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jueves, 17 de agosto de 2023

ARGENTINA: Por qué tantos jóvenes de AL van a Argentina a estudiar Medicina... y la paradoja del éxodo de médicos en el país

Publicado en BBC News
https://www.bbc.com/mundo/articles/c72wgzy1kw5o



Por qué tantos jóvenes de América Latina van a Argentina a estudiar Medicina (y la paradoja del éxodo de médicos en el país)

  • Veronica Smink*
  • Role,BBC News Mundo, Argentina
  • 17 agosto 2023

En las últimas dos décadas Argentina ha sido un imán para jóvenes de América Latina que quieren seguir una carrera universitaria.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) es el país de la región con mayor cantidad de estudiantes internacionales.

El Ministerio de Educación argentino estima que la cifra de universitarios extranjeros se cuadruplicó desde 2006, llegando a casi 118.000 en 2021, la cifra más reciente (esto equivale al 4,3% del total de estudiantes en el sistema universitario).

La vasta mayoría -el 96%- son latinoamericanos y una de las carreras más populares es Medicina.

Es la que eligen la mayoría de los jóvenes brasileños que llega del país vecino, quienes representan el contingente más grande de alumnos extranjeros (son más de un cuarto en las carreras de grado).

Aunque también hay estudiantes de muchos otros países -los peruanos son el segundo grupo más grande en carreras de grado, seguido por los colombianos, bolivianos, paraguayos y venezolanos- la cantidad de brasileños estudiando Medicina en Argentina resulta llamativo.

Después de todo, a diferencia del resto de los latinoamericanos, ellos hablan otro idioma.

Y no solo tienen ese desafío extra. Quienes se gradúan en una universidad argentina deben luego revalidar su título para poder ejercer en su país.

¿Por qué entonces es tan popular estudiar Medicina en Argentina?

Mientras que en Brasil y otros países de la región la vasta mayoría de estudiantes universitarios termina cursando en una universidad privada debido a lo difícil que es conseguir un cupo en las pocas instituciones estatales, Argentina es famosa por su gran sistema de educación superior pública.

Instituciones como la prestigiosa Universidad de Buenos Aires (UBA) son gratuitas para los estudiantes de grado, incluso si son extranjeros.

También hay universidades públicas de renombre en otras ciudades argentinas como La Plata, Rosario y Córdoba.

Según las estadísticas del Ministerio de Educación, tres cuartos de los estudiantes extranjeros de carreras de pregrado y grado optan por universidades de gestión estatal.

En la UBA, los estudiantes internacionales representan el 9,5% del total, según esa institución. Pero hay otras universidades más pequeñas donde el porcentaje de extranjeros es mucho más alto.

El diario Clarín reportó a comienzos de año que uno de cada dos estudiantes que se anotaron este año en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) venían del exterior.

La gratuidad de la educación fue uno de los motivos que llevó a la brasileña Nattascha Dumke, de 30 años, a mudarse a la capital argentina para seguir sus estudios de Medicina.

Nattascha le contó a BBC Mundo Brasil que, dado que se formó en una escuela pública brasileña, "no tenía una buena base" como para conseguir una plaza en una universidad pública en su país.

Y tampoco tenía capacidad para pagar una privada, que en Brasil y en muchos países de la región están fuera del alcance de muchas familias de clase media o trabajadora.

"Las (universidades) privadas comenzaban en 8.000 reales (cerca de US$1700) y había algunas que costaban 12.000 reales (US$2500)", señaló Nattascha.

Hizo los números y estimó que, si no tenía que pagar por la universidad, podía alquilar un lindo departamento en Buenos Aires y vivir por menos de lo que hubiera gastado pagando por sus estudios en su país de origen.

En 2018 hizo las valijas y comenzó a estudiar Medicina en la UBA.

Peso débil

Al igual que ella, muchos de los latinoamericanos que llegaron para cursar una carrera en Argentina no solo aprovechan la educación gratuita. También sacan provecho del ventajoso tipo de cambio, que es muy favorable para los extranjeros, haciendo que el costo de vida sea bajo.

Y es que el peso argentino es, después del bolívar venezolano, la moneda que más se devaluó en América Latina en las últimas dos décadas.

Gracias a esto, quienes vienen del extranjero encuentran que alquilar y comer en este país es más barato que en el suyo.

Es la experiencia de María Alice de Oliveira, de 22 años, quien llegó poco antes de la pandemia de covid-19 a la ciudad de Rosario para estudiar Medicina.

Maria Alice le contó a BBC News Brasil que, incluso pagando una universidad privada y sin poder trabajar, debido a su pesada carga de estudio, podía tener una buena calidad de vida gastando menos de US$700 al mes.

El mismo cálculo hizo Mariel Ramos, una paranaense de 33 años, quien cursa Medicina de noche en la Universidad Abierta Interamericana (UAI) para poder trabajar de día.

"Pago 1.000 reales (unos US$210) al mes por mi universidad y esa fue la mejor opción para mí. Tengo una vida social muy activa, me gustan los buenos restaurantes", contó sobre su experiencia viviendo en la capital argentina.

No son la únicas que encontraron que las cuentas les cierran incluso teniendo que pagar una universidad privada: las estadísticas muestran que casi el 40% de los brasileños que estudian en Argentina cursan en una institución privada.

Entre ellos está la propia Nattascha, quien después de tres años en la UBA sintió que le faltaba un poco de estructura y cambió por la Facultad de Medicina de la Fundación Barceló, donde empezó a pagar US$125 al mes.

Acceso fácil

Pero, que sea barato no es el único incentivo para estudiar en Argentina. Tampoco es el más importante para muchos.

La ventaja principal que más citaron los estudiantes extranjeros consultados por la BBC sobre por qué estudian en este país es su accesibilidad.

Mientras que en el resto de la región se suele tomar difíciles exámenes de ingreso para entrar a las mejores universidades, la mayoría de las argentinas, en especial las públicas, tienen un sistema mucho menos exigente.

Los alumnos que ingresan deben tomar un curso donde aprenden una cierta cantidad de materias -un "ciclo básico común", que puede durar desde unos meses a un año- y una vez que aprueban estas materias ya pueden empezar su carrera específica.

“En mi universidad tomé un curso de ingreso que tenía materias que involucraban Química, Física, Biología, Anatomía y para los extranjeros hay Español", contó Maria Alice, quien estudia Medicina en el Instituto Universitario Italiano de Rosario.

Según ella, si se hubiera quedado en Brasil hubiera tenido que invertir "seis años en el curso de preparación, porque ese es el promedio para aprobar (el examen de ingreso) en una universidad pública".

Diogo Alves Schmidt, de 20 años, probó el "frenético" curso preparatorio preuniversitario brasileño antes de decidir cortar por lo sano y empezar Medicina en la UBA.

“Llevaba un ritmo en el curso preparatorio que hoy considero sumamente tóxico, y que te consume la salud mental. Lo mejor es no tener exámenes de ingreso”, afirmó.

Por su parte, Gabriela Landini, de 18 años, quien también estudia Medicina en la UBA, dijo que conocía "gente que hizo un curso preparatorio durante cuatro años, se dio por vencido y cambió de carrera”.

Calidad

Otro factor resaltado por quienes estudian en Argentina es la buena calidad de la enseñanza.

Es una de las virtudes que destaca AC Estudios en el exterior, una consultora colombiana que -como su nombre indica- asesora a quienes quieren seguir una carrera fuera de su país. Su sitio en internet tiene varios videos que promocionan estudiar Medicina en Argentina.

En uno de ellos, Katherin Martel, una peruana que utilizó los servicios de la consultora para empezar a estudiar Medicina en la UBA en 2022, afirma que "uno de los beneficios de estudiar en Argentina es el aspecto académico de brindarte una de las mejores universidades dentro de Latinoamérica".

Martel elogia la "exigencia académica" de la universidad pública argentina, destacando su buena infraestructura, con "ambientes muy cómodos y acceso a la Red de manera gratuita en muchos de ellos", lo que brinda "las posibilidades y todas las herramientas para poder estudiar".

La joven, procedente del Departamento de Junín, en el centro de Perú, también resalta que llegar a la universidad y moverse por Buenos Aires es sencillo, ya que hay una gran red de transporte público, algo que también existe en las otras ciudades universitarias que tiene el país.

Por último, cita la cuarta gran razón por la que ella y muchos de sus pares eligen estudiar en Argentina, además del costo, la accesibilidad y la calidad: "el país te da la oportunidad de poder trabajar", destaca, en referencia a lo fácil que es obtener la documentación como residente temporal, que te permite trabajar legalmente.

En esto -detalla- también ayuda la "flexibilidad de horarios" que ofrecen instituciones como la UBA, que permiten que uno elija "qué horario te es más fácil poder estudiar".

Dayana Almirón Ramírez, una peruana radicada en Argentina que cursa primer año de Medicina en la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) -donde la mitad de sus compañeros son extranjeros- menciona que los estudiantes internacionales reciben "mucho apoyo".

"Por ejemplo, hay un comedor universitario al que todos tienen acceso, donde pagas 240 pesos (menos de medio dólar de mercado) por un plato de comida", le cuenta a BBC Mundo.

También resalta la calidez de los profesores, que "ayudan a los que vienen de afuera", explicando los términos locales que quizás les cueste entender.

Paradoja

Pero, aunque los estudiantes extranjeros dicen sentirse bienvenidos y cómodos estudiando en Argentina, el número creciente que cursa en universidades públicas -financiadas por los impuestos de los contribuyentes-, genera algo de polémica en este país, que atraviesa una grave crisis económica, con una inflación anual que supera el 113%.

Recurrentemente surgen críticas desde algunos sectores que cuestionan que el gobierno, que está tratando de bajar su déficit fiscal, no les cobre a los estudiantes foráneos que hacen carreras de grado en instituciones de gestión estatal (los posgrados sí se pagan).

No obstante, el consenso en el ambiente educativo es que la multiculturalidad es algo positivo.

“Los extranjeros que vienen al país son bienvenidos y mejoran nuestra educación porque posibilitan el intercambio con nuestros universitarios y nos permite también que los argentinos cursen carreras de grado y posgrado en el exterior", tuiteó el ministro de Educación de la Nación, Jaime Perczyk, a finales de junio, la última vez que resurgió la controversia sobre este tema.

Pero, más allá de este debate sobre si Argentina debería estar formando a profesionales que luego, en la mayoría de los casos, no se quedan a ejercer en el país, lo llamativo es la paradójica situación en la que se encuentra el sistema de salud argentino.

Porque, mientras el país se ha convertido en un prolífico y reconocido formador de médicos, esa profesión atraviesa su peor crisis en muchas décadas.

Conseguir turno para ver a un médico hoy se ha convertido en una odisea en Argentina, con esperas que suelen durar meses. Las causan son múltiples, pero todas tienen en común los problemas económicos.

Por un lado, la caída en los salarios ha hecho que un gran número de profesionales deje de atender en los servicios públicos de salud o a través de los populares sistemas de obras sociales y prepagas que utilizan la mayoría de los argentinos.

Según la Confederación Médica de la República Argentina, cerca del 15% de los profesionales que atendían a través de prestadores decidieron empezar a hacer consultas privadas, cobrando honorarios que solo son accesibles para los sectores más acomodados.

A la vez, el diario La Nación reportó en julio sobre "el fenómeno de los médicos que cruzan a países limítrofes a cubrir guardias que duplican sus ingresos".

Según la investigación de ese medio, el creciente número de profesionales que cruzan algunos días al mes a trabajar en lugares como Chile, Paraguay y Uruguay representa "otra modalidad de éxodo de profesionales de la salud" que causa "preocupación".

Otro problema que reportan las autoridades sanitarias argentinas es que está cayendo el número de residentes en ciertas especialidades que requieren muchos años de formación y se consideran menos redituables.

En particular en pediatría, un déficit que causó problemas durante el reciente brote de bronquiolitis que desbordó a varios hospitales.

A finales de 2022, el presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría, Pablo Moreno, advirtió a través de una carta pública que casi un tercio de las vacantes en la residencia de esa especialidad estaban vacías.

Este problema se vincula fuertemente con otro fenómeno que se está viendo en los últimos años en Argentina: el gran número de médicos argentinos graduados que buscan mejores oportunidades en el exterior.

Micaela Gutman es una de ellas. Con el diploma de médica que obtuvo hace nueve meses bajo el brazo, se acaba de mudar a Alemania junto con dos compañeras, para hacer su residencia allí.

"Buscamos alternativas fuera de Argentina porque la situación del país es muy complicada", le contó a BBC Mundo.

"Los salarios no cubren la alta inflación mensual, por lo que la calidad de vida termina siendo muy pobre".

"Queríamos garantizarnos una mejor calidad de vida sin la explotación laboral que experimentan los trabajadores de la salud. Por eso, a pesar de que amamos a Argentina, su gente y sus costumbres, decidimos dejar atrás a nuestras familias y amigos y dar un salto de fe en un país que ofrece más cuidado, seguridad, estabilidad económica y oportunidades de crecimiento personal", explicó la flamante médica de 28 años.

*Con reportería de Priscila Carvalho para BBC News Brasil

lunes, 18 de julio de 2022

CUBA desarrolla exitoso tratamiento contra Alzheimer y Parkinson

Publicado en La Jornada
https://www.jornada.com.mx/notas/2022/07/17/ciencia-y-tecnologia/desarrolla-cuba-exitoso-tratamiento-contra-alzheimer-y-parkinson/


Desarrolla Cuba exitoso tratamiento contra Alzheimer y Parkinson

Pionero en el desarrollo de nuevas tecnologías para el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas, el Centro Internacional de Restauración Neurológica (Ciren) aplica un tratamiento para el Alzheimer y el Parkinson que a partir de una molécula evita que las neuronas continúen el proceso de degeneración.  

De visita en México, Héctor Vera Cuesta, director del Ciren, destaca el avance que representa la sustancia NeuroEPO, ya que mejora la calidad de vida de los pacientes.

“El mecanismo de la molécula es neuroprotector. Evita que las neuronas se sigan degenerando, muriendo. Lo que hace es prolongar un poco más la vida de estas células del sistema nervioso, por lo que los síntomas son más espaciados, no tiene la enfermedad una evolución tan rápida”, explica.

El neurólogo cubano, experto en genética médica, afirma que los resultados en pacientes con Parkinson y Alzheimer han sido “espectaculares”. El estudio comenzó en enfermos con Parkinson y detectaron que dicha sustancia mejoró su condición motora, pero mucho más la parte cognitiva.

Es una de las moléculas “que va a dar de qué hablar en el mundo. Recientemente publicamos un artículo conjunto con el Centro de Neurociencias de Cuba, el cual confirma, con un análisis estadístico bien desarrollado, que es efectiva. No hay duda”.

Vera Cuesta indica que pronto NeuroEPO podrá ser comercializada. “Queremos hacer una fase IV (del estudio clínico), porque toda molécula nueva tiene un proceso de investigación riguroso. En esta etapa la queremos aplicar de forma masiva”.

Sostiene que actualmente están identificando en la isla hospitales donde se realizará el estudio, pues “no tiene efectos secundarios. Es muy inocua y muy fácil de administrar, porque es por vía nasal, donde se administran unas gotitas”. Aclara que el desarrollo de este medicamento lo realizaron centros cubanos de biotecnología y el Ciren lo probó en pacientes.

Creado hace 33 años por el comandante Fidel Castro Ruz, sin fines de lucro y para el desarrollo de las neurociencias, “en el Ciren aplicamos un programa único en el mundo. Reunimos a 11 especialistas en función de un paciente. Es un equipo multidisciplinario que atiende a un paciente de forma integral y personalizada, lograr eso es muy difícil” para cualquier país del mundo, pero en el suyo se logra gracias al “compromiso” y la capacidad de los expertos.

También el poscovid

El Ciren también ha desarrollado innovaciones tecnológicas y terapéuticas para la regeneración neuronal, lo que incluye atención a pacientes con epilepsia, trastornos del sueño, adicciones, como tabaquismo, y recientemente para las secuelas poscovid.

A causa de la pandemia de covid-19, el Ciren desarrolló un innovador programa de atención integral a personas con secuelas generadas por el virus, como cefaleas intensas, trastornos del sueño, pérdida de memoria de corto plazo, fatigas crónicas y dolores neuropáticos (ocasionado por daño al sistema nervioso), entre otros.

En entrevista con La Jornada, en las instalaciones de Multisalud –una empresa mexicana que trabaja con los servicios de salud cubanos y el Ciren–, el especialista comenta que el Centro ha realizado durante tres décadas programas de restauración neurológica, encaminados a atender las secuelas de enfermedades que afectan el sistema nervioso, y por tanto –asegura– no les costó mucho trabajo adaptarse a la atención poscovid.

“La intervención tiene la bondad de que no es un método terapéutico, sino un programa, con el cual puedes flexibilizar las terapias. Es individualizado, va de acuerdo con las secuelas del paciente y, a partir de un diagnóstico, se organiza el tratamiento.”

Vera Cuesta expone que los pacientes “sí mejoran, pero con una intervención integral intensiva, usando todas las herramientas que tiene el Ciren, por ejemplo, la ozonoterapia, los tratamientos cognitivos y la estimulación cerebral no invasiva, entre otras”.

El experto destaca que esa intervención forma parte de una estrategia de país para tratar el síndrome poscovid.

“Fue un proceso paulatino en que fuimos creando las condiciones en los policlínicos y consultorios para ir identificando a las personas, porque muchos salían del covid y decían después ‘me está pasando tal cosa’, había que explicarles que eran secuelas y aplicar la intervención para ir mejorando.”

La epilepsia puede curarse

El médico subraya que el Centro también es líder en el tratamiento de la epilepsia con cirugía. “No somos los únicos en el mundo que hacemos esta intervención, pero nuestros resultados son excelentes”.

Vera Cuesta agrega que “de quienes operamos, 60 por ciento queda libre de crisis, y estamos hablando de pacientes con 10 a 15 crisis diarias. Otro 15 por ciento tienen crisis muy espaciadas. En total, tenemos 75 por ciento de efectividad. Son los resultados de un servicio de neurocirugía de epilepsia de cualquier país desarrollado. Es parte de nuestro orgullo”.

Afirma además que “puedes hasta curar al paciente, si quitas el lugar en donde se está generando la crisis”. Esta intervención quirúrgica la lleva a cabo un equipo multidisciplinario, pues el objetivo es garantizar la calidad de vida de las personas, por lo que también se realiza en menores.

El científico reconoce que el bloqueo a su país, que lleva 60 años, ha representado un desafío, porque “nos afecta, nos limita, pero no tenemos otra opción que seguir el desarrollo, pues no hay ninguna luz de que se va a eliminar y Cuba tiene que continuar adelante”.

Cita que por esa misma razón, la isla desarrolló sus propias vacunas contra el covid-19, con las que se inmunizó a prácticamente la totalidad de los 11 millones de habitantes, incluidos menores a partir de los dos años de edad.

La medicina cubana es accesible para pacientes extranjeros, quienes pueden acudir al Ciren por tratamientos de cuatro a ocho semanas. “Los pacientes nos escriben o a través de nuestros representantes armamos los expedientes y si cumplen con los criterios, les damos la autorización de viajar al Centro”.

Detalla que 60 por ciento de los pacientes internacionales que ha recibido el Ciren en los pasados 10 años son mexicanos y anuncia que “hay más de cinco propuestas de países que quieren montar clínicas Ciren: Chile, Irak, Angola y Kazajistán. Estamos en proceso de negociación. Me parece correcto también que podamos traspasar esa tecnología que hemos desarrollado a otros países”.

jueves, 26 de mayo de 2022

La ciencia abierta es buena para la investigación, pero mala para la seguridad

Publicado en Wired
https://www.wired.com/story/making-science-more-open-good-research-bad-security/ 

Hacer la ciencia más abierta es bueno para la investigación, pero malo para la seguridad

El movimiento de la ciencia abierta aboga por hacer que el conocimiento científico sea rápidamente accesible para todos. Pero un nuevo artículo advierte que la rapidez puede tener un coste.

DURANTE DÉCADAS, el conocimiento científico ha estado firmemente encerrado tras la cerradura y la llave de los muros de pago de las revistas, que resultan tremendamente caros. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un cambio de tendencia contra las rígidas y anticuadas barreras de la publicación académica tradicional. El movimiento de la ciencia abierta ha cobrado impulso para hacer que la ciencia sea accesible y transparente para todos.

Cada vez son más las revistas que publican investigaciones que pueden ser leídas por cualquiera, y los científicos comparten sus datos entre sí. El movimiento de la ciencia abierta también ha supuesto el auge de los servidores de  preprint: repositorios en los que los científicos pueden publicar sus manuscritos antes de que pasen por una rigurosa revisión por parte de otros investigadores y se publiquen en las revistas. Los científicos ya no tienen que pasar por el proceso de revisión por pares antes de que su investigación esté ampliamente disponible: Pueden enviar un artículo a bioRxiv y publicarlo en línea al día siguiente. 

Sin embargo, un nuevo artículo publicado en la revista PLoS Biology sostiene que, aunque el movimiento de la ciencia abierta es en general positivo, no está exento de riesgos.  

Aunque la velocidad de la publicación en acceso abierto significa que la investigación importante se publica más rápidamente, también significa que los controles necesarios para garantizar que la ciencia considerada como arriesgada no se está lanzando en línea son menos meticulosos. En particular, el campo de la biología sintética -que implica la ingeniería de nuevos organismos o la reingeniería de organismos existentes para que tengan nuevas habilidades- se enfrenta a lo que se denomina un dilema de doble uso: aunque la investigación que se publica rápidamente puede utilizarse para el bien de la sociedad, también podría ser cooptada por actores malintencionados para llevar a cabo la guerra biológica o el bioterrorismo. También podría aumentar la posibilidad de una liberación accidental de un patógeno peligroso si, por ejemplo, alguien sin experiencia pudiera hacerse fácilmente con una guía de cómo diseñar un virus. "Existe el riesgo de que se compartan cosas malas", afirma James Smith, coautor del artículo e investigador de la Universidad de Oxford. "Y en realidad no hay procesos en marcha en este momento para abordarlo".

Aunque el riesgo de la investigación de doble uso es un problema antiguo, "la ciencia abierta plantea retos nuevos y diferentes", afirma Gigi Gronvall, experta en bioseguridad e investigadora principal del Centro Johns Hopkins para la Seguridad Sanitaria. "Estos riesgos siempre han estado ahí, pero con los avances tecnológicos se magnifican".

Para ser claros, esto todavía no ha ocurrido. Ningún virus peligroso u otro patógeno se ha replicado o creado a partir de las instrucciones de un preprint. Pero dado que las consecuencias potenciales de que esto ocurra son tan catastróficas -como el desencadenamiento de otra pandemia-, los autores del artículo sostienen que no merece la pena asumir ni siquiera un pequeño aumento del riesgo. Y el momento de reflexionar profundamente sobre estos riesgos es ahora. 

Durante la pandemia, la necesidad de los servidores de  preprint se puso de manifiesto: las investigaciones cruciales pudieron difundirse mucho más rápidamente que la tradicionalmente lenta vía de las revistas. Pero eso también significa que "ahora hay más gente que nunca que sabe cómo sintetizar virus en los laboratorios", afirma Jonas Sandbrink, investigador de bioseguridad del Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford y otro coautor del artículo. 

Por supuesto, el hecho de que la investigación se publique en una revista en lugar de en un servidor de  preprints no significa que esté intrínsecamente libre de riesgos. Pero sí significa que es más probable que cualquier peligro evidente sea detectado en el proceso de revisión. "La diferencia clave, en realidad, entre las revistas y el servidor de  preprint es el nivel de profundidad de la revisión, y el proceso de publicación de la revista puede ser más propenso a identificar los riesgos", dice Smith. 

Los riesgos de la publicación abierta no se limitan a la investigación biológica. En el campo de la IA, un movimiento similar hacia el intercambio abierto de código y datos significa que hay un potencial de mal uso. En noviembre de 2019, OpenAI anunció que no publicaría abiertamente en su totalidad su nuevo modelo de lenguaje GPT-2, que puede generar texto y responder preguntas de forma independiente, por temor a "aplicaciones maliciosas de la tecnología", es decir, su potencial para difundir noticias falsas y desinformación. En su lugar, OpenAI publicaría una versión mucho más reducida del modelo para que los investigadores pudieran probarlo, una decisión que suscitó críticas en su momento. (Su sucesor, el GPT-3, publicado en 2020, resultó ser capaz de escribir pornografía infantil. 

Dos de los mayores servidores de preimpresión, medRxiv, fundado en 2019 para publicar investigaciones médicas, y bioRxiv, fundado en 2013 para investigaciones biológicas, declaran públicamente en sus sitios web que comprueban que no se publique en ellos "investigación de doble uso preocupante". "Todos los manuscritos se examinan en el momento de su presentación para comprobar si hay plagio, contenido no científico, tipos de artículos inapropiados y material que pueda poner en peligro la salud de pacientes individuales o del público", se lee en una declaración de medRxiv. "Esto último puede incluir, pero no se limita a, estudios que describan investigaciones de doble uso y trabajos que desafíen o puedan comprometer las medidas de salud pública aceptadas y los consejos relativos a la transmisión de enfermedades infecciosas, la inmunización y la terapia".

Desde el inicio de bioRxiv, los riesgos de bioseguridad fueron siempre una preocupación, dice Richard Sever, uno de los cofundadores de bioRxiv y director adjunto de Cold Spring Harbor Laboratory Press. (Sever fue uno de los revisores del artículo de Smith y Sandbrink). Bromea diciendo que en los primeros días de arXiv, un servidor de preprints para las ciencias físicas lanzado en 1991, había preocupaciones por las armas nucleares; con bioRxiv hoy las preocupaciones son por las armas biológicas.

Sever calcula que bioRxiv y medRxiv reciben unos 200 envíos al día, y cada uno de ellos es examinado por más de un par de ojos. Reciben "un montón de basura" que se descarta de inmediato, pero el resto de las propuestas pasan a un grupo para ser examinadas por científicos en activo. Si alguien en ese proceso de selección inicial señala un artículo que puede plantear problemas, se pasa a la cadena para que lo considere el equipo de gestión antes de que se tome una decisión final. "Siempre intentamos pecar de precavidos", dice Sever. Hasta ahora no se ha publicado nada que haya resultado peligroso, considera. 

Dos de los mayores servidores de preprints, medRxiv, fundado en 2019 para publicar investigaciones médicas, y bioRxiv, fundado en 2013 para investigaciones biológicas, declaran públicamente en sus sitios web que comprueban que no se publique en ellos "investigación de doble uso preocupante". "Todos los manuscritos se examinan en el momento de su presentación para comprobar si hay plagio, contenido no científico, tipos de artículos inapropiados y material que pueda poner en peligro la salud de pacientes individuales o del público", se lee en una declaración de medRxiv. "Esto último puede incluir, pero no se limita a, estudios que describan investigaciones de doble uso y trabajos que desafíen o puedan comprometer las medidas de salud pública aceptadas y los consejos relativos a la transmisión de enfermedades infecciosas, la inmunización y la terapia".

Desde el inicio de bioRxiv, los riesgos de bioseguridad fueron siempre una preocupación, dice Richard Sever, uno de los cofundadores de bioRxiv y director adjunto de Cold Spring Harbor Laboratory Press. (Sever fue uno de los revisores del artículo de Smith y Sandbrink). Bromea diciendo que en los primeros días de arXiv, un servidor de preimpresión para las ciencias físicas lanzado en 1991, había preocupaciones por las armas nucleares; con bioRxiv hoy las preocupaciones son por las armas biológicas.

Sever calcula que bioRxiv y medRxiv reciben unos 200 envíos al día, y cada uno de ellos es examinado por más de un par de ojos. Reciben "un montón de basura" que se descarta de inmediato, pero el resto de las propuestas pasan a un grupo para ser examinadas por científicos en activo. Si alguien en ese proceso de selección inicial señala un artículo que puede plantear problemas, se pasa a la cadena para que lo considere el equipo de gestión antes de que se tome una decisión final. "Siempre intentamos pecar de precavidos", dice Sever. Hasta ahora no se ha publicado nada que haya resultado peligroso, considera. 

En su artículo, Smith y Sandbrink hacen recomendaciones para protegerse de posibles riesgos de bioseguridad. Por ejemplo, cuando los investigadores publiquen datos y códigos en repositorios, se les podría exigir que declaren que esos datos no son peligrosos, aunque reconocen que esto requiere un nivel de honestidad que no se esperaría de los malintencionados. Pero es un paso fácil que podría aplicarse de inmediato. 

A más largo plazo, recomiendan seguir el modelo que se ha utilizado para compartir datos de pacientes, como en los ensayos clínicos. En esa situación, los datos se almacenan en repositorios que requieren algún tipo de acuerdo de acceso para poder entrar. Para algunos de estos datos, los propios investigadores no llegan a verlos, sino que se envían a un servidor que analiza los datos lejos de los investigadores y luego devuelve los resultados. 

Por último, abogan por el prerregistro de la investigación, que ya es un pilar de la ciencia abierta. En pocas palabras, el prerregistro significa escribir lo que se pretende hacer antes de hacerlo, y mantener un registro de ello para demostrar que realmente se ha hecho. Smith y Sandbrink dicen que podría ofrecer una oportunidad para que los expertos en bioseguridad evalúen la investigación potencialmente arriesgada antes de que se lleve a cabo y den consejos sobre cómo mantenerla segura. 

Pero es un acto de equilibrio difícil de lograr, admite Sandbrink, al evitar la sobreburocratización del proceso. "El reto será decir cómo podemos hacer las cosas tan abiertas como sea posible y tan cerradas como sea necesario, garantizando al mismo tiempo la equidad y asegurando que no sean sólo los investigadores de Oxford y Cambridge los que puedan acceder a estos materiales". Habrá personas en todo el mundo cuyas credenciales pueden ser menos claras, dice Sandbrink, pero que siguen siendo investigadores legítimos y bien intencionados.

Y sería ingenuo pretender que un muro de pago o la suscripción a una revista es lo que impide a los actores nefastos. "La gente que quiere hacer daño probablemente lo hará", dice Gabrielle Samuel, una científica social del King's College de Londres cuya investigación explora las implicaciones éticas de los grandes datos y la IA. "Incluso si tenemos procesos de gobernanza realmente buenos, eso no significa que no se produzca un mal uso. Lo único que podemos hacer es intentar mitigarlo". 

Samuel cree que la mitigación de la ciencia de riesgo no empieza ni termina en la fase de publicación. El verdadero problema es que no hay incentivos para que los investigadores lleven a cabo una investigación responsable; el modo en que las revistas científicas y los organismos de financiación tienden a favorecer la investigación nueva y emocionante significa que el material más aburrido y seguro no recibe el mismo apoyo. Y la naturaleza de rueda de hámster del mundo académico hace que los científicos "simplemente no tengan la capacidad o la posibilidad de disponer de tiempo para pensar en estas cuestiones".

"No estamos diciendo que queramos que la investigación vuelva a un modelo de estar detrás de muros de pago, y que sólo sea accesible para muy pocos individuos que son lo suficientemente privilegiados como para poder permitirse el acceso a esas cosas", dice Smith. Pero ha llegado el momento de que la ciencia abierta se haga cargo de sus riesgos, antes de que ocurra lo peor. "Una vez que algo está disponible públicamente, de forma completa y abierta, es un estado bastante irreversible".

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SCIENCE

APR 22, 2022 

Making Science More Open Is Good for Research—but Bad for Security

The open science movement pushes for making scientific knowledge quickly accessible to all. But a new paper warns that speed can come at a cost.


FOR DECADES, SCIENTIFIC knowledge has been firmly shut behind the lock and key of eye-wateringly expensive journal paywalls. But in recent years a tide has been turning against the rigid, antiquated barriers of traditional academic publishing. The open science movement has gained momentum in making science accessible and transparent to all.

Increasingly journals have published research that’s free for anyone to read, and scientists have shared their data among each other. The open science movement has also entailed the rise of preprint servers: repositories where scientists can post manuscripts before they go through a rigorous review by other researchers and are published in journals. No longer do scientists have to wade through the slog of the peer-review process before their research is widely available: They can submit a paper on bioRxiv and have it appear online the next day. 

But a new paper in the journal PLoS Biology argues that, while the swell of the open science movement is on the whole a good thing, it isn’t without risks. 

Though the speed of open-access publishing means important research gets out more quickly, it also means the checks required to ensure that risky science isn’t being tossed online are less meticulous. In particular, the field of synthetic biology—which involves the engineering of new organisms or the reengineering of existing organisms to have new abilities—faces what is called a dual-use dilemma: that while quickly released research may be used for the good of society, it could also be co-opted by bad actors to conduct biowarfare or bioterrorism. It also could increase the potential for an accidental release of a dangerous pathogen if, for example, someone inexperienced were able to easily get their hands on a how-to guide for designing a virus. “There is a risk that bad things are going to be shared,” says James Smith, a coauthor on the paper and a researcher at the University of Oxford. “And there’s not really processes in place at the moment to address it.”

While the risk of dual-use research is an age-old problem, “open science poses new and different challenges,” says Gigi Gronvall, a biosecurity expert and senior scholar at the Johns Hopkins Center for Health Security. “These risks have always been there, but with the advances in technology, it magnifies them.”

To be clear, this has yet to happen. No dangerous virus or other pathogen has been replicated or created from instructions in a preprint. But given that the potential consequences of this happening are so catastrophic—like triggering another pandemic—the paper’s authors argue that even small increases in risk are not worth taking. And the time to be thinking deeply about these risks is now. 

During the pandemic, the need for preprint servers was thrown into sharp relief—crucial research could be disseminated far more quickly than the traditionally sluggish journal route. But with that, it also means that “more people than ever know now how to synthesize viruses in laboratories,” says Jonas Sandbrink, a biosecurity researcher at the Future of Humanity Institute at the University of Oxford and the other coauthor of the paper. 

Of course, just because research is published in a journal instead of a preprint server doesn’t mean it’s inherently risk-free. But it does mean that any glaring dangers are more likely to be picked up in the reviewing process. “The key difference, really, between journals and the preprint server is the level of depth that the review is going into, and the journal publication process may be more likely to identify risks,” says Smith. 

The risks of open publishing don’t stop at biological research. In the AI field a similar movement toward openly sharing code and data means there’s potential for misuse. In November 2019, OpenAI announced it would not be openly publishing in full its new language model GPT-2, which can independently generate text and answer questions, for fear of “malicious applications of the technology”—meaning its potential to spread fake news and disinformation. Instead, OpenAI would publish a much smaller version of the model for researchers to tinker with, a decision that drew criticism at the time. (It went on to publish the full model in November of that year.) Its successor, GPT-3, published in 2020, was found to be capable of writing child porn.  

Two of the biggest preprint servers, medRxiv, founded in 2019 to publish medical research, and bioRxiv, founded in 2013 for biological research, publicly state on their websites that they check that “dual-use research of concern” is not being posted on their sites. “All manuscripts are screened on submission for plagiarism, non-scientific content, inappropriate article types, and material that could potentially endanger the health of individual patients or the public,” a statement on medRxiv reads. “The latter may include, but is not limited to, studies describing dual-use research and work that challenges or could compromise accepted public health measures and advice regarding infectious disease transmission, immunization, and therapy.”

From bioRxiv’s outset, biosecurity risks were always a concern, says Richard Sever, one of bioRxiv’s cofounders and assistant director of Cold Spring Harbor Laboratory Press. (Sever was a peer reviewer of Smith and Sandbrink’s paper.) He jokes that in the early days of arXiv, a preprint server for the physical sciences launched in 1991, there were worries about nuclear weapons; with bioRxiv today the worries are about bioweapons. 

Sever estimates bioRxiv and medRxiv get about 200 submissions a day, and every one of them is looked at by more than one pair of eyes. They get “a lot of crap” that is immediately tossed out, but the rest of the submissions go into a pool to be screened by practicing scientists. If someone in that initial screening process flags a paper that may pose a concern, it gets passed up the chain to be considered by the management team before a final call is made. “We always try to err on the side of caution,” Sever says. So far nothing has been posted that turned out to be dangerous, he reckons. 

A few papers have been turned away over the years because the team thought they fell into the category of dual-use research of concern. When the pandemic arrived, the issue became all the more urgent. The two servers published more than 15,000 preprints on Covid-19 by April 2021. It became an internal wrangle: Do the high life-or-death stakes of a pandemic mean they are morally required to publish papers on what they call “pathogens of pandemic potential”—like Sars-CoV-2—which they might have traditionally turned away in the past? “The risk-benefit calculation changes,” Sever says. 

But while bioRxiv and medRxiv have taken steps to deeply consider whether their output may pose a biosecurity risk or compromise public health advice, other servers and repositories may not be as fastidious. “Data and code repositories are pretty much fully open—anyone can post whatever they want,” Smith says. And Sever makes the point that if they do turn away a paper, it doesn’t mean it can’t end up online elsewhere. “It just means they can’t put it online with us.” 

In their paper, Smith and Sandbrink make recommendations to safeguard against potential biosecurity risks. For instance, when researchers post data and code in repositories, they could be required to make a declaration that that data isn’t risky—though they acknowledge that this requires a level of honesty one wouldn't expect from bad actors. But it is an easy step that could be implemented right away. 

On a longer timescale, they recommend following the model that’s been used in the sharing of patient data, such as in clinical trials. In that situation, data is stored in repositories that require some form of access agreement in order to gain entry. For some of this data, the researchers themselves don’t actually ever get to see it; instead it gets submitted to a server that analyzes the data away from the researchers and then sends back the results. 

Finally they advocate for preregistering your research, already a pillar of open science. Put simply, preregistration means writing down what you intend to do before you do it, and keeping a record of that to prove that you actually did it. Smith and Sandbrink say it could offer an opportunity for biosecurity experts to assess potentially risky research before it even happens and give advice on how to keep it secure. 

But it’s a tough balancing act to achieve, Sandbrink admits, in avoiding over-bureaucratizing the process. “The challenge will be to say, how can we make things as open as possible and as closed as necessary, whilst also ensuring equity and ensuring that it’s not just the researchers at Oxford and Cambridge that can access these materials.” There will be people around the globe whose credentials might be less clear, Sandbrink says, but who are still legitimate and well-intentioned researchers.

And it would be naive to pretend that a paywall or journal subscription is what impedes nefarious actors. “People who want to do harm will probably do harm,” says Gabrielle Samuel, a social scientist at King’s College London whose research explores the ethical implications of big data and AI. “Even if we have really good governance processes in place, that doesn’t mean that misuse won’t happen. All we can do is try to mitigate it.” 

Samuel thinks mitigating risky science doesn’t begin and end at the publishing stage. The real issue is that there’s no incentive for researchers to carry out responsible research; the way scientific journals and funding bodies have a tendency to favor new, exciting research means the more boring, safer stuff doesn’t get the same support. And the hamster-wheel nature of academia means scientists “just don’t have the capacity or chance of being able to have the time to think through these issues.”

“We’re not saying that we want research to go back to a model of being behind paywalls, and only being accessible to very few individuals who are privileged enough to be able to afford access to those things,” Smith says. But it’s time for open science to be reckoning with its risks, before the worst happens. “Once something is publicly available, fully, openly—that is a pretty irreversible state.”


ESPAÑA: profesores de la Complutense llevan más de 300 firmas al Rectorado para que corte relaciones con empresas y academias cercanas a ISRAEL

Publicado en El País https://elpais.com/espana/madrid/2024-05-10/los-maestros-de-la-complutense-llevan-mas-de-300-firmas-al-rectorado-para-...