martes, 3 de mayo de 2022

Sobre los orígenes de la mercantilización en nuestras universidades públicas

Publicado en blog Universídad. Una conversación pública sobre la universidad



Sobre los orígenes de la mercantilización en nuestras universidades públicas

03/05/2022

La mercantilización aqueja a una multiplicidad de instituciones en todo el mundo y, en particular a los sistemas universitarios. En el de España, proliferan las universidades privadas con ánimo de lucro y las residencias estudiantiles planteadas como muy rentables negocios de potentes fondos de inversión. Y unas y otras son objeto a veces de millonarias operaciones de compra-venta. El aumento de los precios públicos en algunas comunidades autónomas, a raíz de la reforma legal de 2012, también fue y aún es un factor de mercantilización del sistema.

Pero la mercantilización ha conseguido asimismo hacerse unos cuantos huecos en el seno de nuestras universidades públicas y a ello nos referimos en lo que sigue de esta entrada, sin perjuicio de que algunas de las hipótesis explicativas de este fenómeno puedan ser útiles para entender las causas de la mercantilización del sistema en su conjunto.

Cosas que pasan que no deberían pasar

Los medios de comunicación se hacen eco, de vez en cuando, de prácticas anómalas en algunas universidades públicas españolas o en relación con ellas: plagios, aprobados y títulos otorgados en condiciones dudosas, cursos de pseudociencias, uso indebido de nombres y denominaciones universitarias, complementos retributivos no justificados, fondos de procedencia pública asignados a fines privados o profesores a tiempo completo que trabajan como directivos en empresas privadas a las que, además, hacen pedidos sustanciosos con cargo a fondos de proyectos subvencionados, así como otras transgresiones del régimen de incompatibilidades.

Asimismo, las auditorías públicas han puesto de manifiesto en no pocas ocasiones prácticas irregulares en instituciones que podemos denominar parauniversitarias, es decir, pertenecientes a una universidad pública, pero con personalidad jurídica propia.

Se trata sin duda de actividades inapropiadas, reprobables y en ciertos casos, sin entrar en su calificación jurídica, graves y susceptibles de sanciones académicas y administrativas. Epifenómenos de procesos de mercantilización que aquejan a la mayoría de universidades de los países capitalistas.

Nuestras universidades públicas no son, desde luego, focos de corrupción. Generalmente no pasa de ser una reducida minoría el personal involucrado en prácticas como las mencionadas, pero estas son preocupantes, tanto por sí mismas y sus consecuencias como por las escasas o inexistentes reacciones que suscitan en las instituciones en que tienen lugar y en el conjunto del sistema universitario público.

Cuando hace unos cinco años estallaron diversos escándalos en torno a una universidad pública de la Comunidad de Madrid, las otras universidades decidieron básicamente mirar hacia otro lado, invocando a veces, para justificar esta actitud, la autonomía universitaria, como si lo que ocurre en una universidad pública no concerniera a las otras.

Tal parece que la comunidad universitaria, que muy mayoritariamente no practica actividades irregulares y no las aprueba, se haya habituado a convivir con ellas como si irremediablemente formaran parte del paisaje.

Esta resignación creemos que solo puede explicarse a partir del análisis del ambiente intelectual y cultural en que se produce.

¿Cuándo y cómo empezó todo esto?

La clave para responder a esta pregunta se encuentra en los primeros años 80, en la Ley de Reforma Universitaria (LRU) y el ambiente económico, social y moral de los años en que esta se aprueba y se implanta.

Muerto Franco en 1975 y aprobada la Constitución en 1978, la universidad tuvo que esperar hasta 1983 su LRU. Cuando esta entró en vigor, las universidades se encontraban en general en situaciones académicas, económicas y patrimoniales lamentables. Las retribuciones de su personal eran insatisfactorias o irrisorias, muy por debajo de las de otros sectores de la Administración.

El crucial artículo 11 de la LRU vino entonces como agua de mayo al abrir la posibilidad de desarrollar actividades generadoras de ingresos para la institución y su personal docente e investigador (PDI) y de crear entidades para gestionarlas: “Los Departamentos y los Institutos Universitarios, y su profesorado a través de los mismos, podrán contratar con entidades públicas o privadas, o con personas físicas, la realización de trabajos de carácter científico, técnico o artístico, así como el desarrollo de cursos de especialización”.

Son años de auge del neoliberalismo, con Thatcher y Reagan al frente de sus gobiernos, asesorados por Milton Friedman, elevado a los altares de la ciencia económica. Son años en que los Chicago Boys actúan a sus anchas en Chile, bajo la capa protectora de Pinochet. En 1985 Felipe González aprendió de Deng Xiaoping que lo que importa de un gato es que cace ratones, pero no que sea blanco o negro.

Se va imponiendo en España la cultura del pelotazo. “España es el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de Europa y quizá del mundo”, proclama el ministro Solchaga en 1988 en una reunión de más de mil empresarios, que le ovacionan entusiasmados. El mismo Solchaga al que se suele atribuir el eslogan “la mejor política industrial es la que no existe” que hizo fortuna por aquel entonces, en la línea de “el Gobierno es el problema”, de Ronald Reagan.

Así pues, procuremos que las regulaciones se limiten a las inevitables y usemos la imaginación para flexibilizar en lo posible los condicionamientos que nos impongan.

En este contexto y al amparo, en parte implícito, de la LRU, las universidades ponen en marcha órganos y mecanismos para fomentar los contratos y los cursos de especialización y regulan la afectación de los ingresos obtenidos. Algunas, en su afán por incentivar al PDI para que impulse estas nuevas actividades, retienen para la propia universidad apenas lo necesario, o incluso menos de lo necesario, para que esta se resarza de los costes generados por el desarrollo del contrato o la realización del curso.

Al abrirse estas oportunidades, y como quizás hubiera predicho Adam Smith, aparece un PDI de nuevo tipo: emprendedor, empresario, generador de ingresos, muy valorado por su universidad (nos consta que en alguna es conocido coloquialmente como PDI pata negra) y con considerable influencia en sus políticas, pese a que, como hemos apuntado, la universidad no suele beneficiarse significativamente de los ingresos generados.

Poderoso caballero

Se estableció, pues, una nueva relación de las universidades con el dinero, que tendría consecuencias nada triviales. No en vano Robert Hutchins, que fue presidente y canciller de la Universidad de Chicago, ya había detectado “el amor al dinero en el fondo de la desintegración de la universidad estadounidense”, como escribió en La universidad de Utopía, en 1953.

No se trata de cantidades menores. Una gran universidad pública puede facturar cada año millones de euros en contratos y cursos de especialización, lo que deriva en ingresos adicionales significativos para algunos miembros del PDI.

El PDI permanente a tiempo completo de nuestras universidades públicas percibe ahora salarios razonables, hasta el punto de que hace décadas que no se ha planteado ninguna reivindicación sindical relevante al respecto. No obstante, a diferencia de lo que ocurre en otras administraciones públicas o en universidades de algunos otros países, el PDI puede devengar retribuciones por su participación en contratos y cursos durante su jornada laboral, por la que ya percibe el salario que le corresponde como personal funcionario o contratado.

Los emolumentos adicionales derivados de los contratos pueden alcanzar, en cómputo anual, el 150 % del salario máximo posible de un miembro del PDI de una universidad pública. El valor de estas retribuciones adicionales, aunque no ha sido interpretado de un mismo modo en todas las universidades y comunidades autónomas es, según nuestros cálculos, superior a 160.000 €/año.

Por añadidura, el PDI que, junto a otros méritos, acredite una actividad suficiente en el marco de contratos con entidades externas puede, desde 2018, solicitar un complemento retributivo consolidado en concepto de “sexenio de transferencia”.

Las disposiciones del artículo 11 de la LRU se recogieron y ampliaron en los artículos 83 y 84 de la vigente LOU (Ley Orgánica de Universidades) donde se explicita que la celebración de contratos para la realización de trabajos o cursos se podrá efectuar también a través de “los órganos, centros, fundaciones o estructuras organizativas similares de la Universidad” y que las universidades “podrán crear empresas, fundaciones u otras personas jurídicas”. Asimismo, el artículo 83 prevé excedencias temporales de hasta cinco años, con reserva de plaza, para el profesorado permanente que se incorpore a una empresa de base tecnológica relacionada con proyectos de investigación en que haya participado.

Las personas que, movidas por estos incentivos, dan preferencia en su actividad universitaria a la transferencia o a organizar o impartir enseñanzas no regladas, no solo tienen todo el derecho a hacerlo, sino que contribuyen al logro de los objetivos de política universitaria que inspiran la legislación vigente. Pero se pueden objetar, por sus posibles consecuencias negativas, los objetivos, la política y los mecanismos para implantarla. Y, más allá, se debe plantear si la transferencia ha de ser la actividad más incentivada y que proporcione más dividendos y más reconocimiento que la investigación y la docencia.

Esta ya no nueva relación de las universidades con el dinero y los mercados presenta tres aspectos que merecen comentarios específicos: los contratos, los cursos y las entidades parauniversitarias.

La transferencia, ¿tercera misión?

Según la vigente LOU (artículo 1-1) “La Universidad realiza el servicio público de la educación superior mediante la investigación, la docencia y el estudio” (en la LRU el orden era distinto “la docencia, el estudio y la investigación”).  En todo caso, en ninguno de estos enunciados, que vienen a ser el frontispicio de las leyes respectivas, se menciona la transferencia como una de las actividades necesarias para que las universidades cumplan su función de realizar el servicio público de la educación superior.

Ello no ha sido óbice, sin embargo, para que se haya otorgado cada vez mayor importancia a la denominada transferencia, hasta el punto de que se ha hecho lugar común referirse a ella como la tercera misión de la universidad. Y hasta el punto de que el artículo 1 de los borradores de la LOSU que circularon en 2021 incluía, junto a las actividades de docencia e investigación, las de “transferencia del conocimiento e innovación”, a la vez que desaparecía la referencia al servicio público de la educación superior.

A partir de la LRU, las universidades crearon sus OTRIs (Oficinas de Transferencia de los Resultados de la Investigación), llamadas así pese a que nada en la ley ni en la práctica obliga a que los contratos se refieran a los resultados de la investigación y, de hecho, con frecuencia atañen a asesorías, ensayos en laboratorios especializados, uso de software, proyectos de artefactos o de edificios y otros servicios.

No obstante, en los años 80 y 90 hubo alguna universidad que medía en pesetas el volumen de su actividad investigadora (en realidad se sumaban peras con manzanas: subvenciones a proyectos de investigación de planes nacionales e internacionales competitivos, con ingresos por contratos; es decir, se daba implícitamente por hecho que las actividades llevadas a cabo en el marco de los contratos eran actividades de investigación).

En este marco, se generan a veces relaciones estables exclusivas de grupos de investigación con entidades privadas, hasta el punto de que hay grupos que vienen a ser una especie de departamento de I+D+i, o de D+i, de determinadas empresas. Por otra parte, el hecho de que los costes fijos de personal y equipamiento estén cubiertos por el presupuesto de la universidad permite, desde el punto de vista estrictamente económico, que los precios facturados por los servicios se fijen sobre la base de los costes variables, lo que ha originado suspicacias en algunos consejos sociales, en particular cuando la oferta de servicios de un grupo universitario competía con la de empresas vinculadas a miembros del Consejo.

Visto el fervor ideológico, normativo y organizativo por la transferencia, parece que debería tenerse en cuenta que la universidad no es una navaja suiza (multiusos)[1] y que la innovación correspondiente a la i minúscula de I+D+i se materializa en productos y procesos productivos, que se obtienen y se llevan a cabo fuera de la universidad. Y considerar atentamente las reflexiones que al respecto publicó[2] Bruegel (un laboratorio de ideas especializado en economía y vinculado a la UE):

“Si por ser emprendedoras se quiere decir que las universidades deben estar en sintonía con su entorno, tanto social como económico, y reactivas a él, entonces estamos de acuerdo. Pero si eso significa que las universidades deberían convertirse en agentes muy activos en el mercado de la ‘innovación’ y que deberían esforzarse por obtener una cantidad significativa de financiación por esta vía, entonces somos más reacios. Puede haber instituciones mejor diseñadas para esto, por ejemplo, centros tecnológicos y parques tecnológicos ubicados cerca de las universidades (incluso con la participación de estas últimas en su gestión). Recaudar dinero a través de actividades empresariales directas puede resultar tentador (gran parte del equipo y los recursos humanos necesarios ya están disponibles y, tal vez, se han pagado), pero es fácil que la importancia cuantitativa de estos fondos sea sobreestimada. La universidad tiene una misión central que no es empresarial. Es la educación y la investigación lo que solo las universidades y los centros de investigación pueden lograr: lo que ahora se denomina comúnmente ‘investigación de frontera’. La investigación universitaria está fuertemente subvencionada porque es, o debería ser, de una variedad de alto riesgo a largo plazo que no podría desarrollarse en el mercado”.

¿Cuántos másteres tienes?

En los mismos años de la LRU aparecen personajes públicos con títulos de máster de prestigiosas, o no, universidades estadounidenses. En España existían los MBA, pero se situaban en un ámbito distinto del de los títulos universitarios. Mas a partir de aquellos momentos se empezó a extender la idea de que, si quienes eran alguien tenían un máster, nadie eras si no lo tenías, lo que generó una demanda de formación y de títulos y puso en marcha la conocida mano invisible que dirige los mercados.

En este caso, a través de entidades parauniversitarias o meramente privadas, que actuaban por cuenta propia o en colaboración con las parauniversitarias. Todo ello en ausencia de regulación relativa al uso de la denominación “máster”, a los contenidos y procesos de evaluación de los correspondientes programas de estudios y a sus precios.

Ello dio lugar a títulos de máster, no oficiales, de lo más variopinto en cuanto a duración, calidad, precio y características de las instalaciones y del profesorado. Hubo másteres de ofimática impartidos en algún piso del ensanche barcelonés; hubo y ha habido hasta hace muy poco másteres de homeopatía amparados por universidades. Todo esto ha movido y sigue moviendo mucho dinero y ha generado muchos intereses creados.

En la última reforma estructural del sistema de títulos universitarios oficiales se dio en llamar máster al segundo de los tres ciclos (grado, máster, doctorado). Y aunque la ley prevé que no se puedan utilizar denominaciones coincidentes con las que establece la propia ley o que puedan inducir a confusión con ellas, lo cierto es que el término máster se sigue utilizando sin cortapisas, por lo cual se ha tenido que añadir el adjetivo “universitario” a los másteres oficiales, para distinguirlos de los que no lo son.

Por consiguiente, las universidades ofrecen títulos oficiales de máster (másteres universitarios) y suelen ofrecer, normalmente a través de entidades parauniversitarias, o al alimón con entidades privadas, títulos propios de máster (que no son másteres universitarios).

También puede darse el caso de que un máster no universitario de una institución privada no universitaria obtenga algún tipo de reconocimiento por parte de una universidad pública, posiblemente a través de alguna fundación o instituto parauniversitario (que no debe confundirse con un instituto universitario de investigación). Estas titulaciones conviven con los llamados másteres, no oficiales, previos a la reforma del sistema de títulos.

Además, junto a los másteres de todas clases existe una amplia oferta de programas con denominaciones diversas, tales como diplomas de posgrado, de especialización o de experto.

Coronas parauniversitarias

Las universidades suelen estar rodeadas de una corona de entidades parauniversitarias que impulsan y gestionan actividades docentes o de transferencia. Tales entidades no están sujetas a las normas que regulan las universidades públicas y se sitúan muchas veces en el ámbito del derecho privado, por lo que su control por parte de los órganos colegiados de la universidad es problemático.  Precisamente, el supuesto argumento con el que se pretende justificar su necesidad es la flexibilidad de la que gozarían frente a la rigidez que sería propia de lo público.

Dichas entidades dependen de la universidad, pero su estructura jurídica permite que en sus órganos de dirección (el patronato de una fundación, por ejemplo) estén presentes otros intereses, generalmente de grandes empresas privadas. Por su parte, pueden crear otras entidades que dependen de ellas (y, claro está, cada vez más indirectamente, de la universidad correspondiente) o establecer convenios con centros de formación privados, para dar una pátina de prestigio a las actividades de formación de estos últimos.

Es cierto que en el seno de estas instituciones hay más grados de libertad que en la universidad misma. Por ejemplo, en cuanto a la contratación y a las retribuciones de su personal o del profesorado que imparte la docencia, en su caso. Aunque dependen de una universidad y tal vez el nombre de dicha universidad figure o se sugiera en su propio nombre, no forman parte de la universidad propietaria, lo que hace posible que impartan cursos incluso sin intervención alguna del profesorado universitario.

Hay entidades parauniversitarias con un volumen de facturación considerable, que puede ser de varios millones de euros, y del que no siempre se beneficia significativamente la universidad.

Todo ello ha dado pie a que algunas hayan ido adquiriendo una dinámica propia, en cuanto a objetivos y procedimientos. Un estilo propio que puede llegar a ser bastante distinto del que se supone como típicamente universitario.

Así, hace unos años se publicó que unos profesores habían gastado, entre 2009 y 2014, a través de una fundación de su universidad pública, unos 800.000 € en viajes, restaurantes y en otros conceptos, sin aparente relación alguna con la actividad académica. Y que la misma fundación había incurrido en gastos inmódicos, que incluían el alquiler de un velero para celebrar en él fiestas de inicio y de final de curso para el personal. Lo más aleccionador de las noticias al respecto era, por una parte, que la máxima responsable ejecutiva de la fundación justificaba el alquiler de la embarcación porque ella sabía cómo gestionar el personal de una empresa como la que dirigía, tan distinta de la universidad. Y, por otra, que la universidad tomó medidas significativas para enderezar el rumbo de aquella entidad parauniversitaria.

¿Quién puede poner un cascabel a este gato?

Cuando un gobierno se disponga a proponer una ley que mejore el sistema público universitario deberá abordar las cuestiones que hemos comentado: funciones de la universidad, regulación del contenido de los contratos y de la asignación de los correspondientes ingresos, enseñanzas no oficiales, creación y control de las entidades parauniversitarias, transparencia.

Claro está que una cosa es promulgar leyes y otra, hacer que se cumplan. Y una tercera, ganar batallas relativas a culturas y comportamientos arraigados en las instituciones. No es fácil ni rápido, pero no es imposible si concurren administraciones públicas, consejos sociales, rectorados y organizaciones estudiantiles y del personal universitario.

Al fin y al cabo, solo se trata de que las universidades se centren en los objetivos que les son propios y de que el público tenga garantías de que no le dan gato por liebre.

 

[1] Rivero Ortega, R. (2021) El futuro de la Universidad. Ediciones Uiversidad de Salamanca.

[2] Aghion, P., Dewatripont, M., Hoxby, C., Mas-Colell, A., Sapir, A. (2008) Higher aspirations: An agenda for reforming European universities. Bruegel.

 

lunes, 2 de mayo de 2022

Guía de evaluación para la conservación de datos de investigación

Publicado en blog Universo abierto
https://universoabierto.org/2022/04/12/guia-de-evaluacion-para-la-conservacion-de-datos-de-investigacion/



Guía de evaluación para la conservación de datos de investigación

Jonathan Dorey, Grant Hurley, & Beth Knazook. Appraisal Guidance for the Preservation of Research Data. Otaswa. Digital Research Alliuance, 2022

Texto completo

La evaluación y la selección son actividades clave necesarias para la gestión responsable de los datos de investigación. No todos los datos tienen valor para la investigación a largo plazo, y el creciente volumen de datos producidos y publicados para satisfacer necesidades a corto y medio plazo supone una carga tanto para los repositorios que almacenan y mantienen el acceso a los recursos como para los investigadores que buscan datos de calidad. Las prácticas de valoración de los repositorios, que a menudo se llevan a cabo como parte del proceso de curación en el momento del depósito para optimizar los datos para su intercambio y reutilización, deben abordar mejor la sostenibilidad a largo plazo de las prácticas de datos FAIR. Esta guía ha sido diseñada para ser utilizada junto con las políticas de adquisición, desarrollo de la colección, preservación y retirada del repositorio y otros documentos de estrategia institucional de alto nivel para ayudar a los conservadores a trabajar con los investigadores y los especialistas en preservación para evaluar los datos de investigación para su preservación a largo plazo.

ARTÍCULO: Retrasos en el proceso editorial de las publicaciones académicas incluidas en SciELO México

Publicado en Revista Interamericana de Bibliotecología (udea.edu.co)https://revistas.udea.edu.co/index.php/RIB/article/view/344044


Retrasos en el proceso editorial de las publicaciones académicas incluidas en SciELO México 

Publicar en revistas de ciencia y tecnología toma generalmente mucho tiempo, lo que puede tener efectos negativos en las carreras académicas (obtención de becas, de plazas y promociones) y en la reputación de las propias publicaciones seriadas. También es una variable relevante que los autores toman en cuenta para decidir dónde publicar. A pesar de los efectos de estos retrasos, existen muy pocos estudios sistemáticos en México sobre el tiempo que le toma a las revistas dar a conocer los textos recibidos. Este trata de cubrir esa laguna de información. 

Disponible en: 

https://bit.ly/3KFY768

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Retrasos en el proceso editorial de las publicaciones académicas incluidas en SciELO México

Autores/as 
  • Raúl Marcó del Pont LalliInstituto de Geografía, UNAM
  • Raúl Martínez NavarroInstituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
DOI: https://doi.org/10.17533/udea.rib.v45n2e344044

RESUMEN

Publicar en revistas de ciencia y tecnología toma generalmente mucho tiempo, lo que puede tener efectos negativos en las carreras académicas (obtención de becas, de plazas y promociones) y en la reputación de las propias publicaciones seriadas. También es una variable relevante que los autores toman en cuenta para decidir dónde publicar. A pesar de los efectos de estos retrasos, existen muy pocos estudios sistemáticos en México sobre el tiempo que le toma a las revistas dar a conocer los textos recibidos. Para cubrir esa ausencia, se analizó este aspecto editorial, a partir de los datos abiertos de SciELO México, y los tiempos que les toma a 196 revistas mexicanas dar a conocer sus artículos, así como las diferencias notables entre publicaciones seriadas de un mismo campo de conocimiento. Se compararon los tiempos resultantes con estudios similares sobre los journals anglosajones, los megajournals y las revistas depredadoras, para ubicar con mayor claridad los procesos editoriales en un entorno global, y vislumbrar las posibilidades de una gestión editorial más eficiente.

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viernes, 29 de abril de 2022

RUSIA: escandaloso caso de venta de autorías en revistas de renombre [ las "fábricas de artículos" y la corrupción científica ]

Publicado en Science
https://www.science.org/content/article/russian-website-peddles-authorships-linked-reputable-journals


Una web rusa vende la autoría de artículos en revistas de renombre por hasta 5.000 dólares cada una

Los anuncios prometían añadir nombres a artículos aparecidos en decenas de revistas

6 DE ABRIL DE 2022

POR DALMEET SINGH CHAWLA

Desde 2019, Anna Abalkina ha estado monitoreando un sitio web que ofrece una forma ilícita para que los científicos abrillanten sus currículos. El sitio, operado desde Rusia, ofrece abiertamente la venta de espacios de autoría en artículos científicos que se publicarán próximamente, por tarifas que van desde varios cientos de dólares hasta casi 5,000 dólares.    

Abalkina, socióloga de la Universidad Libre de Berlín, ha documentado lo que parece ser un negocio floreciente en el sitio, www.123mi.ru. Desde que debutó en diciembre de 2018, ha analizado más de 1000 anuncios publicados allí y encontró al menos 419 (at least 419) que parecían coincidir con manuscritos que luego aparecieron en docenas de revistas diferentes, informó en un preprint publicado en arXiv en marzo (preprint posted on arXiv).

Más de 100 de estos trabajos identificados se publicaron en 68 revistas de editoriales establecidas, como Elsevier, Oxford University Press, Springer Nature, Taylor & Francis, Wolters Kluwer y Wiley-Blackwell, aunque la mayoría de ellas eran publicaciones especializadas. Los autores rusos superaron a cualquier otra nacionalidad en el recuento de contratos recientes del sitio web.

Dirigido por International Publisher LLC, el sitio es una de las muchas "fábricas de artículos" ilícitas que los líderes de la publicación científica temen que estén corrompiendo cada vez más la literatura mediante la venta de autoría falsa o artículos preescritos. Pero su escala y descaro son inusuales, al igual que los conocimientos que Abalkina ha obtenido sobre su funcionamiento.       

Sus descubrimientos son "fascinantes", dice Elisabeth Bik, una experta independiente en integridad científica de San Francisco que cree que reflejan las consecuencias de la decisión de Rusia de 2012 de establecer políticas que vinculan los ascensos y las recompensas económicas de los investigadores a su volumen de publicaciones académicas.    

"Es otro ejemplo de lo que puede ir mal en la publicación científica si aumenta la presión por publicar", dice Bik, que ha estudiado las fábricas de artículos con sede en China (has studied paper mills based in China).    

Para atraer a los posibles clientes, los anuncios en www.123mi.ru ofrecen detalles tentadores sobre cada artículo, que, según dicen, ya ha sido aceptado para su publicación. Incluyen su tema, el número de autores y, a veces, su resumen. Los anuncios también dan pistas sobre el prestigio y la repercusión de la revista en la que aparecerá el artículo, incluyendo si está indexado en las bases de datos Scopus y Web of Science.

Los precios de las autorías varían en función de su posición en la lista de autores y del factor de impacto de la revista, según Abalkina. Los costes han variado desde unos 15.000 rublos (175 dólares) hasta 410.000 rublos (4800 dólares), siendo las plazas de primer autor las más caras. Sobre la base de estas tarifas, Abalkina estima que de 2019 a 2021, International Publisher recaudó unos 6,5 millones de dólares. (El sitio web no especifica cuánto pagaron realmente sus clientes). Para mantener el secreto de los acuerdos, el contrato incluye una cláusula de confidencialidad.

Los anuncios no revelan el nombre de la revista, que sólo se comunica al comprador después de pagar la cuota. El artículo de Abalkina cita afirmaciones del sitio web de que ha dividido sus honorarios con algunas revistas no identificadas para asegurar su participación en el esquema.

Varios de los mayores editores de revistas identificados en el estudio de Abalkina -Oxford University Press, Springer Nature, Taylor & Francis y Wiley-Blackwell- afirman que están examinando los artículos identificados por Abalkina que ella puso en su conocimiento. Elsevier cuenta con procedimientos para detectar cambios de autoría después de la presentación de un manuscrito, que los editores deben aprobar, dijo un portavoz. En cuanto a los artículos identificados por Abalkina, "había pocos indicios de cambios de autoría después de su presentación".

Chris Graf, director de integridad de la investigación en Springer Nature, se negó a hablar de los detalles, pero calificó las fábricas de artículos de "malas para las comunidades de investigación y de publicación. Además de investigar los casos individuales y retractar los artículos comprometidos, hemos revisado nuestros procesos e invertido en tecnologías que nos ayuden a identificar los intentos de manipulación de nuestros sistemas".

Science se puso en contacto con International Publisher -que dice tener su sede en Moscú y cuenta con oficinas en Ucrania, Kazajistán e Irán- para solicitar comentarios en múltiples ocasiones por correo electrónico, teléfono y WhatsApp, pero no recibió respuesta. Su editora jefe, según su página de LinkedIn, es la filóloga ucraniana Ksenia Badziun, que dice haberse graduado en la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev. La empresa ha seguido funcionando durante la invasión rusa de Ucrania.

Science también se puso en contacto con 20 autores correspondientes de trabajos identificados por Abalkina; la mayoría no respondió. Uno de ellos, que pidió que no se le nombrara, dijo que no sabía nada de la editorial internacional ni de sus actividades y que todos los coautores mencionados habían contribuido al trabajo.

Kim-Hung Pho, un estadístico de la Universidad Ton Duc Thang que es coautor de dos de los estudios señalados -ambos publicados por Digital Scholarship in the Humanities, gestionada por Oxford University Press- también dijo a Science que no tiene conocimiento de www.123mi.ru. "No tengo fondos para hacer investigación científica, así que no tengo absolutamente ningún dinero para comprar [la autoría en] estos artículos, y no hay ninguna presión para hacerlo".

En 2021, los editores retractaron la cifra récord de 724 artículos atribuidos a fábricas de artículos, que forman parte de un total de más de 1000 artículos de este tipo retractados durante la última década, según una base de datos mantenida por el sitio web Retraction Watch. (Actualmente se publican más de 4 millones de artículos académicos al año).

Al menos dos grupos sin ánimo de lucro que defienden las prácticas honestas en la publicación han publicado orientaciones para los editores de revistas sobre cómo disuadir las autorías compradas. El Comité de Ética de la Publicación y el Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas recomiendan que los editores exijan a los autores que soliciten añadir un autor después de presentar un manuscrito que proporcionen una explicación y un permiso firmado por todos los demás autores de la lista.

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Russian site peddles paper authorship in reputable journals for up to $5000 a pop

Advertisements promised adding names to articles that appeared in dozens of journals

Since 2019, Anna Abalkina has been monitoring a website that offers an illicit way for scientists to burnish their CVs. The site, operated from Russia, openly offers to sell authorship slots on soon-to-be-published scientific papers, for fees ranging from several hundred dollars to nearly $5000.    

Abalkina, a sociologist at the Free University of Berlin, has documented what appears to be a flourishing business on the site, www.123mi.ru. Since it debuted in December 2018, she has analyzed more than 1000 advertisements posted there and found at least 419 that appeared to match manuscripts that later appeared in dozens of different journals, she reported in a preprint posted on arXiv in March.

More than 100 of these identified papers were published in 68 journals run by established publishers, including Elsevier, Oxford University Press, Springer Nature, Taylor & Francis, Wolters Kluwer, and Wiley-Blackwell, although most of these were specialized publications. Russian authors outnumbered any other nationality on the website’s tally of recent contracts. 

Run by International Publisher LLC, the site is one of many illicit “paper mills” that leaders in scientific publishing worry are increasingly corrupting the literature by selling bogus authorship or prewritten papers. But its scale and brazenness are unusual, as are the insights Abalkina has gleaned into its workings.           

Her findings are “fascinating,” says Elisabeth Bik, an independent science integrity expert in San Francisco who believes they reflect fallout from Russia’s 2012 decision to set policies tying researchers’ promotions and financial rewards to their volume of scholarly publications.    

“It is another example of what can go wrong in scientific publishing if the pressure to publish is increased,” says Bik, who has studied paper mills based in China.    

To lure prospective customers, the advertisements on www.123mi.ru provide tantalizing details about each paper, which it claims are already accepted for publication. They include its topic, the number of authors, and sometimes its abstract. The advertisements also provide hints about the prestige and impact of the journal in which the paper will appear, including whether it is indexed in the Scopus and Web of Science databases. 

Prices for authorship slots vary depending on their position in the authors list and the impact factor of the journal, Abalkina found. Costs have varied from about 15,000 rubles ($175) to 410,000 rubles ($4800), with first author slots usually the most expensive. Based on these fees, Abalkina estimates that from 2019 to 2021, International Publisher raked in about $6.5 million. (The website does not specify how much its customers actually paid.) To keep the deals hush-hush, the contract includes a confidentiality clause.

The advertisements withhold the name of the journal, which the purchaser is told only after paying the fee. Abalkina’s paper quotes claims by the website that it has split its fees with some unidentified journals to ensure their participation in the scheme.

Several of the largest publishers of journals identified in Abalkina’s study—Oxford University Press, Springer Nature, Taylor & Francis, and Wiley-Blackwell—say they are examining papers identified by Abalkina that she brought to their attention. Elsevier has procedures to detect authorship changes after a manuscript is submitted, which editors must approve, a spokesperson said. As for the papers identified by Abalkina, “there were few indications of authorship changes occurring after submission.”

Chris Graf, director of research integrity at Springer Nature, declined to discuss specifics but called paper mills “bad for both the research and the publishing communities. Alongside investigating individual cases and retracting compromised papers, we’ve been reviewing our processes and making investments in technologies to help us identify attempts to manipulate our systems.”

Science contacted International Publisher—which says it is headquartered in Moscow and has offices in Ukraine, Kazakhstan, and Iran—for comment multiple times by email, phone, and WhatsApp but received no response. Its chief editor, according to her LinkedIn page, is Ukraine-based philologist Ksenia Badziun, who says she graduated from Taras Shevchenko National University of Kyiv. The company has continued to operate during Russia’s invasion of Ukraine.  

Science also contacted 20 corresponding authors of papers identified by Abalkina; most did not respond. One, who asked not to be named, said he knows nothing about International Publisher or its activities and that all listed co-authors contributed to the work.

Kim-Hung Pho, a statistician at Ton Duc Thang University who co-authored two of the flagged studies—both published by Digital Scholarship in the Humanities, run by Oxford University Press—also told Science he has no knowledge of www.123mi.ru. “I don’t have any funds to do scientific research, so I have absolutely no money to buy [authorship in] these articles, and there is no pressure to do this.”

In 2021, publishers retracted a record 724 articles traced to paper mills, part of a grand total of more than 1000 such articles retracted during the past decade, according to a database maintained by the Retraction Watch website. (More than 4 million scholarly papers are now published annually.)

At least two nonprofit groups that advocate for honest practices in publishing have issued guidance to journal editors about how to deter purchased authorships. The Committee on Publication Ethics and the International Committee of Medical Journal Editors recommend that editors require authors who request to add an author after submitting a manuscript to provide an explanation and signed permission from all other listed authors.  

But some observers suggest journal editors should do more. If they discover papers with authors who paid to be listed, they should flag them by attaching a written “expression of concern” because “any association with the mill raises some question about the integrity of the paper,” says Bryan Victor, who studies social work at Wayne State University. In December 2021, he co-authored a separate analysis of www.123mi.ru on Retraction Watch, which described nearly 200 papers that may match authorships advertised there; subsequently, he and a colleague posted a catalog of contracts displayed on the site, which together refer to about 1500 articles.

Whether editors could have identified fraudulent authors before publication remains murky. But the papers do offer clues, Abalkina found. For example, a few list authors in multiple unrelated academic departments, making it unlikely they collaborated. In other cases, the authors’ specialties don’t match the manuscript’s title.

But to avoid scrutiny from editors, International Publisher appears to follow a strategy of not repeatedly targeting the same journals, Abalkina says. “That makes it impossible for an editor to detect some anomalies,” she says.

Update, 13 April, 10:35 a.m.: This article has been updated to include a comment from the publisher Elsevier.

martes, 26 de abril de 2022

CHINA ha superado a USA en cuanto a la investigación de mayor impacto

Publicado en Chemistry World
https://www.chemistryworld.com/news/china-has-overtaken-the-us-when-it-comes-to-the-highest-impact-research/4015389.article 


China ha superado a EE.UU. en cuanto a la investigación de mayor impacto

POR REBECCA TRAGER
21 DE MARZO DE 2022

China ha superado a EE.UU. para convertirse en el líder mundial en la producción de investigación científica de mayor impacto, según un nuevo análisis basado en la base de datos Web of Science (WoS) y publicado en la revista Scientometrics. Sin embargo, los expertos sostienen que la mayor producción de publicaciones y citas de China no significa necesariamente que esté generando más ciencia de alta calidad que Estados Unidos y otros países.

El nuevo estudio, realizado por un equipo de investigación de tres personas de EE.UU., Europa y China, muestra que la investigación china se situó tan o más alto que el trabajo de EE.UU. en el 1% de los mejores estudios científicos en 2019, después de haber superado a la UE en esta medida en 2015.

El equipo examinó la base de datos WoS, que proporciona datos completos de citas para una amplia variedad de disciplinas científicas, y descubrió que el 1,67% de los artículos científicos con autores chinos estaban en el 1% de los artículos más citados del mundo en 2019, en comparación con el 1,62% de los artículos con autores estadounidenses. En 2018, Estados Unidos estaba ligeramente por delante de China. 

Como los artículos de algunas disciplinas científicas suelen citarse con mucha más frecuencia que los de otros campos, los investigadores han recurrido tradicionalmente a la "normalización de campos", que promedia los datos de citas de forma que se tengan en cuenta estas diferencias estadísticas y permita comparar dos campos. Según esta medida, EE.UU. sigue siendo el líder en la producción de los mejores artículos del 1%, pero los investigadores que participan en el nuevo estudio sostienen que ponderar los artículos de forma diferente según el campo científico no es útil para comparar el impacto global de la ciencia de un país frente a otro.

En lugar de ponderar los resultados de las citas de forma diferente para cada campo, el nuevo análisis combinó las publicaciones de todos los campos y luego calculó cómo se comparaban los países utilizando los datos brutos de las citas.

"Estamos convencidos de que tenemos una forma mejor de medir el impacto de la investigación cuando comparamos la producción de un país a otro", afirma Caroline Wagner, coautora del estudio y experta en política científica e inversión en I+D de la Universidad Estatal de Ohio. Estos son los trabajos que se consideran de la clase de los premios Nobel, la vanguardia de la ciencia", continuó. Estados Unidos ha tendido a calificar los trabajos de China como de menor calidad. Esto parece haber cambiado".


¿Innovación o incremento?

Denis Simon, que dirige el Centro de Políticas de Innovación de la Universidad de Duke, afirma que en China están surgiendo focos de excelencia científica. Pero señala que muchas de las investigaciones realizadas en el país no pueden considerarse innovaciones radicales o investigaciones disruptivas, sino más bien trabajos incrementales o derivados que se basan en la ciencia ya establecida. También subraya la importancia de tener en cuenta quién cita a quién, y advierte de que puede producirse un "nepotismo de citas" en el que las personas se unen para reforzar el número de citas de los demás.

Mark Cohen, director del Centro de Derecho y Tecnología de la Universidad de California en Berkeley, también se muestra escéptico sobre las nuevas conclusiones. Advierte del peligro de utilizar datos no desglosados sobre los logros científicos de China. No todos los sectores tecnológicos tienen el mismo valor. China lleva mucho tiempo siendo líder en determinados campos", afirma Cohen, que ha trabajado en la Oficina de Patentes y Marcas de EE.UU. como asesor principal para China. Sugiere, además, que los datos chinos se ven afectados por el apoyo y las intervenciones del gobierno chino, entre las que se incluyen la supeditación de los ascensos, la titularidad, los premios de doctorado y otras recompensas a las publicaciones científicas.

Cong Cao, experto en ciencia, tecnología e innovación en la Universidad de Nottingham, en Ningbo (China), no se sorprende de que China sea el país que produce más investigaciones citadas. 'Dada la creciente inversión de China en investigación científica, agravada por la gran cantidad de estudiantes de posgrado del país que están obligados a publicar en revistas indexadas por la WoS para sus titulaciones, si este relevo no se produjera en 2019, definitivamente ocurriría en un año posterior', afirma.

'Una cosa son las publicaciones de mayor impacto y otra muy distinta es que estas publicaciones representen verdaderos avances en la ciencia', dice Cao a Mundo Químico. Veremos si los científicos chinos son recompensados con premios prestigiosos como el Nobel en los próximos años y décadas".


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China has overtaken the US when it comes to the highest-impact research

BY REBECCA TRAGER

21 MARCH 2022


China has surpassed the US to become the world leader in producing the highest-impact scientific research, according to new analysis based on the Web of Science (WoS) database and published in the journal Scientometrics. Experts argue, however, that China’s greater publication output and citations doesn’t necessarily mean that it is generating more high-quality science than the US and other nations.

The new study, carried out by a three-person research team from the US, Europe and China, shows that Chinese research ranked as high as or higher than US work in the top 1% of scientific studies in 2019, after passing the EU by this measure in 2015.

The team examined the WoS database, which provides comprehensive citation data for a wide variety of scientific disciplines, and found that 1.67% of scientific articles with Chinese authors were in the top 1% of the world’s most highly cited articles in 2019, compared with 1.62% of articles with US authors. In 2018, the US was slightly ahead of China. As papers in some scientific disciplines are generally cited much more frequently than those in other fields, researchers have traditionally relied on ‘field normalisation’, which averages citation data in such a way that accounts for these statistical differences and allows two fields to be compared side-by-side. By that measurement, the US is still the leader in producing top 1% papers, but the researchers involved in the new study argue that weighting papers differently by scientific field is not useful to compare the overall impact of one nation’s science versus another.

Instead of weighting citation results differently for papers in separate fields, the new analysis combined publications in all fields and then calculated how nations compared using the raw citation data.

‘We feel strongly that we have a better way to measure the impact of research when comparing nation-to-nation output,’ said study co-author Caroline Wagner, a science policy and R&D investment expert at Ohio State University. ‘These are the works that are seen as being in the class of Nobel prize winners, the very leading edge of science,’ she continued. ‘The US has tended to rank China’s work as lower quality. This appears to have changed.’

Innovative or incremental?

Denis Simon, who directs Duke University law school’s Center for Innovation Policy, says there are emerging pockets of scientific excellence in China. But he notes that a lot of the research performed in the country cannot be considered radical innovation or disruptive research, but rather incremental or derivative work that builds on already-established science. He also stresses that the importance of considering who is citing whom, warning that ‘citation nepotism’ can happen where people band together to bolster one another’s citation numbers.

Mark Cohen, director of the University of California, Berkeley’s Center for Law and Technology, is also sceptical about the new conclusions. He cautions against using non-disaggregated data on China’s scientific accomplishments. ‘Not all technology sectors are equal in value. China has long been a leader in certain fields,’ says Cohen, who has worked at the US Patent and Trademark Office as senior counsel for China. He further suggests that the Chinese data is affected by support and interventions from the Chinese government, including making promotion, tenure, PhD awards and other rewards contingent on scientific publications.

Cong Cao, an expert in China’s science, technology and innovation at Nottingham University in Ningbo China, is not surprised that China is now producing more of the most highly-cited research than any other country. ‘Given China’s increasing investment in scientific research, compounded by the country’s large pool of postgraduate students who are required to publish in WoS-indexed journals for their degrees, if this taking over did not happen in 2019, it would definitely happen in a later year,’ he says.

‘Highest-impact publications are one thing, whether these publications represent genuine breakthroughs in science is quite another,’ Cao tells Chemistry World. ‘Let’s see whether Chinese scientists will be rewarded with prestigious awards such as the Nobel prize in the coming years and decades.’ ‘Although the incentives given to Chinese researchers to publish have led to an increase in the proportion of publications from China, it has also led to a large proportion of retractions from papers by Chinese researchers,’ notes research fraud expert Elisabeth Bik. ‘For me, that is the biggest concern, because it might taint – or perhaps already has tainted – the reputation of research from China. The Chinese government has to take a strong stance against fabricated research or they might quickly lose their top position in scientific research.’

In chemistry and related fields, China is performing well, according to Xiaotian Chen, an electronic services librarian at Bradley University in Illinois. He points to the US News and World Report’s recent analysis of the 2022 Best Global Universities Rankings, which is primarily based on publications, citations and research reputation by subject. Two Chinese universities are ranked in the global top 10 for chemistry, six are top 10 for physical chemistry and eight are top 10 for chemical engineering. By another measure Chinese chemistry overtook the US in 2017.

References

CS Wagner et al, Scientometrics, 2022, DOI: 10.1007/s11192-022-04291-z

Rebecca Trager
Senior US correspondent, Chemistry World

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