que a su vez forma a los editores de las revistas. Este grupo ha desarrollado también una herramienta específica para la detección de artículos de fábricas de papersuna especie de Turnitin de artículos.

El agujero de los números especiales

Buena parte del problema, explican quienes conocen el sector científico, está en la carrera científica y cómo se incentiva a los investigadores. En la academia, en la ciencia, para progresar hay que publicar artículos, como resume el aforismo inglés publish or perish (publicar o perecer). Pero al sistema no le preocupa tanto qué se publica como dónde, en qué revistas, y ha dejado en manos privadas establecer cuáles son las de prestigio, a través de un método relativamente complejo que las divide en cuartiles, donde el Q1 es el mejor. Cuando un investigador publica en una revista Q1 ya no importa tanto qué haya en ese artículo, lo importante es el soporte. La disfunción del sistema, cuentan los científicos críticos, se entiende mejor cuando a esta información se suma que las revistas cobran por publicar a cambio de que los artículos sean accesibles para todos y no tengan muro de pago.

Que lo importante sea el dónde y no el qué provoca “incentivos indeseados de un mal uso de los indicadores bibliométricos que conducen a la sobreproducción de investigación de bajo riesgo”, en palabras del Ministerio de Universidades, que en colaboración con otros organismos está tratando de cambiar el sistema para alejarse de esta especie de dictadura de la publicación de artículos. Iniciativas europeas como CoARA o la nueva normativa para la acreditación del profesorado universitario, aprobada este pasado martes por el Gobierno, tratan de implantar otras maneras de publicar y valorar los méritos de los científicos.

Pero mientras estas nuevas prácticas se extienden, el fraude continúa. Uno de los principales agujeros que tienen las editoras son los monográficos que publican. Estos “números especiales” –que han proliferado en los últimos años de la mano de las llamadas editoriales depredadoras– se ponen en ocasiones en manos de investigadores ajenos a las propias revistas, y son estos científicos los que montan todo el número: deciden qué se publica y quién e incluso buscan los revisores que validarán la calidad científica de los artículos. Los special issues, como se conocen estos monográficos, se publican bajo el sello de las editoras, pero sin tener su control absoluto.

Una investigación realizada por la web especializada Undark junto a Retraction Watch reveló el caso de Gunesekaran Manogaran, un científico de datos con varios premios y un historial de publicaciones que lo sitúa(ba)n entre lo mejor del mundo. Según el artículo –realizado a partir de una denuncia anónima sobre Manogaran sobre la cual investigó Undark Manogaran está implicado en 60 monográficos, con cientos o miles de artículos científicos publicados.

El funcionamiento del sistema de publicación en general y de las revistas en particular facilitaron que la supuesta red de artículos fraudulentos de Manogaran se extendiera tanto. Los monográficos permiten a las revistas centrarse sobre un tema concreto y, aunque es habitual que sean las revistas las que los encarguen, también funcionan al revés: un científico le puede proponer un número a una editorial y hacerse cargo de él. Para las revistas –y esto explica en parte por qué se han extendido tanto, explican los expertos– son una fuente de ingresos suculenta: los científicos les pagan para que sus artículos se publiquen en abierto y cualquiera pueda acceder a él (el sistema se conoce como APC y un artículo puede costar varios miles de euros).

Así, Undark cuenta que la red de Manogaran propuso especiales a cientos de revistas (se cuentan por miles en todo el mundo). Solo tenía que esperar que alguna picara y empezar a repartir autorías, papeles, revisiones y citas a quien él quisiera. También trabajó por persona interpuesta: utilizaba el nombre de otros científicos como supuestos editores, pero era una tapadera y realmente manejaba él los monográficos, una práctica que provocó la retirada de un artículo por parte de Elsevier. Manogaran rechazó las acusaciones, pero luego pasó al silencio. Según Retraction Watch, al científico le han retirado una docena de artículos recientemente.

Las colaboraciones imposibles

Los casos de supuestos fraudes se cuentan por cientos y son fácilmente localizables en internet. En ocasiones destacan las colaboraciones entre autores con poco en común. Un ejemplo entre muchos: el artículo Nanomaterial by Sol-Gel Method: Synthesis and Application tiene ocho autores: un ruso de un instituto de Farmacia, un iraquí de una Facultad de Biología, un tailandés de un departamento de Terapia Ocupacional, una persona saudí de una facultad de Enfermería, otro farmacéutico saudí, un ruso sin filiación específica y un iraní de un departamento de Ingeniería Química. Las colaboraciones entre científicos de diferentes centros o países son habituales; que coescriban un artículo personas de disciplinas poco relacionadas no lo es tanto.

El último autor del anterior ejemplo, Eshan Kianfar, es un nombre conocido entre los cazadores de fraudes. Un repaso a los artículos publicados en los que aparece este autor en la web especializada PubPeer revela que, de los 14 resultados que aparecen, un paper fue retirado –los editores de la revista que lo publicó encontraron pruebas de “manipulación con las autorías” y no pudieron comprobar que los demás autores hubieran contribuido en absoluto– y los otros 13 tienen problemas de credibilidad: desde citas a artículos también retirados hasta sospechas de compra, pasando por citas masivas “irrelevantes”, pasando por autocitas del propio Kianfar.

También se dan casos de revisores de artículos –otros científicos del campo del paper en cuestión, que son quienes validan los trabajos– directamente inventados. Es el caso de este artículo publicado en Frontiers –una de las editoriales sospechosas de realizar prácticas depredadoras (muy resumido, aceptar y publicar todo tipo de artículos con estándares de calidad dudosos)–, localizado por el investigador Alexander Magazinov y publicado en la web For Better Science. El artículo, finalmente retirado pero que estuvo publicado, había sido avalado por Hilla Mills, de la Universitiy for Development Studies de Ghana, y Luke Cheung, del Hospital Institute for Herbal Research de México. Ninguno de los dos existe, y sin embargo aparecen también como autores de varios artículos previos. ¿Para qué inventarse personas que no se van a beneficiar de publicar artículos? Magazinov da una posible respuesta: una vez establecido que esas personas existen, que son científicos que aparecen en las bases de datos, se les puede utilizar como revisores que validen artículos de dudosa calidad o procedencia.

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lunes, 24 de julio de 2023

Cómo conducir la transformación digital en las editoriales académicas iberoamericanas: una guía de recomendaciones

Publicado en Blok de Bid
https://www.ub.edu/blokdebid/es/node/1289




Cómo conducir la transformación digital en las editoriales académicas iberoamericanas: una guía de recomendaciones

 
Lluís Agustí Mié, 12/07/2023

    Lluís Agustí
    Facultat d’Informació i Mitjans Audiovisuals
    Universitat de Barcelona (UB)


    Giménez Toledo, Elea; Arco Blanco, Ana del (2022). Digitalización de editoriales académicas: políticas científicas e investigación. Granada: Comares. 91 p. Disponible en: <https://www.comares.com/libro/digitalizacion-de-editoriales-academicas_141611/>. [Consulta 30/06/2023].  

    El panorama de la edición académica iberoamericana está formado por un conjunto de pequeñas y medianas editoriales universitarias, de instituciones públicas y privadas, que suelen publicar libros impresos en tiradas cortas, especializados sobre todo en ciencias sociales y humanidades. Estas obras acostumbran a ser concebidas y producidas por investigadores de la región y han sido escritas en castellano o portugués, lenguas consideradas secundarias en el mundo de la comunicación científica. 

    Toda esta producción sirve, evidentemente, para la transferencia de resultados en la región de origen, pero no tanto para el descubrimiento ni la internacionalización de la ciencia que se produce, ni tampoco para la validación de su calidad.

    Este estado de cosas no es de ahora y viene de lejos. La edición académica iberoamericana se ha encontrado confrontada tradicionalmente a una serie de debilidades y problemas estructurales, como el de contar con una cadena de valor del libro en la que fallan dos de los eslabones fundamentales: una distribución eficaz y eficiente, y una red de puntos de venta final suficientemente abundante y especializada. Tampoco no ha ayudado el hecho de articularse todo ello en casi una veintena de mercados nacionales, en ocasiones poco permeables, que determinan espacios de distribución insuficientemente interconectados, tal y como pasa también con el mercado de las editoriales comerciales.

    Ante este panorama, se presenta en cierta manera una oportunidad bajo la forma de un reto de cambio tecnológico y de modelo de negocio que puede ser al mismo tiempo una posible solución: la transformación digital de estas editoriales académicas. Convertir la producción tradicional de los libros académicos en obras digitales complejas, buscables y en abierto. Es evidente que cada vez es menor el recorrido de las monografías académicas por las librerías tradicionales, pero todavía no es bastante definido ni funcional un modelo de negocio alternativo o complementario en la red. Una forma de distribución de lo impreso que se apaga, se extingue, y la nueva distribución digital que no acaba de concretarse.

    Para revertir esta situación de decrecimiento en la circulación de la monografía impresa, hay que proponer alternativas de difusión a partir de la red que convivan y sean complementarias, no excluyentes, con la distribución en papel y con los sistemas propios y consolidados de las entidades editoras. Y esto es urgente y necesario dado que desde hace dos décadas y cada vez de manera más acentuada, el descubrimiento por parte del lector de las últimas investigaciones no se produce para encontrar las obras impresas en el circuito de la librería, sino que se produce a partir de la consulta de los buscadores generalistas y académicos. Aquellas monografías que no estén digitalizadas no son visibles, de alguna manera, no existen.

    Superar estas debilidades resulta bastante complejo, el conjunto es heterogéneo, son muchas pequeñas instituciones y entidades académicas dispersas y con inercias no exclusivas de la región, como por ejemplo, una reverencia icónica por el libro impreso por parte de editores y de autores. 

    En cualquier caso, y tal y como afirma Elea Giménez Toledo en Digitalización de editoriales académicas, esta transformación es urgente y crítica. En ocasiones, las instituciones y entidades editoras no tienen la infraestructura necesaria para la labor editorial, una tarea compleja que va desde la revisión y la preparación de los originales, la producción propiamente dicha y la distribución, la difusión y la comercialización correctas y necesarias. Esto vale especialmente para las ediciones digitales que, además de los conocimientos editoriales tradicionales requieren infraestructura (ordenadores y software) y técnicas (edición de metadatos y protocolos de interoperabilidad, pero también marketing digital) propios y exclusivos de la edición electrónica. 

    Es necesario superar las políticas institucionales y locales, nacionales, los espacios de distribución y mercado nacionales cerrados, y esto sin perder, no obstante, las bondades de la transferencia de ciencia próxima y quizás sin tener que recorrer al inglés como lengua franca, manteniendo el castellano y el portugués que siguen facilitando el acceso a la ciencia para las comunidades más próximas. 

    Es necesaria una transformación digital para las editoriales académicas, una transformación que sea integral y no solo tecnológica, que lo sea en su visión más general, en sus políticas de edición vinculada a la ciencia abierta, con la introducción de la revisión en abierto en los procesos editoriales, en consonancia con las infraestructuras de información científica y de acuerdo con las nuevas coordenadas de la evaluación científica. Y que, encima, sea económicamente sostenible.

    Por ello es tan importante que aparezca esta guía completa y en abierto que pretende resolver buena parte de las cuestiones relativas a la digitalización de las editoriales académicas, en especial las iberoamericanas, sea cual sea su dimensión. Desde los aspectos más generales como son la visibilidad de estas editoriales en el sistema de información científica, las políticas estatales e internacionales, los aspectos puramente tecnológicos que les afectan, como la accesibilidad y la interoperabilidad, o los criterios de evaluación de la propia ciencia y las editoriales.

    Las autoras de Digitalización de editoriales académicas son especialistas reconocidas, Elea Giménez Toledo es científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España y directora del Grupo de investigación sobre Libro Académico (ILIA). Doctora y licenciada en Documentación por la Universidad Carlos III de Madrid. Desde 2020, es directora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Es miembro del Management Committee de la Acción COST de la Unión Europea. 

    Ana del Arco Blanco es abogada especializada en propiedad intelectual y asesoramiento a industrias culturales en Gómez de Mercado Abogados de Madrid y coautora de diversas obras especializadas en estos ámbitos: Edición académica y difusión, Comares, 2019; El archivo de internet: Depósito legal de las publicaciones electrónicas tras el Real Decreto 635/2015, de 10 de junio, Comares, 2016.

    Aunque la propuesta se hace desde España y muy en consonancia con las políticas y directivas europeas y españolas (Horizon Europe, Plan S, Pla Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación (PEICTI) y la modificación de la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación), incluso puede confundirse o pensar que tienen más que ver con el mundo de las revistas científicas, la voluntad es que sea de utilidad para cualquier editorial o investigador iberoamericano.

    Las instrucciones de la primera parte de la guía son obra de Giménez Toledo y pasan por saber producir técnicamente los libros digitales, automatizar el proceso de edición, incluir necesariamente los diversos estándares de metadatos para que todos los actores puedan recuperar las obras producidas (buscadores, librerías, bibliotecas, bases de datos y plataformas académicas), prever la preservación digital y garantizar una accesibilidad permanente en la red, disponer de unas evidencias de uso a partir de nuevos sistemas de métricas académicas, poner en relieve el papel del marketing digital y del autor en la visibilidad de la obra y, finalmente, explorar las posibilidades que abre la inteligencia artificial en el futuro más inmediato de la edición electrónica.

    En efecto, hay que saber producir técnicamente libros digitales consultables en todo tipo de dispositivos electrónicos, buscables en todos los buscadores de información científica. Se comentan así los formatos más comunes (PDF y ePUB) y otros de menor difusión, pero se mencionan de forma especial los lenguajes de marcado, con una preferencia para el XML, muy por delante del HTML, por sus cualidades, en especial por la estructura y recuperación que ofrecen la posibilidad de múltiples formatos derivados y garantizan una gran visibilidad al contenido. En la obra se apunta que la adopción del XML supone alguna cosa más que adaptar un lenguaje más completo, también supone un cambio de ideología donde tiene más importancia el contenido (el capítulo, la parte, la obra) que el objeto libro, un contenido que acaba por ser susceptible de tener más usos que el de la monografía académica. Hasta el presente, hay editoriales que han convertido en PDF sus obras y han estado colgadas en abierto, pero no responden a una serie de características técnicas, no son recuperables y, por lo tanto, no existen para el público potencialmente interesado.

    Es imprescindible automatizar el proceso de edición, la edición digital supone una serie de cambios no solo tecnológicos ante la impresión analógica, como por ejemplo la adaptación de gestores de contenidos como ejes de la planificación y organización de los flujos de trabajo.

    Hay que entender la naturaleza de los metadatos del libro electrónico, de su inclusión –más que necesaria– imprescindible. En tota la cadena de valor del libro, los metadatos son la herramienta que pondrá el producto en exposición, que lo hará buscable, que hará que sea descubierto por los lectores. Los estándares de los metadatos, sin entrar en detalle, pueden ser de tipo comercial, como ONIX; temáticos, como THEMA; o generalistas en los protocolos de recogida de datos, como OAI PMH. Sin esta médula del libro electrónico, la obra no se conocerá, no se descubrirá. Y si en el modelo impreso, las librerías y las bibliotecas son el punto final, en este nuevo escenario también entran buscadores generalistas y académicos, las bases de datos especializadas y las plataformas académicas.

    También, resulta necesario prever la preservación digital y garantir una accesibilidad permanente, en un ámbito donde la propia materialidad de las obras y su alojamiento no está garantizado de manera física. Los usos de sistemas como el DOI (Digital Object Identifier) y de entidades como Crossref son actualmente esenciales, también de los identificadores clásicos del mundo del libro.

    En este recorrido del libro en la red, se tiene la posibilidad de disponer de unas nuevas evidencias de uso a partir de nuevos sistemas de métricas académicas, parecidos al del mundo de la revista científica, pero no solo. En esta visibilidad de la obra académica electrónica juegan un papel clave el marketing digital y el autor, a partir de todos los canales de distribución y venta, y de las redes sociales.

    La segunda parte de la guía, obra de Ana del Arco Blanco, se dedica a los aspectos jurídicos y no es menos interesante por las implicaciones que suponen, paralelas a las técnicas. Esta es también una lista de comprobación donde se recorren todos los aspectos jurídicos que una editorial académica debe tener en cuenta a la hora de operar en acceso abierto o en acceso restringido.

    Cuestiones tan importantes como la aplicación correcta de las leyes de propiedad intelectual en el mundo de la edición digital, la definición clara de los titulares de los derechos de las obras, el uso de las licencias Creative Commons, las políticas sobre acceso abierto con especial referencia al caso español, la comercialización de libros descatalogados y el de las llamadas obras huérfanas, esto es, las obras que están sujetas a derechos de propiedad intelectual pero cuyos titulares no pueden ser localizados o identificados, las obras de dominio público y aquellas que teniendo un autoría tienen necesidad de un contrato... 

    Cierra la obra una breve lista de preguntas más frecuentes sobre las publicaciones digitales en acceso abierto y restringido, no solo académicas, con sus respuestas.

    Si en alguna cuestión se podría decir que faltaría abundar sería en las cuestiones de viabilidad económica de estas editoriales, y auténtico talón de Aquiles. Habría que reflexionar y dar las pistas a seguir de la misma manera, seria y segura, pero probablemente este no era el objetivo de las autoras o hubiera sido necesaria una tercera parte, tan importante como las dos primeras.

    En cualquier caso, una guía seria en forma de reflexión por puntos y al mismo tiempo divulgativa, auténtica lista de comprobación que cualquier editor/a, autor/a o bibliotecario/a hará bien en tener a mano y revisar.

    De lectura recomendada.


    Hacer ciencia en inglés tiene un alto coste para los hablantes no nativos: “Tienes 12 veces más barreras”

    Publicado en elDiario.es
    https://www.eldiario.es/sociedad/ciencia-ingles-alto-coste-hablantes-no-nativos-tienes-12-veces-barreras_1_10378436.html



    Hacer ciencia en inglés tiene un alto coste para los hablantes no nativos: “Tienes 12 veces más barreras”

    • Los investigadores cuya lengua materna no es el inglés tardan el doble en preparar sus trabajos y tienen 2,5 veces más probabilidades de ser rechazados

    Antonio Martínez Ron

    18 de julio de 2023 
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    Que el inglés se ha convertido en la lengua franca de la ciencia es algo conocido y aceptado, pero tiene unos costes en desigualdad que no son tan evidentes. En un trabajo publicado en la revista PLOS Biology, un equipo liderado por el investigador de la Universidad de Queensland Tatsuya Amano pone el dedo en la llaga y cuantifica el precio que pagan los científicos que no son nativos de esta lengua. 

    Mediante encuestas realizadas a 908 científicos ambientales de ocho países, los autores han comparado la cantidad de esfuerzo que emplean los investigadores para realizar diversas actividades en inglés. La conclusión es que los hablantes no nativos necesitan hasta el doble de tiempo para leer y escribir documentos y preparar presentaciones. En cuanto a los artículos científicos, los investigadores cuya lengua madre no es el inglés tienen 2,5 veces más probabilidades de ser rechazados y 12,5 veces más probabilidades de recibir una solicitud de revisión, simplemente debido al inglés escrito.

    Muchos de ellos, incide el estudio, también dejan de asistir y presentar en conferencias internacionales porque no se sienten cómodos comunicándose en inglés. El propio Amano confiesa haberse sorprendido con los resultados. “Como hablante de inglés no nativo, he experimentado esas luchas de primera mano y sabía que eran problemas comunes entre nosotros los hablantes de inglés no nativos”, asegura, “pero no me di cuenta de cómo de grande era cada obstáculo individual en comparación con los hablantes de inglés nativos”. 

    El estudio actual es una continuación, a mayor escala, de un trabajo que había realizado la investigadora Valeria Ramírez Castañeda en 2020 en Colombia. “Ahora no solo hemos preguntado a investigadores que hablan español”, explica a elDiario.es. “Además de Bolivia y España, han participado científicos de Bangladesh, Ucrania, Inglaterra, Nigeria, Japón y Nepal”. “Somos el 95% de la población del mundo la que no habla en inglés”, subraya.

    Fuente de desigualdad 

    Aunque el trabajo se circunscribe a las ciencias ambientales, el problema se extiende a todos los campos de la investigación académica, donde esta circunstancia es una fuente de desigualdades que empobrece los resultados. Los autores subrayan que estas desventajas afectan de forma desproporcionada a quienes están en una etapa temprana de su carrera y proceden de países de bajos ingresos. A su juicio, no podremos lograr una participación justa en la ciencia para los hablantes no nativos de inglés, ni esperar contribuciones a la ciencia de aquellos cuyo primer idioma sea otro, si no cambiamos esta dinámica. Para ello proponen varias posibles soluciones, que van desde la ayuda de supervisores a los estudiantes y apoyo financiero para superar las barreras del idioma.

    “Hasta la fecha, hablar inglés con fluidez ha sido un boleto para ingresar al mundo académico”, dice Amano. “Debemos abandonar este viejo sistema. Cualquier persona en cualquier parte del mundo debería poder participar en la ciencia y contribuir a acumular el conocimiento de la humanidad”. “Lo que vemos es una enorme desigualdad, los no nativos tenemos como 12 veces más barreras que una persona nativa”, apunta Juan David González Trujillo, también coautor del trabajo. “Por más que te esfuerces, por más que estudies, sientes que eres un impostor, que no tienes el nivel para lograr comunicar lo que quieres decir”.

    Jugar “fuera de casa”

    El responsable de la cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), Juan Ignacio Pérez Iglesias, encuentra las conclusiones muy razonables y cree que “el filtro lingüístico reduce la diversidad cultural de quienes hacen la investigación y la calidad se ve afectada por una presencia excesiva de investigadores de cultura anglosajona”. También considera que los autores han olvidado recoger otros efectos. “Como el sesgo que predispone a pensar que una persona es inferior intelectualmente porque no habla bien inglés o lo habla con acento”, señala. “Es una barrera que hay que superar, porque es un sesgo muy profundo”. 

    En un artículo reciente en The Conversation, la profesora de la UNED Raquel Fernández calificaba esta situación como “violencia lingüística”. Una violencia, argumentaba, que se ejerce “al exhortar a las investigadoras e investigadores de todo el mundo, y de todas las áreas, incluidas las Humanidades, a realizar su trayectoria académica en lengua inglesa si quieren competir con éxito en el sistema de evaluación del que depende su trabajo”. El coordinador del programa de Doctorado de Ciencias Sociales de la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Granada (UGR), Evaristo Jiménez-Contreras, tiene una metáfora futbolística que explica muy bien la situación.“Nosotros somos el equipo que siempre juega fuera de casa”, asegura. “Yo estudié inglés toda mi vida y nunca llegué a dominarlo. Si tengo que dar una conferencia en inglés, voy con las dos manos atadas a la espalda”, confiesa.  

    Joaquín Sevilla Moroder, director de la cátedra de divulgación del conocimiento y cultura científica de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), elogia el esfuerzo de los autores del trabajo por cuantificar una sensación que se tiene entre los científicos. “Creo que en todas las revisiones de papers que me han hecho me decían que hay que mejorar el inglés, y te sienta muy mal”, reconoce. En muchas universidades y centros de investigación existen servicios de traducción, explica Sevilla, y últimamente muchos están utilizando inteligencias artificiales generativas para pulir sus textos. “En los últimos dos hemos utilizado ChatGPT para la última revisión gramatical”, reconoce.

    Para los expertos, el sistema de valoración de las publicaciones, como el de la ANECA, favorece que se publique en revistas de alto impacto. “Con el coste asociado de que hay que hacerlo en inglés para llegar a una comunidad más amplia”, admite Jiménez-Contreras. “Si quien financia la investigación utiliza el baremo de impacto y publicaciones tal como funciona hoy, nunca será posible revertir la tendencia”, observa Antonio Calvo Roy, periodista científico y ex presidente de la Asociación Española de Comunicación Científica. “Hacer el cambio es muy complicado, lo que de nuevo supone que introducir cambios no esté muy incentivado”.

    “El problema es tan grande”, observa María Jesús Santesmases, profesora de investigación del Instituto de Filosofía, del CSIC (CCHS), “que este trabajo se publica exclusivamente en inglés”. Pero no es una contradicción, advierte, “porque sus autores están sometidos a las mismas reglas del juego que toda la comunidad”. Bajo su punto de vista, la comunidad científica está cautiva por la política científica transnacional que atribuye autoridad solamente a quienes cumplen esas reglas. “Y esto por supuesto que empobrece la ciencia y el impacto que las investigaciones que se llevan a cabo tienen en la comunidad donde se desarrollan”.

    En España existen diferentes iniciativas para conseguir que el español siga teniendo presencia en el campo de la investigación y que los profesionales estén actualizados. ¿Cómo se consigue esto? “Una manera es apoyar las revistas profesionales dirigidas a un público que prefiere leer en español”, afirma Jiménez-Contreras. Es el caso de la revista MEDES (www.medes.com), que tiene entre sus objetivos facilitar que parte de los médicos, que son poco dados a leer papers en inglés, se mantengan al día.

    “Hay que crear estructuras, hay que prestigiar el uso del español en la ciencia, crear un estado de opinión según el cual la calidad de las revistas en español, y su impacto, sea equivalente a las revistas en inglés”, coincide Calvo Roy. “Por eso es tan importante que haya ensayo y divulgación científica en la lengua propia”, añade Pérez Iglesias, “porque es la forma de cultivar la supervivencia de esos conceptos y de neutralizar ese posible empobrecimiento”.

    Una solución, propone Valeria Ramírez, es obligar a las revistas a publicar traducciones de los artículos y ponerlas en lugar visible. “También hay jornadas de conferencias, como Evolution 2023, en las que se permite a los ponentes hablar en el idioma en que se sienten cómodos y luego se les subtitula”, apunta. “Lo que necesitamos es un cambio de chip, no solo de las editoriales, sino también de las personas que hacen y leen ciencia, dejar de pensar que solo eres válido en ciencia si publicas en inglés”, asegura González Trujillo. 

    No tiene sentido, apuntan ambos, que si publicas un trabajo sobre el futuro de la Amazonía no se pueda leer en español y portugués, que es la lengua de las comunidades afectadas. “Si haces ciencia en un país que habla otro idioma, tradúcelo”, reclama Valeria Ramírez. “Las personas que sí tienen inglés como primera lengua deben saber que tenernos en cuenta no es un favor que nos hacen, sino algo esencial para entender todas las observaciones”, concluye. “Porque no es poquita cosa incluir al mundo en la participación de la ciencia”.

    Fomentar la lengua propia

    A pesar de los inconvenientes, el uso de una lengua común tiene sus ventajas. “Aunque nos perjudique por un lado, por otro tampoco es tan malo”, comenta Jiménez-Contreras. “Porque además de inglés no puedes aprender chino, ruso, alemán…”. La solución más realista para amortiguar la situación pasa por mantener vías que faciliten la comunicación de la ciencia los diferentes idiomas. Aunque está a mucha distancia, el español es la segunda lengua en todos los ámbitos, tanto en Ciencias, como Ciencias Sociales y Humanidades. “Ahora bien”, matiza el experto, “la distancia con el Inglés es sideral. En el campo de las ciencias el español representa el 1 %”.


    "¡Quemadlo con fuego!" - El uso de ChatGPT «polariza» a los revisores

    Publicado en THE Times Higher Education https://www.timeshighereducation.com/news/corrupting-chatgpt-use-polarises-peer-reviewers   Quemadlo...